Los Narducci Requena perdieron la estabilidad del hogar y su restaurante tras una larga jornada de lluvia que devastó Caraballeda. La unión y su fe en el trabajo les permitió construir las bases para salir de la adversidad y pasar a una etapa de prosperidad

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El silencio. El silencio fue lo más duro que enfrentó la familia Narducci Requena aquellas noches oscuras y eternas de diciembre de 1999. Unidos se hicieron fuertes para proteger su vivienda y su negocio.

Vivieron en medio de la soledad que imperaba en el bulevar Montecarlo, la vía principal de la urbanización Palmar Este, en Caraballeda, donde estaba ubicado su hogar y su restaurante “Pronto Pasta Da Ezio”.

Estuvieron sin agua por meses. Sin luz por tres semanas, hasta que encontraron una planta eléctrica. En medio de las ruinas provocadas por el alud de rocas, lodo y árboles, los Narducci Requena se convirtieron en un monolito para recomponerse. Sin decirlo, se negaron a que la tragedia de Vargas marcara su fin. Dos décadas después y más unidos que nunca, la experiencia que vivieron confirma que el amor familiar y el trabajo, todo lo pueden.

Antes de ese tristemente recordado diciembre de 1999, el restaurante y heladería Pronto Pasta Da Ezio era referente gastronómico al este de la entidad costera. Ofrecía pizzas, pastas, salsas para llevar y una amplia gama de helados italianos en una gran terraza que era el punto de encuentro para todos los varguenses. Da Ezio era, sin duda, parte fundamental de la cultura urbana de Vargas en Caraballeda.

Para los Narducci Requena todo iba viento en popa. Se preparaban para las ventas decembrinas y tenían todos los insumos en su nevera para realizar el trabajo, pero la fuerza de la naturaleza cambió radicalmente sus planes, como el de todos los varguenses.

La mañana del 16 de diciembre el río San Julián se volcó sobre el Palmar Este. Si bien la vivienda familiar, el restaurante y la distribuidora de equipos industriales para cocinas y hoteles no quedaron bajo tierra, los Narducci Requena quedaron en medio de la nada y del caos.

“Al primer momento uno siente miedo. Pero después uno se pregunta: ¿Quién va a venir a ayudarte si tú mismo no te recompones? ¿Qué vas a hacer si no tomas las decisiones y las acciones que debes tomar? Paralizado no se consigue nada. Solo con trabajo uno puede y entonces te levantas. Y comienza a trabajar. Esa ha sido la fórmula que nos permitió levantarnos nuevamente. Trabajar y estar juntos como familia”, cuenta Ezio Narducci, un inmigrante italiano de 75 años, cuyo acento permanece intacto, a pesar de haber llegado hasta las costas venezolanas siendo casi un niño.

En Vargas, Ezio hizo carrera con sus paisanos en la desaparecida heladería Tomaselli, para convertirse en un gran cocinero y maestro del tradicional gelato italiano. Narducci, junto a su esposa Miriam Requena y sus hijos Kira, Kowalski y Kowaleska, tejieron una red de apoyo que aún perdura en el tiempo. Coinciden en que reinventarse les ha permitido abrirse paso en medio de las mareas.

“Para Ezio, empezar de cero nunca fue un problema. Lo hizo cuando se separó de la familia para empezar su propio negocio. Luego tenía un negocio próspero en El Junquito y se incendió. Y quedó nuevamente sin nada. Pero volvió a levantarse. Tras la tragedia de Vargas no podíamos hacer nada distinto. Trabajamos, arriesgamos y nos instalamos nuevamente en Vargas, que es nuestro hogar”, apunta Miriam Requena, quien no oculta el orgullo por su esposo y su hijo Kowalski, quien hoy está inmerso en el negocio familiar. Ella nunca pensó que a sus 50 años (la edad que tenía en la época del desastre natural) le tocaría reiniciar una vida que ya consideraba exitosa y consolidada. Pero le satisface este nuevo resultado.

Los Narducci Requena permanecieron en Palmar Este para evitar ser víctimas de los saqueos que se registraron en las zonas afectadas por la tragedia entre diciembre de 1999 y enero del año 2000. El apoyo de paisanos italianos y de clientes amigos fue fundamental para enfrentar esos duros días.

“Teníamos que ver qué hacíamos, porque teníamos que sacar el mobiliario y el equipo del local en Caraballeda. Un amigo nos ofreció un local en Maiquetía y abrimos Da Ezio nuevamente. Ya no con el mismo concepto, pero sí con la misma calidad. Comida para llevar, especialmente para las empresas de aduana, navieras y transportes de carga pesada de la zona”, rememora Requena.

Pero la contracción económica del país los hizo tomar nuevas decisiones. Se mudaron momentáneamente a Caracas y buscaron un local en La Guaira para la Distribuidora Eziomar, que funciona actualmente en el Casco Histórico.

“Ahora asesoramos emprendimientos culinarios. La demanda de equipos industriales para las cocinas mermó y comenzamos a explorar otros campos. Un día decidimos comenzar a vender helados y granizados para darles uso a unas máquinas que no se vendían. Después comenzamos con perros calientes y ahora es un punto. La gente llega y ve a mi padre frente al local y lo recuerdan. Saben que todo esto es producto del tesón y la constancia, además del compromiso que siempre hemos mantenido con Vargas”, agrega Kowalski Narducci, diseñador de modas de carrera y quien se convirtió en maestro heladero para continuar el legado familiar. Los Narducci Requena aseguran que seguirán cocinando y haciendo helados en el Litoral Central.

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