Durante su gobierno, la gran apuesta de la diplomacia de Estados Unidos en América Latina ha sido Venezuela. Pero, finalizado el plazo que Biden le dio a Maduro para cumplir los acuerdos de democratización y mantener en suspenso las sanciones, nada indica que Washington logre resultados positivos en esa nación ni en el resto del continente

 Por: Suhelis Tejero Puntes*

Cuando Joe Biden asumió la presidencia de Estados Unidos, en 2021, los mayores intereses de ese país en política exterior parecían obvios: retomar su influencia en América Latina y ganar la guerra comercial con China. Pero otro conflicto cambió inesperadamente su foco de atención cuando Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022. De inmediato el centro del interés se desplazó hacia esa región de Europa y, para rematar este año estalló la guerra de Israel con grupo terrorista Hamas, una contienda en la que Biden tiene muy claro qué lado apoya.

Mientras tanto, en América Latina cada vez hay más gobiernos autoritarios, y la Casa Blanca, aunque parece atenta a lo que sucede, se siente lejana. “América Latina como prioridad, está quedando muy rezagada”, asegura a CONNECTAS el internacionalista Mariano de Alba.

En esas condiciones no ha sorprendido que los países de la región no hayan respaldado firmemente a Estados Unidos ante esas guerras, como habría sucedido en el pasado. De Alba dice que esto se explica por la creciente influencia de China en la región, mientras que otros gobernantes latinoamericanos simplemente desconfían de Washington y quieren mantener la relación al mínimo.

La atención de la Casa Blanca en el subcontinente sigue centrada en el mayor desafío de la región: Venezuela. La emergencia humanitaria que desde hace años enfrenta ese país ha presionado a todo el continente con una de las mayores migraciones forzadas de los últimos años, y ha obligado a Estados Unidos a ensayar jugadas que garanticen una salida democrática para los venezolanos.

Y la administración de Biden ha apostado duro en Venezuela. Ante la batería de sanciones que dejó su antecesor Donald Trump, que mantuvo a las empresas con las manos atadas para hacer negocios con la nación petrolera, el actual mandatario se arriesgó a intentar otra vía, potencialmente costosa para su presidencia, la de la negociación.

No lo hizo solo por las presiones migratorias, ni como un acercamiento al régimen de Nicolás Maduro, sino para resolver una posible crisis energética si la guerra de Rusia y Ucrania escalaba mucho más. Por eso, no fue casualidad que las conversaciones entre Estados Unidos y Venezuela dieran sus primeros pasos al mes de estallar el conflicto en Europa.

Después de meses intensos de negociaciones y de un acuerdo entre la oposición venezolana y el gobierno de Maduro, avalado por Estados Unidos, la administración de Biden queda de nuevo en el centro de la tormenta justo a un año de las elecciones presidenciales estadounidenses. El acuerdo entre las partes implica que Maduro cumpla una serie de condiciones como liberar presos políticos, avanzar con el cronograma electoral y revisar las inhabilitaciones de candidatos –como María Corina Machado– para participar en las elecciones presidenciales. Todo ello con el fin de garantizar unos comicios libres para 2024.

Como recalcó al comienzo de este mes Juan González, asesor del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, «antes de fines de noviembre tenemos que ver un proceso para la rehabilitación de todos los candidatos y las candidatas, incluida María Corina Machado, que se quieran postular. Deben ser los venezolanos quienes decidan quiénes van a ser sus líderes. Y lo otro obviamente son los americanos que han sido detenidos injustamente. Es clave para nosotros, y la liberación continua de otros presos políticos».

Como señal de buena voluntad, Biden ordenó desmontar por seis meses las sanciones que impiden a las empresas hacer negocios petroleros y gasíferos con la nación sudamericana. Pero González aclaró en ese momento que, si Maduro no cumplía los acuerdos, Estados Unidos volvería a aplicarlas. “Hay varias opciones y podemos quitar las licencias generales en su totalidad y también hay diferentes opciones que estamos desarrollando y consultando con el Congreso”, resaltó.

Y la incertidumbre acecha el proceso. Como dice el internacionalista De Alba, “Biden heredó una política de máxima presión hacia Venezuela que impuso Trump, que trataba de forzar o de generar incentivos para romper la coalición del gobierno de Maduro y que dejara el poder. La verdad es que no hay claridad (de Estados Unidos) sobre qué hacer porque Maduro acumula un buen historial de incumplimientos en los acuerdos”. De hecho, a pocos días de terminar el plazo límite del 30 de noviembre y sin mencionar su parte, Maduro exigió a Estados Unidos levantar “de manera permanente y definitiva todas las sanciones” y abogó por iniciar “una nueva era de relaciones de respeto y de colaboración, al máximo nivel, entre Estados Unidos y Venezuela”.

El dilema de Biden

Con independencia de las decisiones que tome la Casa Blanca en las próximas semanas, para Biden el acuerdo con Venezuela representa una enorme encrucijada. Si mantiene el alivio de las sanciones petroleras y no aplica nuevas restricciones, la economía venezolana se recuperaría y eso ayudaría a bajar la presión migratoria, pero al costo de perder una herramienta para forzar el regreso a la democracia. Mientras que, si retoma las sanciones, eso frenaría las inversiones petroleras anunciadas por Maduro, asfixiaría a la economía venezolana y estimularía a sus ciudadanos a seguir huyendo de su país. Y lo peor es que nada hace pensar que Maduro, aún con sanciones, aceptaría hacer unas elecciones libres, y menos con el caudal electoral que demostró Maria Corina Machado en las recientes primarias.

Ninguno de los escenarios es positivo para Biden y los demócratas de cara a las elecciones presidenciales del año próximo. Sin más sanciones ni resultados en Venezuela, el presidente estadounidense lucirá débil frente a un renovado discurso republicano según el cual su gobierno es complaciente con las dictaduras. Pero si toma acciones contundentes ante los incumplimientos de Maduro, le cerrará el juego al negocio petrolero, con grandes repercusiones para la estadounidense Chevron y media docena de empresas de hidrocarburos que ya acordaron inversiones tras el levantamiento temporal de las sanciones. Además, es bastante probable que la frontera sur de Estados Unidos siga recibiendo un alto flujo de migrantes ilegales venezolanos.

Eso, para algunos, podría resultar desastroso. “Lo que quiere evitar el gobierno estadounidense es llegar al verano de 2024, cuando realmente coge fuerza la campaña electoral de Estados Unidos, y que haya muchísimas personas tratando de ingresar por la frontera sur y los republicanos usen eso como arma retórica para hacerse con la Casa Blanca”, señala De Alba.

Pero no todos creen que la situación migratoria influya en forma tan contundente en la intención de los votantes estadounidenses. El experto Ernesto Castañeda considera que ciertamente el tema de los migrantes en Estados Unidos sonará durante la campaña presidencial 2024, pero duda que el debate sobre la situación migratoria se traduzca en votos a favor de uno u otro partido político.

“La política migratoria es un tema importante para los latinos y para los analistas, pero a nivel electoral, aunque (a Biden) lo van a criticar mucho por tener una frontera abierta y fuera de control –que son los argumentos que los republicanos han usado por un par de décadas–, la evidencia indica que esto no está funcionando a nivel electoral”, dijo Castañeda al referirse a los resultados de las elecciones legislativas y de medio tiempo más recientes.

El experto migratorio considera que las críticas por el manejo de las fronteras no le van a costar la elección a Biden. “No veo los resultados. Hay otros temas más importantes para la gente como la economía, la defensa de la democracia, lo que pasa en Ucrania y Palestina, que tendrán un efecto más importante entre los electores”, explicó el experto en conversación con CONNECTAS. Si eso fuera así, un segundo gobierno de Biden podría desentenderse de la defensa de la democracia en el continente. En ese nuevo escenario, América Latina quedaría aún más relegada en la diplomacia estadounidense, más allá del caso venezolano.

Para los expertos, Estados Unidos hoy observa al subcontinente de una manera distinta. Castañeda sostiene que la atención hacia la región no ha mermado y, de hecho, cree que hay mucha cooperación por parte del gobierno de Biden, aunque centrada en detener la migración ilegal.

“A nivel de gobiernos, la migración ha sido un punto de encuentro que ha traído coaliciones importantes con países de la región. La regulación del tema migratorio ha creado muchas alianzas, cooperación y fondos desde Estados Unidos y Canadá hacia México, Centro y Sudamérica”, apunta Castañeda.

Pero De Alba resalta que el balance de la política exterior de Estados Unidos hacia América Latina es más negativo que positivo. Cree que las expectativas eran altas sobre Biden, sobre todo luego del gobierno de Trump, y se esperaba el regreso de Washington a la escena regional. “La política exterior de Biden tiene muy pocos resultados que destacar. El Gobierno de Estados Unidos pudo haber hecho mucho más para fortalecer sus vínculos, tanto institucionales como económicos, con la región”, explica.

El escenario que quedará tras este gobierno Biden será muy distinto, sobre todo si Donald Trump regresa a la presidencia. Cada vez más latinoamericanos desconfían de la democracia y, para rematar, la creciente influencia de China en el subcontinente podría complicar el regreso de Estados Unidos a la escena regional. Cuando lo haga, podría ser demasiado tarde.

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