“Yo siempre andaba como un chompín. Mi camisita bien planchada, que se le vieran los filos, los pantalones de tela bien arreglados, las medias del mismo color que el pantalón y los zapatos pulidos”. Así se recuerda a sí mismo Luis Useche, quien ahora tiene 73 años y trabajaba como “oficinista” en una dependencia del Gobierno archivando papeles. Aunque su trabajo no le exigía uniforme, guardaba en su escaparate las camisas para trabajar, las de ir a misa y las de ponerse con el flux “cuando había una fiestecita”.
Este extrabajador público ahora está sentando en una esquina de Maracaibo vendiendo arroz, pasta, y café en bolsitas plásticas. Con el efectivo que le da la pensión ―la que le toma tres días cobrar― va al centro de la ciudad, “compra alguito” y con eso se rebusca.
Ahora viste unos jean que debe amarrarse a la cintura con un cinturón que casi le da dos vueltas. Los tiene abotonados encima del ombligo, están tan lavados que comienza a transparentarse en el área de los muslos. Encimas de los bolsillos posteriores, exhibe una serie de agujeros.
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