Caracas.- Doriany Ortega no quiere que la memoria de su hija de apenas cinco años de edad borre “los últimos días de Nicolás Maduro”, y por esa razón salió a la manifestación de este 23 de febrero, la cual tenía como propósito pedir el ingreso de la ayuda humanitaria. A las 10:00 am partió de su residencia, ubicada al este de Caracas, junto a Lucía y su segunda hija, Mariana, de tres meses. Aunque tenía previsto acudir a una base militar, específicamente a La Carlota, que es zona de seguridad, no sintió temor de llevar a sus dos hijas.
No estuvo tan cerca, pero acompañó los mensajes que los demás ciudadanos intentaban comunicar a través de unas rejas, que estaban protegidas de manera improvisada. Los uniformados caminaban de un lado a otro, mientras una tanqueta tipo murciélago resguardaba el puesto militar. Ese era su mayor escudo para defenderse de unos ciudadanos que acudieron a la base aérea para invitarlos a apegarse a la Constitución.
Los opositores caminaron desde Santa Fe, Plaza Las Américas, El Millenium, Santa Mónica, San Bernardino, Chacaíto y Altamira hasta La Carlota, como se les comunicó al llegar a cada punto por seguridad. Los que se reunieron en San Bernardino, específicamente en la avenida Vollmer, fueron reprimidos por la Policía Nacional para obligarlos a disolver la concentración o para que salieran antes de lo previsto. Esa era la orden que habían recibido los funcionarios. Incluso, tenían carta abierta para lanzar lacrimógenas en el Hospital J.M de Los Ríos “si era necesario”, de acuerdo con el testimonio de un manifestante.
-Soldados, no queremos pelear con ustedes, sino que luchen por nuestro país. ¿Qué están esperando? – le gritaba un joven a un grupo de cinco militares que se encontraba a 50 metros aproximadamente en la base aérea.
Otro uniformado, contemporáneo al joven que exclamaba, enredaba una cuerda entre la reja para redoblar la seguridad. Cada vez más se acercaban personas de todas las edades, hasta que llegó una niña y leyó en voz alta el artículo 1 del proyecto de amnistía que prepara el Parlamento, el cual dice que se otorgarán garantías a los civiles y militares que contribuyan con la restitución de la democracia en Venezuela. Sin embargo, los castrenses nunca voltearon su mirada.
De forma progresiva ubicaron algunas tanquetas tipo rinocerontes y camiones desde la entrada principal, cercana al Centro Comercial Ciudad Tamanaco, hasta el distribuidor Altamira. En ese punto estaba el final de la concentración de los manifestantes, quienes gritaban consignas de libertad, entonaban el Himno Nacional, rezaban o cantaban.
Aime Guerra llevaba una bandera y una gorra tricolor. Solo pedía que no levantaran sus armas, pues esperaban la entrada de la ayuda humanitaria por las fronteras.
-Mira lo que tenemos, nuestra bandera. No hay armas. Y yo quisiera decirles que cuando Maduro se vaya, no se los van a llevar.
Por un momento, el reto del Maduro Challenge, que consiste en mencionar su nombre y obtener una respuesta en rechazo al gobernante, tomó relevancia, por lo que algunos dirigentes juveniles y diputados pidieron tener disciplina y solo enviar mensajes pacíficos que acercaran a los castrenses. También pidieron no subirse a los muros ni a las rejas de la instalación militar por seguridad.
“Amigo, soldado; vente pa’ este lado”, “soldado, escucha: únete a la lucha”, eran las consignas que repitieron en innumerables oportunidades. En las reflexiones que hacían, las mujeres abrían sus brazos para que estrecharan las manos y los hombres exigían que hicieran caso omiso a las órdenes de sus superiores. Pero los esfuerzos fueron en vano porque la distancia entre ambas partes marcó la jornada.
Una de las dirigentes juveniles de Un Nuevo Tiempo comunicó que los guardias habían pedido cordialidad y que no provocaran un escenario de represión, porque esa no era la intención.
Para evitar algún impase con los uniformados, los diputados Gilber Caro, Adriana Pichardo y Manuela Bolívar hicieron un juramento a la bandera.
En el distribuidor de Altamira estaba Lorena Sánchez, con su camisa blanca y un rosario en su cuello. No pudo aguantar la emoción de sentir cerca el ingreso de la asistencia humanitaria y abrazó a su sobrina. Le dijo que la lucha era por ella para que viviera otro gobierno y una vida sin angustias.
Eran casi a la 1:00 pm y el desespero se apoderaba de algunos, pues la señal era bastante precaria y se veían impedidos para corroborar cómo estaba la situación en Ureña o en Roraima; si había aumentado el número de militares que reconocían al presidente encargado de Venezuela o si había represión. Solo podían saberlo si salían del lugar.
La dirigencia no había informado hasta qué hora estarían en ese lugar ni había especificado qué actividad concreta se realizaría, por lo que el grueso de los asistentes comenzó a retirarse a las 2:00 pm, con la esperanza de conocer que la fase de la entrada se concretaría.