Una lucha por los derechos de los jubilados y pensionados del gremio, la otra diversificó su trabajo para poder pagar los estudios universitarios de su hijo y la tercera vive entre dos apostolados: enseñar y ayudar

Por: Bianile Rivas y Rossana Batistelli 

Irma Mendoza, Fanny García y Amarelis Silva no solo tienen en común que son docentes, sino que han apostado por nuevas formas de lucha en defensa de su gremio. Son resilientes, al punto de que buscaron nuevas formas de mantenerse ante la crisis económica y los salarios indignos.

Al igual que decenas de maestros en todo el territorio nacional, desafían los salarios de 3,7 dólares mensuales y se refugian en otros entornos para desarrollar sus talentos y sentirse útiles. Estas son sus historias.

Irma va de sombrero y con pancarta

Irma Mendoza sonríe y saluda con alegría. Luce espléndida a sus 71 años y todos en las marchas escuchan con atención sus discursos. Llama la atención por la fuerza de su voz y por su peculiar atuendo: un sombrero de cogollo y una franela, a veces blanca, a veces negra.

Es una lideresa que pasó de ser maestra alfabetizadora a defensora de derechos humanos.

Nunca se ha sentido tranquila entre cuatro paredes y ha tenido la calle como escuela, como centro de enseñanza y como espacio de solidaridad. Llora y respira hondo cuando recuerda sus inicios de maestra alfabetizadora. Eran tiempos de 1971 cuando se le asignó esa tarea en Turén, al noreste de Portuguesa, siendo apenas una bachiller adolescente.

Su permanencia en el sistema educativo estadal está llena de satisfacciones, pero también de tropiezos. Por mérito ocupó cargos por concurso como coordinadora de sector y supervisora titulada hasta que, en 1990, durante el mandato del gobernador Elias D’Onghia, fue expulsada por liderar, junto a un grupo de 26 dirigentes sindicales, una huelga de maestros en la entidad.

Estuvo cinco años desempleada y en ese tiempo tuvo un emprendimiento de ropa deportiva que operaba desde su casa. En ese lapso también se graduó de locutora y ejerció en una emisora radial en Turén y tuvo un programa de opinión autogestionado.

Luego, en 1995, el gobernador entrante, Iván Colmenares, ordena la reincorporación de los líderes expulsados y vuelve al sistema educativo. Logra que se le reconozca el tiempo de la expulsión como parte de sus años de servicio y, en el año 2000, al cumplir 30 años como maestra, sale jubilada y se alista para una nueva etapa de vida.


Pasamos a ser unos mantenidos por nuestros hijos en la diáspora, a vivir conformados con una remesa insuficiente para no morir de mengua o soledad

Irma Mendoza

Irma Mendoza recuerda lo que ese año pudo comprar con el dinero de su jubilación. “Yo me fui feliz para una agencia de vehículos y me compré un carro de paquete, viajé con mi familia y compartí con mis amigos de lucha”.

Pero Irma no pudo quedarse en casa, por lo que se dispuso a seguir dando lecciones. Reunió a un grupo de compañeros y recorrió el estado Portuguesa para fundar el Sindicato de Educadores Jubilados. No había en esa época un gremio formal sino una representación sin voto ni derecho a ser firmantes de las convenciones colectivas.

Inspirada en esta lucha, se graduó de abogada y juró como profesora de la Universidad Fermín Toro, de donde egresó con honores.

Entre 2015 y 2018 sintió con fuerza el peso de la crisis, de la emergencia humanitaria compleja venezolana. Sintió que la vida de los maestros jubilados se redujo.

“Pasamos a ser unos mantenidos por nuestros hijos en la diáspora, a vivir conformados con una remesa insuficiente o con una videollamada para no morir de mengua o soledad”, argumenta.

Esa situación puso a Irma Mendoza en un nuevo rol. Se convirtió en defensora de derechos humanos. Representa, desde ese entonces, a Portuguesa en el comité nacional de derechos humanos de los jubilados y pensionados. No se pierde una reunión en Caracas y hasta solicita colaboraciones para los pasajes y la estadía. La agenda de movilizaciones de este colectivo es su nuevo trabajo. No descansa y se mueve por toda Portuguesa con la pancarta, el megáfono, su franela blanca o negra y su sombrero de cogollo.

“Como me voy a quedar quieta, si desde la calle también se enseña”.

Amarelis quiere seguir enseñando

A Amarelis Silva se le quiebra la voz cuando recuerda los nueve años que dedicó a la docencia. Desde pequeña soñó con ser maestra y, aunque cumplió esa meta, hace cuatro años decidió cambiar la tiza y el borrador por una batidora para dedicarse a la repostería.

Tiene 37 años y vive en el municipio Acevedo del estado Miranda. En esta entidad se graduó y ejerció la educación; una profesión de la que se encariñó al observar cómo la mayoría de sus parientes disfrutaban del arte de enseñar. Y es que Amarelis integra una familia donde todos son maestros.

La solvencia económica que tenían sus parientes la terminó de convencer de que esta profesión le permitiría hacer lo que le gustaba y, a la vez, crecer como profesional y persona. “Mis familiares lograron construir sus casas, comprar carros y tener estabilidad, pero en una Venezuela distinta a la actual”, señaló a El Pitazo, el 9 de enero.

Aunque Amarelis fue palpando este cambio económico, siguió apostando a su profesión. Después de graduarse de Técnico Superior Universitario (TSU), decidió sacar la licenciatura en educación inicial. Pasó de suplente a titular en la Unidad Educativa Bolivariana El Márquez y caminaba tres kilómetros para llegar a la institución, debido a la falta de transporte.

Un cambio de plantel la llevó a las aulas de la escuela Yaguapa Centro, a la cual llegaba con mayor facilidad; sin embargo, su sueldo solo le alcanzaba para comprar medio kilo de queso, un pollo y un cartón de huevos.


Mis familiares lograron construir sus casas, comprar carros y tener estabilidad, pero en una Venezuela distinta a la actual

Amarelis Silva

Animada por el gusto que su familia tiene por los postres, Amarelis comenzó a hacer cursos de repostería, hasta que un día su hijo menor, que hoy tiene 10 años, le propuso vender galletas y fue un éxito. A partir de ese día vio la posibilidad de crecer.

Amarelis llevó el emprendimiento a la escuela. Sus compañeros y alumnos pasaron a ser sus clientes. Ese dinero lo invirtió en la ambientación de su salón de clases y en los artículos que se necesitaban para las actividades de los niños.

“Empecé a mantener un trabajo con el otro y cuando la demanda de dulces aumentó, decidí renunciar, porque necesitaba ayudar a mi hijo mayor, que actualmente tiene 18 años, con sus estudios universitarios en Caracas y sus prácticas de fútbol”, agregó.

Para Amarelis no fue fácil desprenderse de la escuela. Pasó por una depresión, donde el apoyo de su esposo fue fundamental. Pero ese choque emocional lo superó al entender “que la vida continúa”.

Su pareja y sus dos hijos hoy forman parte del emprendimiento. “Es un negocio familiar”, comenta con orgullo. Actualmente vende dulce por porciones, tortas por encargo, galletas, helados y pasapalos.

Pero el amor de Amarelis por la educación está intacto, así que decidió dictar cursos de repostería para niños. Ella quiere seguir enseñando. “No descarto volver a las aulas si las cosas mejoran en el país, o quizás montar una guardería”, dice con esperanza.

Fanny vive entre dos apostolados: enseñar y ayudar

Fanny García es sensible. Se mueve como pez en el agua cuando de ayudar se trata. Es educadora por vocación y por mérito académico. Logró su cargo como maestra en el 2006. Previamente, había ejercido de suplente y de apoyo social en distintas escuelas de Guanare.

Estuvo siete años supervisando los hogares de cuidado diario de su ciudad. Con su título de técnico superior en educación integral ganó por concurso una plaza en el Centro de Atención Integral de Deficiencias Visuales (Caidv). Siguió sus estudios y se graduó en 2012 como licenciada en Educación mención Geografía e Historia.

Tras jubilarse en 2022, con 26 años de servicio, Fanny García vive entre dos apostolados: enseñar y ayudar. Pese a sentirse enamorada de su trabajo con personas con discapacidad visual, esta maestra de 56 años optó por dejar las aulas del Caidv y hacer filas en la Orden Franciscana Seglar, una asociación pública en la Iglesia católica cuyos miembros se reúnen en comunidades llamadas fraternidades.

Ahora, bajo el lema “paz y bien” que honra la obra de San Francisco de Asís, Fanny García presta servicios en ancianatos y comunidades vulnerables. Busca comida, medicinas, ropa, cupo en hospitales y logra hasta urnas y servicios funerarios quien necesita.


Para trabajar con educación especial tienes que tener un gran corazón. Que tengas la preparación no te garantiza nada. Se requiere un corazón abierto

Fanny García

“Preferí refugiarme por completo en la obra de San Francisco de Asís para asegurarme paz espiritual. Esa lucha por los pagos inmerecidos e incompletos me desgastó. Decidí seguir sirviendo, pero desde otro ángulo, donde mi pasión se viera recompensada”.

La entristeció que con un salario de 130 bolívares no pudo seguir haciendo las visitas domiciliarias a sus alumnos con discapacidad visual. Advierte que antes gozaban de incentivos de transporte para la asistencia en hogares, “luego lo pagábamos nosotros, pero no se pudo más”.

Para Fanny García trabajar con personas invidentes totales o con personas con deficiencia visuales fue muy difícil, pero no agotador, aunque a veces encuentras en ellos otras condiciones. “De ellos emana una sabiduría que invierte el proceso: te enseñan, ellos mismos te dan las herramientas para avanzar con éxito”, reconoce.

“Lo agotador y lo que hace renunciar al cargo o jubilarte es enfrentarte como docente a la pobreza a la que nos someten. Antes estábamos acostumbrados a salarios que nos alcanzaban para adquirir vivienda, para comprar buena cesta alimentaria, para apoyar a nuestra familia, para vacacionar y para costearse gastos funerarios. Ahora hay que lidiar a diario con la miseria”.

Miles de venezolanos en las zonas más desconectadas del país visitan El Pitazo para conseguir información indispensable en su día a día. Para ellos somos la única fuente de noticias verificadas y sin parcialidades políticas.

Sostener la operación de este medio de comunicación independiente es cada vez más caro y difícil. Por eso te pedimos que nos envíes un aporte para financiar nuestra labor: no cobramos por informar, pero apostamos porque los lectores vean el valor de nuestro trabajo y hagan una contribución económica que es cada vez más necesaria.

HAZ TU APORTE

Es completamente seguro y solo toma 1 minuto.