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sábado, 18 mayo, 2024

Vivir en la miseria | Viviana y sus seis hijos viven de pellejos de pollo y agua de bollito

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Es una casa grande, pero está prácticamente vacía, sin muebles ni mesas. Es como si se entrará a un sitio que ha estado abandonado por mucho tiempo; hay humedad, el olor a cloaca es penetrante y la pintura de las paredes está tan deteriorada como la condición del piso. Todo indica que el lugar está solo, pero no lo está. Por el contrario, allí viven 18 personas que pasan los días resolviendo cómo sobrevivir al hambre y a la miseria.
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Viviana Colmenares es la cabeza de este hogar ubicado en la escalera “Los Padres” del barrio Agricultura de Petare. A sus 25 años ya tiene 6 hijos, el mayor es una niña de 10 años y el último un bebé de 16 meses que aún se alimenta de la única comida garantizada en esa casa: la que provee los pechos de su madre.

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Y aunque ya cuatro de sus hijos están en edad escolar, solo el mayor está asistiendo al colegio porque el resto no tiene zapatos ni uniformes y así no los puede inscribir, según cuenta Viviana. Con ella viven también dos primas con sus hijos, el esposo de una de ellas y una mujer con dos bebés a la que le alquilaron un pequeño espacio hace muy poco.

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Todos están allí porque no tienen vivienda, están sin trabajo o no consiguen donde quedarse y les toca refugiarse en esta casa familiar que pertenece a la madre de Viviana.

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Ni Viviana ni su esposo tienen empleo y se ayudan vendiendo café en Petare cuando consiguen el producto | Fotos: Vanessa Tarantino

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Los cinco adultos del grupo apenas logran trabajar a destajo y “cuando se puede”, por lo que el hambre no abandona esta casa. “A veces vendo café, pero ahorita que está tan caro y no se consigue yo no puedo. Algunos días mi mamá y mis hermanos me ayudan, otros voy donde mi abuela y le limpio y me dan algo”, cuenta.

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Viviana alimenta a sus 6 hijos y a su marido con lo que viene en la caja del Clap, pero “con tanta gente eso no dura ni una semana”. Entonces, le toca comprar yuca, pellejitos de pollo o pedir algo a los vecinos o a las monjas de la comunidad en la que vive.

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“En un día que logro vender café hago 120.000 bolívares con los que compro yuca y pellejitos de pollo que sofrío. A los niños les preparo también agua de bollitos de masa con leche y se lo toman como tetero… Ellos hasta ahora nunca se me han acostado sin comer y gracias a Dios están en un comedor popular”, dice Viviana.

Mi esposo se quedó sin trabajo hace 3 meses porque el restaurante en el que estaba cerró. Y yo, claro que me siento asfixiada, que quisiera vivir diferente, en algo más bonito, donde uno consiguiera comida y cosas para sus hijos, pero qué voy a hacer”, reflexiona Viviana.

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Ella asegura que ha intentado darle una vida mejor a sus hijos e incluso, tomó la decisión de enviar a los cinco más grandes con su padre para que estuvieran menos “apretados”, pero el hombre los regresó a las pocas semanas sin nada de ropa y “peor que antes”. Ahora la poca ropa que tienen viene de donaciones de vecinos y organizaciones y hasta hace muy poco la bebé de la casa dormía en una cobija en el piso, pues no contaban con una cama para ella. La donación de una cuna, por parte del programa Alimenta Solidaridad, resolvió esta pequeña situación en un mar de problemas.

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Y las angustias no faltan. La más pequeña de esta numerosa familia, Osiris Colmenares, hace poco comenzó a convulsionar. Viviana cuenta que tuvo amibiasis y “creo que por eso convulsionó, pero no la he llevado al médico. Vamos a ver cómo sigue”, dice esta madre como quien confía en la intervención divina y está convencida de que la ayuda de Dios y las “matas” que le da a su hija para suplir las medicinas ayudarán a combatir cualquier enfermedad que la niña pueda tener.

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En la casa viven 18 personas, 13 de ellos niños a los que alimentan con lo que pueden encontrar pidiendo o con trabajos a destajo | Fotos: Vanessa Tarantino

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“Cuando alguno se siente mal les doy la matica de atamel, les hago un guarapo, les doy hierba mora u orégano… Qué más puedo hacer si llevarlos a un hospital es carísimo y a veces no tengo dinero ni para pagar la camionetica que me va a llevar a Petare”, relata Viviana, quien admite que no tiene posibilidades económicas para comprar ninguna medicina.

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Viviana no tiene cocina, así que todas las preparaciones las hace en un reverbero instalado dentro del cuarto, lo que genera un penetrante olor a quemado que no se va de la habitación. Claro que le gustaría vivir mejor, y se arrepiente un poco de solo haber alcanzado el 6to grado de instrucción escolar cuando salió embarazada por primera vez, pero trata de “vivir con lo que se tiene”.

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“Nunca me ha gustado pedir y creo que siempre he tenido una mala situación, pero estoy peor que nunca y no sé a quién hay que acudir para resolver las cosas y volver a tener comida para darle a mis hijos. Eso es lo más importante”, dice.

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