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viernes, 3 mayo, 2024

Yolyter Rodríguez: Cuando se paraliza la mitad de la vida

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Caracas.- «Yo me acerco la mano a la cara sin siquiera tocármela, y siento una presión, un cosquilleo en la parte de atrás de la cabeza».
No es un fenómeno congénito ni tampoco un trastorno psicológico. Con sus 58 años Yolyter Rodríguez está pasando el impacto más grande de su vida, una larga recuperación tras ser herida en una manifestación caraqueña.
El pasado 2 de abril, cuando comenzaron las protestas en el país, Yoly –como le dicen sus allegados– no se imaginaba lo que le ocurriría 30 días después. Era una mujer activa que cruzaba Caracas en ocho horas, analizando riesgos en su trabajo con corretajes de seguros, sin embargo, el riesgo personal lo pasó por alto.

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Rodríguez era una mujer activa de las que no podía quedarse quieta. Aunque su lenguaje es fluido y calmado, cuando habla de sus derechos, de Venezuela y del civismo, que a su juicio se ha perdido, la fuerza entra en sus palabras. Esa misma fuerza la impulsó a manifestar desde el primer día que la oposición venezolana decidió salir a rechazar al gobierno de Nicolás Maduro. Para Yoly hay sobradas razones por las cuales salir.
Cuando se cumplía un mes desde que comenzaron las protestas la cifra de caídos subía a 29 y los heridos pasaban los 500. Con su contextura pequeña, la mujer que pasaba horas gestionando pólizas también cumplía un mes alternando su trabajo con sus labores diarias y su rol de ciudadana.
«A mí me gusta estar en la línea de fuego. ¡Adelante! Desde allí ayudo a los muchachos a apartar las bombas como puedo. Yo las lanzo a un lado para que no se asfixien, porque no tengo las brazadas de un joven para devolverlas», confiesa.
Ese 2 de mayo Caracas amaneció soleada. Un martes en el que Yoly terminó rápido su jornada para salir a protestar.

Foto: Odell López Escote

Sentada en la sala de su apartamento, Yoly trata de reflexionar sobre ese día. No está arrepentida de lo que hizo, no solo en sus palabras sino en sus gestos denotan que quiere seguir protestando, sin embargo, en una gota de esperanza, confiesa que le gustaría que la historia hubiese sido distinta.
Entre Rodríguez y el cordón policial de donde salían los nubarrones de gas, había tan solo 80 metros de distancia determinados por la Fiscalía. Esa línea recta comenzó en la escopeta lanzagranadas de un funcionario de la Policía Nacional y terminó en el ojo derecho de Yolyter Rodríguez.
«En un principio yo pensé que era como una piedra grande que me había caído, pero cuando me vi el sangrero y miré al piso, vi cuando cayó una bomba lacrimógena».
En el momento de mayor confusión de Yoly no tenía a ningún familiar cercano. Como lo hacía en todas las marchas caminó desde plaza Francia de Altamira hasta la autopista Francisco Fajardo con Deborah, su hija menor, pero ya llegando al umbral de gas y fuego, ésta vez en el puente de El Rosal, la estudiante de Ciencias Políticas prefirió quedarse atrás socorriendo a los asfixiados y a los heridos menores, mientras que su mamá sin escudos, sin protección y sin análisis de riesgo se fue al lugar que le correspondía por convicción.
Foto: Odell López Escote

A Yoly le quitaron todos los restos de huesos y cartílagos rotos entre el ojo y la frente. Los médicos del Hospital Domingo Luciani le diagnosticaron una fractura frontal deprimida que la dejó con el lado derecho de su cara inmóvil. No tiene sensibilidad. Si se toca la ceja, siente un cosquilleo en la nuca, si se agacha, «se le van los tiempos”. Tampoco puede salir sola y menos por horas prolongadas, el frío y el calor le generan reacciones adversas en su cara.
«Siento que me mutilaron», dice entre risas que claramente no le saben a alegría.
Al preguntarle cómo le cambió la vida, Rodríguez hace un silencio obligado por un nudo en la garganta. La mano de Deborah le acaricia el brazo como dándole fuerzas para hablar.
«A pesar de que me vayan a operar y me arreglen el hueco que me quedó, voy a quedar con una pequeña parálisis facial. ¡Mira mi cara! Yo estoy abierta en todo esto», dice mientras señala una línea de sutura entre el borde de su rostro y el cráneo, que su cabello corto deja entrever.
Foto: Odell López Escote

«En mi hay un cambio… Hoy amanecí mal. He tratado de verme al espejo y asumir lo que soy. No es tanto el impacto físico, sino el mental y el espiritual. Muchas veces siento que no soy yo la misma persona”, suelta con voz entrecortada antes de soltar un par de gemidos de llanto.
Pese a esto, Yoly no quiere ser vista con compasión, por ello se concentra en su operación y es de lo que habla día y noche con su hija. Ambas hicieron una campaña para recolectar 500 dólares, para comprar la prótesis de acrílico que le colocarán en la cara. Ahora les toca preparar una nueva recolecta para la operación. Pero hay algo más: “Todavía no podemos comenzar a recolectar dinero. Descubrimos hace un par de días que también tengo una fractura maxilofacial y me debe ver un cirujano. Yo quisiera que me operaran las dos cosas de una vez».
Mientras espera, Yoli sigue yendo a protestas aunque por muy poco tiempo. Fue a la de mujeres y al terminar esta entrevista caminó calle arriba de su edificio para unirse a unos vecinos que vitoreaban contra el Gobierno. Yolyter Rodríguez no se irá del país, solo quiere mejorarse y que Venezuela mejore.

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