Raquel González conoce los riesgos que implica vivir en Marapa cuando llueve. Sin opciones para mudarse, ella y sus vecinos saben cuándo abandonar sus viviendas cada vez que crece el río Mamo, el mismo que fue implacable en 1999

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El cauce del río Mamo, que atraviesa a los barrios Marapa y El Piache, en Catia La Mar, al oeste de Vargas, da miedo. Las obras de minimización de riesgos no se ejecutaron de forma correcta luego de la tragedia de 1999. Por tal razón, lo vecinos están atentos cada vez que cae una lluvia torrencial, pues temen un desbordamiento.

Los habitantes de la zona aprendieron a vivir con el riesgo, a conocer el río y a tomar decisiones rápidas cuando hay precipitaciones, como salir de casa y subir a la montaña para salvar sus vidas. Así lo hicieron en 1999 y lo han repetido en 2005, 2008, 2010, 2017 y a mediados de 2019.

Raquel González es uno de esos vecinos. Sigue allí, aferrada a Marapa. Trata de rehacer su vida como quien arma un rompecabezas de miles de piezas diminutas, sin importarle cuantos años tardará en culminarlo. Ella no abandona.

“Uno piensa en irse, especialmente cuando llueve, pero no es fácil tomar esas decisiones cuando no se tienen recursos económicos”, dice González. “La promesa del Gobierno Nacional siempre fue reubicar a todos los que vivimos en Marapa y El Piache, pues esta zona sería declarada inhabitable. Marcaron las viviendas, algunas las demolieron y otras no. Se llevaron a unas cien familias, pero dejaron en medio del caos a otras 400. Al final, el barrio volvió a poblarse, la canalización nunca se terminó y uno sigue su vida, hasta que la lluvia te recuerda lo que puede suceder”, reflexiona mientras muestra las huellas de la crecida del río en su humilde vivienda, ubicada a un costado del río, justo detrás de la Meseta de Mamo.

Para muchos especialistas, el caso Marapa-El Piache es el emblema del fracaso de la reconstrucción del Litoral Central, pues se incumplieron dos aristas básicas de Plan Vargas 2005: minimización de riesgos al canalizar cuencas y construcción oportuna de viviendas para familias en riesgo.

González, que estaba embarazada de su primer hijo en diciembre de 1999, busca en su memoria las escenas que se vivieron en Marapa. Viviendas de tres y cuatro pisos afectadas, familias desaparecidas y esa gran sensación de indefensión.

Pero el miedo no la paralizó. “Mis hermanos y yo nos vimos frente a la casa y supimos que nuestra tarea era desenterrarla y comenzar de nuevo. Entre tanto caos, teníamos que agradecer que estábamos todos, que habíamos sobrevivido. No podíamos quedarnos lamentándonos del destino, sino trabajando para reponernos. Eso hemos hecho en estos 20 años”, recuerda.

Entre tanto horror y oscuridad, González rescata la solidaridad recibida, el papel de rescatistas de los cadetes que se formaban en ese momento en la Escuela Naval de Venezuela y la atención recibida en el hospital Naval.

También atesora la formación recibida en el programa de formación de Comités de Riesgos, que desarrolló Corpovargas con aportes de la Unión Europea.

“Muchos sabemos sobre el comportamiento del río por esos talleres y nos hemos convertido en voceros y formadores de las familias que se mudan a Marapa–El Piache. Lo único que uno pide es que limpien la canalización. De resto uno aprende a vivir con el riesgo”.

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