Caracas.- Con la migración, el talento venezolano ha llegado a todos los rincones del mundo. En el ámbito musical, se destaca Javier Rodríguez, un flautista oriundo de Monagas que ha llevado sus melodías hasta Francia.
Rodríguez contó a El Pitazo que participa en distintos proyectos y colabora con distintas orquestas en Francia que lo contactan para realizar presentaciones de flauta.
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Javier Rodríguez explica que, desde la perspectiva de un migrante venezolano, la barrera es la misma en el mundo de la música que en la vida en general: el idioma.
«Incluso si la música es un lenguaje universal, es importante que un músico profesional pueda expresarse con precisión, sobretodo en momentos de querer trabajar detalles sutiles en distintos caracteres musicales, con distintos colegas, por ejemplo. Esto puede hacer que una obra musical suene completamente distinta (…) Al ser venezolano, tengo un sonido distinto (al tocar flauta) a los que se pueden encontrar acá, por lo que buscan esa particularidad que tengo», señala el músico.
El flautista explica que esto ocurre debido a que, al tener idiomas distintos, la manera de articular las palabras y sonidos también es diferente; lo mismo ocurre al momento de tocar la flauta. Asegura que un sonido de flauta por parte de un venezolano y un francés jamás será igual, debido a que cada uno tiene una manera de articular.
De academias de Venezuela a maestrías en Francia
Rodríguez no ha dejado a un lado sus raíces. Dice que cuando siente nostalgia por su país, tiene la necesidad de disfrutar la comida típica, hablar en español. «Emocionalmente no ha sido tan fácil, y sobre todo, ver que no soy el único al que le ocurre. Tengo muchísimos amigos músicos que viven en Francia y a veces hablamos de Venezuela, sobre cómo está la gente, cómo llevan ellos la migración», dice.
El flautista, de 30 años, nació en Maturín, Monagas. Desde su niñez, la música formó parte fundamental de su vida gracias a su madre, quien toca mandolina y violín. «Mis primeras notas de música fueron con ella en la casa. Yo cantaba mucho y recitaba poesía con mi abuela».
Al notar su pasión por el mundo musical, decidieron inscribirlo en la Escuela de Música de Maturín José Gabriel Núñez Romberg, donde tomó clases de percusión en el kinder musical. Luego, entre sus 9 y 10 años, comenzó a practicar flauta dulce y luego flauta trasversa.
Tuvo la oportunidad de graduarse como bachiller en Caracas, donde se integró al Conservatorio Simón Bolívar, a la Academia Latinoamericana de Flautas y al Sistema de Orquestas. Cuando cumplió 19 años, decidió irse a Francia donde obtuvo el equivalente a una licenciatura en el Conservatorio Superior de Lyon, y luego obtuvo una maestría en flauta y piccolo en el Conservatorio Superior de París; además de complementar sus estudios con un diploma de pedagogía.
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«Es mi profesión, pero más que una profesión, tocar flauta es necesario para mi. Me complementa, me siento bien. Realmente es como sí, es como una necesidad. Para mí la música está en contacto con el arte. Y y si no estoy tocando, estoy escuchando o estoy yendo a alguna exposición», dice el venezolano.
«Tuve que reflexionar mucho mi forma de tocar, aprender a cómo mejorar. Hay un momento de la trayectoria en que los profesores te dicen cosas, pero tú tienes que integrarlas para ver cómo es que te funciona a ti, cómo lo asimilas y cómo lo puedes adaptar a tu firma. He tenido que reflexionar mucho durante todos estos años y ha sido bastante interesante y constructivo para mí, como persona y como músico«, expone el flautista monaguense.