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viernes, 17 mayo, 2024

Tras ocho horas de espera, Lisbeth Ramírez fue enterrada en medio de la oscuridad

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Pese a la oscuridad y la distancia, un grupo de personas se concentró para despedirse de Lisbeth Ramírez | Foto: Lorena Bornacelly

San Cristóbal.- La mañana del sábado 20 de enero fue muy agitada para la familia Ramírez Mantilla, pues al conocer la información de que sería entregado el cuerpo de Lisbeth Andreína iniciaron los trámites necesarios para trasladarla al Táchira, con ayuda de miembros de la Asamblea Nacional, quienes los acompañaron en todo momento en Caracas y Táchira.

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Desde la capital de Venezuela les confirmaron a los familiares que sería en el Jardín Metropolitano, a las afueras de San Cristóbal, donde se les permitiría enterrar a la joven, por eso sus papás, hermanos, sobrinos, vecinos y demás miembros de la sociedad civil comenzaron a concentrarse desde la 1 de la tarde para esperar y darle el último adiós a Lisbeth Ramírez.
Dos de los hermanos estaban en Caracas e hicieron lo necesario para el traslado, pero las autoridades militares condicionaron que llegaría directo al cementerio, sin actos fúnebres ni algún otro ritual religioso.
«Estábamos indignados porque queríamos un funeral, ella se merecía ese homenaje, pero realmente necesitábamos era llegar al Táchira para que mis papás dejaran de sufrir. Todo fue muy injusto e inhumano. Cuando llegamos a Maiquetía nos quitaron los celulares y no pudimos avisarle a nuestra familia dónde estábamos o cuánto tardaríamos en llegar», relató a El Pitazo Ángel Alfredo Ramírez, el hermano de la mujer de 29 años.
Con el transcurso de las horas, la ansiedad de la familia crecía. No tenían comunicación con sus otros parientes que se trasladaban con el cuerpo y estimaron la hora de llegada a las 6:00 pm, luego de saber que el avión militar había aterrizado en Maracaibo, estado Zulia.

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A las 6:30 de la tarde, tras la demora en la llegada de quienes estaban en Caracas, creyeron que no sería en el Jardín Metropolitano, sino en el cementerio de La Consolación, ubicado en la autopista San Cristóbal- La Fría, a la altura de Caneyes. Todos se alertaron y subieron a sus vehículos, pero no se movieron del sitio.
Con la confusión y la falta de información, voluntarios salieron del cementerio Metropolitano y se apostaron en distintos puntos de la vía que conduce desde el aeropuerto de Santo Domingo del Táchira hasta el elevado de Puente Real, sitio donde se determinaría el destino del cuerpo de Lisbeth. «Si cruzan a la izquierda, van al Metropolitano; si siguen derecho, van a Caneyes» fue la instrucción dada a los motorizados.

Desde la 1 de la tarde esperaron hasta las 8 de la noche en un cementerio y luego debieron trasladarse a otro | Foto: Lorena Bornacelly

A toda velocidad para despedirse…

Fue hasta las 8:00 de la noche cuando entregaron los celulares a los familiares que viajaban con el cuerpo de Lisbeth Ramírez y pudieron decirle a quienes estaban en el cementerio Metropolitano que no sería allí el entierro, sino en Caneyes.
Con rapidez y angustia todos salieron del cementerio en caravana rumbo al nuevo sitio. Al llegar a Caneyes la tensión creció, pues cuando ingresaron aproximadamente 20 carros y un autobús, los trabajadores y la Policía Nacional Bolivariana (PNB) cerraron el acceso. Los familiares y amigos de Lisbeth Ramírez, entre gritos y empujones, abrieron nuevamente las puertas, pues, pese a que eran las 8:45 de la noche, muchas personas los acompañaban.
«Yo estoy aquí aunque no la conocía, pero vengo a despedirla porque su sacrificio fue por mi y por todos los venezolanos», decía una mujer mientras subía la cuesta que separaba los carros de la fosa. Junto a ella, aproximadamente más de 100 personas ajenas a la familia fueron a despedirse de Lisbeth Ramírez.

El velorio de pocos minutos…

Además de la familia, muchos tachirenses también se acercaron al cementerio para el entierro nocturno. | Foto: Lorena Bornacelly

El cuerpo de la mujer, junto con sus dos hermanos, llegaron al cementerio primero que la caravana que se trasladaba desde otro municipio, por ello estaba en una pequeña capilla y quienes iban llegando podían entre lágrimas y asombro, despedirla y rezar.
«El cuerpo de mi hermana fue entregado todo forrado como por una bolsa de esas de cadáveres que utilizan los policías. Estaba cubierta por completo, no se le veía la frente, la boca ni la mitad de su cara. Solo un ojito y parte de la nariz. Eso demuestra cómo la habrán dejado», dijo su hermano.
Un pastor de la iglesia a la que ella acudía logró dar un sermón, cantaron pocas canciones y por aproximadamente 15 minutos hubo un funeral improvisado para que quienes estaban allí lograran dar el pésame a la familia.
Al canto del Himno Nacional recorrieron una pequeña cuesta para enterrarla. Sus papás, hermanos, cuñados y sobrinos lloraban desconsoladamente, pues en medio de la oscuridad despedían a quien consideraban el miembro más noble y especial de su familia.

Sin precedentes…

Un vecino de Lisbeth Ramírez prestó su autobús para trasladar a quienes querían acompañar a la familia. | Foto: Lorena Bornacelly

Por primera vez, en 14 años, el cementerio La Consolación, en Caneyes, trabajó luego de las 6 de la tarde, pues usualmente hasta esa hora es el horario de los trabajadores. Sin iluminación en el camposanto, con dos trabajadores alumbrados con celulares y un carro dieron sepultura a Lisbeth Andreína Ramírez Mantilla.
«Nunca habíamos estado en un cementerio de noche, nunca habíamos trabajado a esta hora, es primera vez que vemos una situación así. Nos avisaron que debíamos quedarnos aquí y eso hicimos y sorpresa nuestra es por esto», dijo uno de los sepultureros.
Lisbeth Andreína Ramírez Mantilla era la única mujer que se encontraba con Óscar Pérez cuando se inició la masacre de El Junquito. Era tachirense, enfermera, estudiante de odontología y una persona muy querida por su familia y vecinos, quienes la describieron como humilde y colaboradora.
 

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