Asumirse diferente le permitió seguir sus convicciones. Desde temprana edad supo lo que quería ser y no dejó de insistir hasta lograrlo. Hoy, a sus 32 años, como mujer trans lucha por los derechos de los demás, mientras trabaja por hacer valer los suyos, en un país donde parece ser invisible

Prissila Solórzano ha pasado toda su vida en las calles de La Vega o como ella la llama: la ciudad millonaria. Aunque soñó con ser bailarina o modelo, la vida le cambió los planes. Dice que conoce de Derechos Humanos “porque Dios es grande y milagroso”. Una investigación sobre la trata de personas y el reclutamiento de mujeres trans la llevó a formar parte de la organización Caleidoscopio Humano.

“Me han tratado de captar más de cinco veces en medio de toda esta emergencia humanitaria compleja. Muchas personas se ven tentadas por la presión de llevar comida a la casa”, dice. Su perspicacia evitó que se sumergiera en un mundo que conlleva muchos peligros, pero sabe que su historia no es igual que la de otras personas: muchas mujeres se convierten en víctimas del tráfico sexual.

Ese primer acercamiento a una ONG le ha permitido trabajar y aprender sobre temas de derechos fundamentales; ahora no solo defiende los de la comunidad LGBTI, sino que también alza su voz ante las violaciones que viven todos los venezolanos.

Cuando estaba en bachillerato asumió que no se sentía cómoda con su aspecto físico, como hombre. Lo que veía en el espejo no la representaba. Esa que en varias oportunidades se maquilló los ojos, usó zapatos de tacón y pantalones de bota ancha. Los días en que se arriesgó más, decidió usar collares para asistir a clases, pero allí encontró su primera barrera: los profesores le prohibieron asistir de esa manera porque, a su juicio, estaba dando mal ejemplo a niños y niñas de otros grados.

En el lado opuesto de la discriminación estaba su mamá, que desde un principio la aceptó, pero le angustiaba que le pudiesen hacer daño en la calle. No todos actúan de buena manera ante lo desconocido. Sin embargo, las miradas hirientes y las frases despectivas volvieron a aparecer cuando hacía la licenciatura en Administración, mención Publicidad y Mercadeo. Uno de sus profesores se dirigía a ella como chico, caballero, incluso cuando su aspecto físico denotaba lo opuesto. Una carta dirigida a la universidad, donde contaba el irrespeto que vivía y cómo se sentía, acabó con esos prejuicios, aunado al respaldo de sus compañeros. El docente cambió su actitud y comenzó el reconocimiento.


Sueñas con ser, con querer tener y cuando vas a buscar trabajo, no te llaman. Es obvio por qué no lo hacen

Prissila Solórzano

Cuando ser uno mismo duele

Conseguir empleo se ha convertido en un golpe de suerte. Aunque Prissila haya estudiado, tenga capacidades y conocimientos, es juzgada porque su aspecto no concuerda con el nombre que se lee en su currículo. “Eso te deprime, porque sueñas con ser, con querer tener y cuando vas a buscar trabajo, no te llaman. Es obvio por qué no lo hacen”, destaca. Aunque pertenezca a una organización de la sociedad civil y colabore con ONG internacionales, eso no se traduce en trabajo fijo.

Invisible. Así se ha sentido miles de veces. A su juicio, la sociedad venezolana desconoce lo que es ser una mujer trans y lo que significa no tener derecho a la identidad. “En mi currículo no puedo colocar el nombre que yo decidí, el que yo quiero, el que me representa. Con el nombre que se me colocó al nacer no me siento identificada, no me siento cómoda”.

Recuerda lo resteadas que son las personas trans en Venezuela porque “enfrentar a una sociedad machista donde constantemente se les juzga y se les señala, requiere mucha resistencia”. En esos momentos, en los que se siente mínima, es cuando pide que algunos movimientos feministas dejen los prejuicios contra las trans: “Nosotras también somos mujeres, independientemente de lo que tengamos entre las piernas. La lucha es contra el machismo, contra la vulneración de derechos”.

El amor propio reconforta

La carga de vivir en una sociedad que rechaza lo que desconoce, lo que teme, resulta ser demasiado pesada. Cuando Prissila se aceptó y se respetó, su entorno dejó de tener el poder de vulnerarla, de hacerla sentir menos. Sonríe cuando habla de todo lo que le alegra ser mujer, el mirarse al espejo y adorar su cuerpo pese a sus defectos, le brinda paz a su alma. Ha aprendido a ser quien siempre quiso y a expresarlo sin temor. “La sociedad percibe cuando te quieres y te consideras, porque cuando vives con miedo, te atacan”, precisa.

Para ella, la compañía y el apoyo de sus afectos ha sido vital en su lucha, porque cuando se está solo, el viaje se vuelve más duro. El respaldo de otros le ha dado confianza, le ha servido de aliento y de empuje.


Nosotras también somos mujeres, independientemente de lo que tengamos en las piernas

Prissila Solórzano

Prissila cree que el Estado debería implementar un sistema educativo donde se pueda hablar de identidad y orientación sexual, de diversidad, de diferencias. “Aunque la educación también viene desde casa y pasa mucho que en los hogares es donde realmente se crea el machismo”, reflexiona.

Sabe que el tema de la desigualdad ha creado una brecha enorme entre ambos sexos, pero confía en que, si las mujeres unen fuerzas, el cambio se puede lograr. “Debemos invitar, incluir, respetar. Cuando trabajamos en conjunto se alcanza lo soñado».

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