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lunes, 20 mayo, 2024

Permitido equivocarse: ¿por qué no debes perseguir la perfección?

Pretender perseguir la perfección en todo lo que hacemos nos aleja del disfrute real. Debemos permitirnos la imperfección, aceptar que somos imperfectos nos brindará libertad de acción y de nuestras emociones

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Por Karina Monsalve

El deseo de hacer las cosas bien a menudo puede confundirse con hacer las cosas a la perfección. Estamos ante una generación cada vez más competitiva y aguda en su deseo de sobresalir. Tenemos en nuestro día entre ocho y diez horas de trabajo, deseamos compartir en familia, tener una vida social activa, hacer deporte, tener hobbies, dedicarle tiempo al amor, etc., y eso en sí mismo no está mal; el problema es cuando queremos cumplir con todo a la perfección. Esta desventaja se traduce en insatisfacción personal.

Ser ordenado, meticuloso, planificado, organizado, cumplido, detallista, exigente, comprometido son algunas de las características que suelen tener las personas que viven buscando la perfección.

La obsesión por ser perfectos tiene que ver con nuestra infancia. Inconscientemente hemos aprendido que para ser adecuados ante los ojos de nuestros padres teníamos que hacerlo todo “bien”. O al menos todo, según los valores y expectativas que nuestros padres nos inculcaban. No se trata de culpar a nuestros padres por ello, sino de entender y comprender de dónde viene esa necesidad y flexibilizarnos ante esas ataduras emocionales.

A medida que crecemos, las responsabilidades aumentan, se nos exige cumplir con las expectativas y metas en un determinado tiempo; todo para mejorar nuestra actuación y rendimiento. Así, el entorno, la sociedad, la familia va empujando al individuo hasta alcanzar el estatus máximo de superación. Este deseo de aprender o superarse es una construcción sana del desarrollo evolutivo de la vida de cualquier ser humano. Ahora bien, nos preguntamos ¿cuándo llega a ser un problema tanta exigencia? Y es que cuando los efectos de ese perfeccionismo empiezan a influir de manera negativa en nuestras vidas, a sucumbir en una frustración constante, en una desilusión, en el sentimiento de fracaso y decepción, el individuo pierde su bienestar.

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Paradójicamente, esta obsesión por hacerlo todo bien nos lleva a cometer más errores. Cuanto más nos exigimos, más nos equivocamos y, por tanto, más nos acabamos frustrando con nosotros mismos. Cuando esto ocurre, es probable que no solo nos exijamos a nosotros mismos, también estamos poniendo presión a los demás.

El autor Burns (1980) estableció el perfeccionismo como el establecimiento de estándares altos más allá del alcance o la razón de una persona. Los individuos identificados como perfeccionistas se esfuerzan excesivamente hacia metas imposibles y realizan una evaluación de sí mismos en función de su productividad y de sus logros. Al definir el perfeccionismo, este autor también destaca su naturaleza contraproducente para la salud psíquica de los individuos y los aspectos cognitivos que componen el constructo.

Este perfeccionismo que llega a ser desadaptativo, se trata de un factor de vulnerabilidad para diversas patologías, tales como pueden ser la depresión, la ansiedad, el trastorno obsesivo-compulsivo, los trastornos de alimentación e incluso la conducta suicida.

Pretender perseguir la perfección en todo lo que hacemos nos aleja del disfrute real. Debemos permitirnos la imperfección, aceptar que somos imperfectos nos brindará libertad de acción y de nuestras emociones. Desarrollar la flexibilidad cognitiva, no ser tan estrictos con nosotros mismos, poder adaptarnos a las distintas circunstancias sin pretender manejarlas todas a su perfección, nos brindará paz, estabilidad y un bienestar necesario para enfrentar los retos del día a día, sin poner en riesgo nuestra salud mental.

KARINA MONSALVE | TW @karinakarinammq IG @psic.ka.monsalve

Psicóloga clínica del Centro Médico Docente La Trinidad.

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