La asociación civil, con más de 15 años de trabajo en favor de la infancia venezolana, ofrece un espacio en el que niños con enfermedades crónicas recuperan la posibilidad de soñar, reír y jugar, mientras se realizan sus tratamientos en centros de salud. La casa ha acompañado con todos los requerimientos de hospedaje, comida y esparcimiento a más de 6.600 familias desde el año 2005. El Pitazo reunió tres de esas historias de valentía, solidaridad y resiliencia

Desde que nació, Cristian Flores ha tenido que abrirse su propio camino. A sus nueve años de edad, cuenta más idas al quirófano que a los parques. Una malformación congénita le impide caminar, pero esto no lo ha detenido. El niño llegó a la Casa Ronald McDonald, desde Puerto Ordaz, con su abuela materna, Maritza Zapata. Habían pasado más de tres años recorriendo hospitales, organismos públicos e instancias de gobierno en busca de una mínima posibilidad de recuperación; de un instante de movilidad.

Cristian Flores y su abuela ocupan una de las nueve habitaciones que hoy tiene habilitadas la Casa Ronald McDonald para atender a niños de toda Venezuela. Cada uno de ellos son recibidos sin ningún costo, y pueden permanecer en las instalaciones mientras cumplen sus duras jornadas de tratamiento por alguna condición delicada de salud.

A Cristian lo acompañan en esta travesía, desde otra habitación, Monserrat, una niña de cuatro años que sufre de parálisis cerebral infantil e hipertonía; y un poquito más allá está Pilar, diagnosticada en 2018 con una leucemia linfoblástica aguda.

Lo que sigue es el relato de cuatro historias: las de tres niños quienes, gracias al cobijo que reciben, buscan esperanzados superar sus limitaciones de salud, y la de una institución que ofrece sus cálidos espacios para acompañarlos en sus luchas.


Literalmente, Casa Ronald fue nuestro gran apoyo. Fue ese ángel que mandó Dios


Maritza Zapata, abuela de un niño warao con desviación de cadera

La casa que hospeda la esperanza

El sol nunca se oculta en la Casa Ronald McDonald, situada al inicio de una pendiente en la avenida principal de Valle Arriba, municipio Baruta al este de Caracas. A ella llegan niños de toda Venezuela acompañados de sus familias y, sin ningún costo, pueden quedarse temporalmente mientras cumplen sus duras jornadas de tratamiento.

La estructura está acondicionada con 24 habitaciones, cada una diseñada para un niño y su acompañante y cuentan con una litera, un televisor y un baño. Sin embargo, debido a las restricciones por el coronavirus, desde marzo de 2020 funciona a un tercio de su capacidad, explicó Rafael Romero, gerente de Comunicaciones McDonald ‘s Venezuela y voluntario de la Asociación Civil Infantil Ronald McDonald de Venezuela. Este es el capítulo local de una prestigiosa red global de albergues, adaptados a las necesidades de los más de 60 países en los que están presentes. Esta labor tiene más de 40 años con un balance de sanación a su favor. 

Por su diseño, la brisa parece correr como un niño más en el largo corredor, flanqueado por las habitaciones distribuidas entre la planta baja y el primer piso. Al final del pasillo se encuentran los tres módulos de cocina, en donde los adultos se reparten la preparación de las comidas para todos. Un lugar de reencuentro, de aliento, para alimentar el cuerpo y el ánimo, según el relato de algunas de las madres. 

Un sueño indetenible 

Cristian es un niño de la etnia  warao que llegó a la Casa Ronald McDonald desde el estado Bolívar, en febrero de 2020, y requiere de una reconstrucción de cadera. El proceso que le permitiría ponerse de pie, por primera vez en su vida, ya empezó. 

Gracias al auspicio del hospital Ortopédico Infantil, centro de salud que gestionó su ingreso al refugio, el 27 de febrero del año pasado Cristian fue operado. Aunque del pabellón salió enyesado, debido a las medidas impuestas para controlar la pandemia, no pudo iniciar su etapa de rehabilitación, indicada para estimular su capacidad motriz. Ocho meses después, el 27 de octubre de 2020, por fin inició las terapias. Una espera que parece mínima para todo lo que han aguardado.


Acá hay familias que han vendido todo con tal de conseguir la salud de sus niños

Maritza Zapata, abuela de un niño warao con desviación de cadera

Actualmente, el niño está a la espera de una segunda operación. Pero una nueva traba ha obstaculizado la cirugía que allanaría el camino hacia su meta. Para el procedimiento quirúrgico se requiere de una placa de metal que cuesta alrededor de 1.400 dólares. Su abuela inició los trámites para gestionar la adquisición mediante donaciones en instituciones privadas y gubernamentales, pues no poseen los recursos. Cristian es el menor de siete hermanos, por lo que, dada su condición, su abuelo se hizo cargo de él desde sus primeros días de nacido.

La abuela Maritza insiste en que devolverse a Puerto Ordaz sería una sentencia de incapacidad para Cristian. Por eso, agradece a la Casa Ronald McDonald el abrigo mientras alimenta el sueño de ver a su nieto caminar. Cualquier ayuda se puede canalizar a través de la cuenta en Instagram de la ONG @casaronaldvzla.

“Los padres no tenemos ningún movimiento económico porque estamos dedicados 100% a la recuperación de nuestros niños. Acá hay familias que han vendido todo con tal de conseguir la salud de sus niños. Literalmente, Casa Ronald fue nuestro gran apoyo. Fue ese ángel que mandó Dios para que, por lo menos, en cuanto a casa, alimentación y bienestar, no sufran los pequeños. Acá, en Caracas, es donde está la tecnología para ayudarlos. en Puerto Ordaz lo tuve en los mejores centros de rehabilitación desde los siete meses de nacido, pero nunca conseguí el avance que aquí se ha logrado”, dice entre suspiros Maritza.

El canto de Monserrat

Monserrat tiene cuatro años y ya canta, baila e interactúa con el celular de su mamá. Estos gestos que sonarían típicos en una niña de su edad en este tiempo, son descritos como toda una proeza por su madre, Lauris Jiménez, de 30 años. Ambas son oriundas de Carúpano, estado Sucre, desde donde vinieron en el año 2019 para consultar otras opiniones sobre su caso. A Monserrat Jiménez le detectaron una parálisis cerebral infantil e hipertonía en su primer año de nacida. El diagnóstico fue la explicación a la falta de tono muscular y la lentitud para el aprendizaje de la niña. 

“A partir del año se le empezaron a ver los síntomas. Porque no caminaba, no hablaba. No tenía desarrollada toda la parte motriz, como la tienen todos los niños a su edad con su desarrollo normal. Entonces, se le empezaron a hacer terapias en Carúpano, pero allí no todos los especialistas que se requieren. Había un solo neurólogo y él siempre me dijo que por su condición estaba bien. Hasta que me la vio un especialista de Caracas que fue a Carúpano”, cuenta. 


En Carúpano no hay dónde hacer terapias, ni suficientes especialistas. Había un solo neurólogo


Lauris Jiménez, madre de una niña con parálisis cerebral infantil

La condición de Monserrat es consecuencia de un parto prematuro. Nació de cinco meses y pesó solo un kilo. “Me cabía en la palma de la mano”, recuerda Lauris sin temor a exagerar. La bebé pasó solo 15 días en incubadora, hecho que para Lauris refleja el espíritu de lucha de su hija. “No requirió más tiempo porque ella nació respirando, nació llorando. No necesito que la intubaran o que la conectaran a ningún aparato”, agrega sobre su única hija.

El pronóstico médico no daba muchas esperanzas de vida para la niña. Desde el primer mes de nacida las visitas a hospitales se volvieron habituales. “Hemos estado de hospital en hospital, con diferentes medicinas y más que nada fisioterapia, pero solo aquí conseguimos mejoría”, señala. En marzo de 2019, con su admisión en la Casa Ronald consiguió un punto de equilibrio. Los viajes de Carúpano a Caracas se redujeron al mínimo. El albergue les ha servido de refugio en los momentos difíciles y de hogar para crecer. Allí su hija aprendió a cantar y en esas notas ha hallado el remedio que le han brindado más alivio.

Pilar de amor 

En el año 2018 la maternidad de Rosangélica Díaz dio un vuelco inesperado. A su hija, Pilar Díaz, de 5 años de edad, le consiguieron células malignas en la médula ósea. Previamente, había pasado 15 días consecutivos con una fiebre incontrolable, que fue atendido como una infección viral por su pediatra. Un mes después, con los ganglios inflamados, la llevaron nuevamente al médico. Los resultados de los análisis de laboratorio anticipaban un cuadro más complicado que una afección viral, intuía la joven madre. 

El déficit de personal especializado en Guárico, de donde son originarias, la obligó a trasladarse a Caracas para dar con un hematólogo. El especialista confirmó la sospecha de Rosangélica. En octubre de 2018, Pilar fue sometida a los primeros tratamientos para controlar el avance de la leucemia linfoblástica aguda, que había alterado sus valores hematológicos y amenazaba desde su desarrollo hasta su vida.


Todo lo que había que hacerle para tratarla tenía que hacerse en Caracas


Rosangélica Díaz, madre de una niña con leucemia linfoblástica aguda

“El único hematólogo que atendía en el hospital de Valle de la Pascua estaba de vacaciones y solo atendía por consulta privada. La llevamos a la consulta y el doctor le mandó a hacer otra hematología. Ahí mismo me la evaluó y fue donde me dio el diagnóstico. Al principio fue fuerte, cuando me lo dijo. Después me explicó todo el proceso. Me la refirió a Maracay, que es donde yo tengo familia, pero todo lo que había que hacerle para tratarla tenía que hacerse en Caracas. Fue allí cuando buscamos opciones para quedarnos en Caracas”, narró.

Con el inicio del tratamiento, que ha consistido fundamentalmente en quimioterapias, Pilar mostró un avance significativo. La acogida en la Casa Ronald Mc Donald en febrero de 2020, les dio estabilidad. De no ser por este alojamiento gratuito hubiesen tenido que interrumpir las terapias. Antes del ingreso, la niña tuvo una recaída que ha superado. Rosangélica agradece no solo el techo, sino el soporte emocional que ha recibido luego de casi un año de hospedaje. Más que unos muros y un cuarto donde dormir, asegura, encontraron un asilo para sanar. 

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