Romance de la pena negra para Maracaibo en IX escenas y un epílogo

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Por: Sarita Chávez

Escena I. “Veo a Maracaibo como una casa de gente pobre que se va deteriorando y no hay cómo refaccionarla y pintarla. Lo veo en espacios públicos y privados. Los árboles se secan, las paredes se caen y los letreros de los comercios se ven desvaídos. Pero destaca la presencia de algunos edificios o centros comerciales que ‘florecen’ en medio del desierto”.

Politóloga, antropóloga y docente en la Universidad Rafael Urdaneta (URU), María Alexandra Semprún pasea su recuerdo y su visión actual por la ciudad. Ha palpado in situ la crisis de la metrópoli porque vive aquí. Conoce de lo que habla porque es zuliana de muchas generaciones atrás. En otras palabras, le es fácil hacer contrastes históricos sobre Maracaibo.

Escena II. El 20 de marzo de 1970 la piqueta cae sobre El Saladillo, tradicional barrio de Maracaibo que nació como caserío a finales del siglo XVII. Ese día del siglo XX aparece el buldócer en los predios saladilleros, presencia impuesta por el Gobierno central de Rafael Caldera para comenzar a derribar las antiguas y populares viviendas del casco central e instaurar un supuesto progreso que nunca llegó a la zona.

Se inicia entonces un período de historia oscura para Maracaibo, aunque muchos no lo perciban. Quizás la piqueta, complaciendo órdenes centralizadas, es un mal presagio de lo que viviremos como ciudad décadas después. Una pena honda, profunda, se adueña de los vecinos del famoso barrio, quienes pronto serán migrantes dentro de los propios espacios de la urbe.

Algunos historiadores y periodistas, junto a los saladilleros, se convierten en el corifeo de la tragedia y en la Soledad Montoya del poema lorquiano Romance de la pena negra. Y tal como la gitana del poeta granadino, se internan en una especie de monte oscuro por la angustia ante lo perdido. Pero es inútil: la destrucción sobreviene y no vale la protesta de los pocos porque los muchos no se dan por aludidos. 

Escena III. El 8 de septiembre de 1529, hace 492 años, Ambrosio Alfínger realizó la primera fundación europea de Maracaibo, a la que llamó por su nombre original, derivado de Maara-iwo, como la denominaron los indígenas, quienes llegaron al territorio hace 16.000 años, aproximadamente. Alfínger venía en representación de los banqueros Welzares, acreedores de Carlos, rey y emperador de España y Alemania. Este alemán y sus acompañantes instalaron una ranchería, pero solo duró hasta 1535 porque los indígenas nos les daban tregua. Pero por sobre todas las posibles causas, el fracaso se explica por la aridez de la tierra, ausencia de suministros y de ríos. La falta de agua prácticamente los espantó de esta tierra.

Escena IV. “No cabe duda de que el mayor deterioro es físico. Es evidente porque la disminución de inversiones públicas y privadas en infraestructura ha sido impresionante”, explica Karledys García, periodista y antropóloga, quien ha trabajado en diversos estudios de consultoría para empresas privadas de Venezuela, Colombia, Panamá y Catar, y en otros tres sobre hábitos de consumo en los sectores gastronómico y de cuidado personal en Maracaibo. Además se ha desempeñado en el Laboratorio de Antropología Social y Cultural de la Universidad del Zulia. 

Mantener lo que había se hace difícil para los empresarios –añade la antropóloga del espacio—, y de esto dan fe los mismos condominios, que se ven en apuros para mantener sus propiedades dadas las circunstancias económicas actuales. “Muchas edificaciones han sido vandalizadas. Fue impactante ver cómo saquearon el emblemático edificio Regional, donde hace algunos años funcionó el City Bank, en la avenida 5 de Julio con Delicias”, comenta.

Escena V. Es melancolía lo que destilan las letras de emigrantes venezolanos con las que nos topamos casi a diario en las redes. Nos atrevemos a pensar que la mayoría de los que se fueron, huyendo como quien huye de la peste, siguen con su espíritu sembrado en estos linderos. Quienes se fueron quisieron dejar atrás la falta de alimentos, transporte, gas, gasolina, las noches y los días sin electricidad, la ausencia de salud, la inseguridad, la casi inexistencia de comunicaciones telefónicas y de conexión a internet. No podemos pasar por alto el enorme deterioro y el saqueo inmisericorde a que ha sido sometida la centenaria Universidad del Zulia (LUZ), fuente determinante de la vida cultural de Maracaibo.

Estas pesadas cuentas de rosario las dejaron atrás quienes, con el alma en la mano, decidieron irse. Pero siguen con el corazón en vilo y la mirada perpleja, puesta sobre la tierra de origen.

«—¡Qué pena! Me estoy poniendo de azabache, carne y ropa», dice Soledad Montoya. Y de azabache se han ido poniendo los nuestros que están afuera por imposiciones y decisiones de otros.

Escena VI. Fracasó Alfínger en la fundación europea de Maracaibo, que tuvo como propósito el poblamiento real y efectivo para asegurar la posesión del territorio. Sin embargo, por ser un lugar estratégico se intentó de nuevo. Le tocó después a Alonso Pacheco, quien fundó a Ciudad Rodrigo en estos predios el 6 de agosto de 1569. Pacheco persistió porque tuvo la visión de aprovechar la vía acuática que ofrecía el lago de Maracaibo, más corta para llegar a la Nueva Granada. Tampoco hubo éxito en esta oportunidad.

El objetivo lo logró, finalmente, Pedro Maldonado, quien fundó a Nueva Zamora de la Laguna de Maracaibo en 1574. Muy empecinados estuvieron los europeos porque sabían que el espacio lacustre marabino y todas sus rutas fluviales ayudarían a incrementar la actividad comercial con pueblos del Norte de Santander, en la actual Colombia. 

Maracaibo los conectaba con el mar Caribe para enviar productos —aquellos que se producían en las regiones cercanas y que eran acopiados en el puerto marabino— a otros puntos de América y Europa. Desde esta localidad se enviaban hortalizas, carne, jamones, cuero, cacao, tabaco, trigo, algodón, lienzos, entre otros, y a ella llegaban vino, aceite, hierro, acero y esclavos.

Durante los siglos XVI, XVII y XVIII Maracaibo se asentó, creció como ciudad y afianzó su hegemonía, según palabras del historiador marabino Rutilio Ortega. Ya en el siglo XIX la metrópoli era muestra de cómo había logrado crecer gracias a su condición de ciudad puerto. Por esta razón llegaron a esta tierra norteamericanos, europeos y caribeños para explotar las riquezas de los campos productores, instalar casas comerciales y producir. Esto fue decisivo para el florecimiento económico y cultural de este punto geográfico.

Escena VII. “Ciertamente, hay menos carros y unidades de transporte público, pero la gente camina. Quizás por esto no se ve sola la ciudad”, dice María Alexandra Semprún.

En su momento de intervenir, Karledys García refiere que el transporte casi no existe. Lo que se ve es “la agonía del sistema de transporte público. Su muerte fue una pérdida terrible para la ciudad”. “Sabemos que la corrupción y la ausencia de una estructura institucional que permitiera que el sistema fuera autosustentable —agrega— es capaz de acabar con todo, y eso fue lo que pasó”. Algunas unidades trabajan, indica, pero no son suficientes para una ciudad como Maracaibo y su servicio está muy por debajo de lo que había.

Esta antropóloga habla de que la casi total desaparición del transporte incidió para la aparición de un fenómeno prácticamente desconocido en la urbe: la fragmentación de la ciudad. Antes era usual que los que vivían en el sur, por ejemplo, se desplazaran al norte o a cualquier otro punto porque allí estaban sus puestos de trabajo, pero ya no es así. Hoy se prefiere buscar empleos en las cercanías de la propia vivienda para facilitar la movilidad.  

Escena VIII. El Estado está ausente y por ello están casi desaparecidos los servicios públicos, que garantizan un estado de bienestar. Baste un ejemplo para hacer ver la enorme crisis: hay zonas de Maracaibo que tienen tres años o más sin recibir una gota de agua, y quienes la reciben, cada 22 días, abren las llaves y se enfrentan a un suministro achocolatado por la cantidad de barro. ¡Envían agua sin tratamiento!

Es cierto que muchos de estos problemas los padece todo el país, pero también es verdad que muchos de estos sinsabores, como el de la persistente ausencia de electricidad, son más intensos en Maracaibo y en el resto del Zulia. Es algo desmedido si se piensa que esta fue la segunda ciudad de Venezuela después de Caracas; que Maracaibo es la capital del que fue el mayor estado petrolero de la nación; que fue la primera de Venezuela en tener energía eléctrica (el 28 de octubre de 1873 se iluminó la plaza Bolívar y en 1888 se fundó la primera empresa estable) y la primera en crear un banco (Banco de Maracaibo, fundado en 1882), lo que habla del crecimiento económico que hubo a partir del siglo XIX.

Ante esta crisis humanitaria compleja que enfrentamos con nuestro mejor ánimo y espíritu, no queda sino hacernos la pregunta que se hizo la escritora Laura Restrepo en relación con Medellín: ¿en qué momento se jodió Maracaibo? Es obvio que la crisis se venía tejiendo subrepticiamente, aunque a veces despuntaban ciertos episodios críticos, pero es palpable e innegable que desde el año 2017 se nos vino el tsunami encima. Nos arrolló e intentó ser definitivo en su objetivo. ¿Moriremos?

Escena IX. En el siglo XX ocurre la aparición del petróleo en predios zulianos. Desde 1917 era un hecho notable, pero la certeza de la gran riqueza petrolera ocurrió el 14 de diciembre de 1922 a las siete de la mañana con el reventón de El Barroso, pozo petrolero de la Costa Oriental del Lago. Históricamente hablando, hasta hace unas horas fuimos la ciudad y el país del petróleo.

Epílogo a tres voces

Fue el propio Federico García Lorca quien afirmó, al hacer referencia a Soledad Montoya en aquellos lejanos años treinta del siglo XX, que ella es “concreción de la Pena sin remedio, de la pena negra, de la cual no se puede salir más que abriendo con un cuchillo un ojal bien hondo en el costado siniestro”. 

Les preguntamos a las dos antropólogas si creen que podremos reconstruir nuestra ciudad, esta especie de Troya que nos está quedado en las manos. Karledys García responde: “No nos hemos acostumbrado al deterioro de la calidad de vida, pero los marabinos nos hemos convertido en expertos en diseñar estrategias de sobrevivencia”. Luego da su veredicto final: “Estamos luchando, y cuando todo esto pase, porque va a pasar, habremos aprendido mucho”.

En su turno, María Alexandra Semprún apela a su bagaje político: “Recurro a una frase que los millennials repiten mucho y que los boomers nos hemos apropiado: ‘No tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas”.


SARITA CHÁVEZ |

Periodista / Estudios de pregrado y posgrado en Filosofía (LUZ).

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