Ucrania y la reactivación del negocio de la guerra

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Aunque los países europeos adscritos a la OTAN elevaron sus presupuestos militares en 14.000 millones de dólares, entre 2014 y 2019, esta cifra en realidad es mucho menor si se le compara con el presupuesto total de la OTAN. Este, desde 2019, no ha bajado del billón de dólares americanos, manteniéndose aun la constante del mayor peso del gasto militar sobre los EE. UU., como ha sido desde 1945 en adelante.

Por: Alberto Navas Blanco

La industria militar no es en sí la responsable de las grandes guerras entre 1914 y 2022. Pero sin ella, esas grandes masacres no hubiesen podido ocurrir en las dimensiones masivas que han tenido.

El sistema mundial de fabricación de armas es uno de los sectores económicos más poderosos del mundo. Posee una alta capacidad de financiamiento, producción, comercialización, conversión hacia la producción civil e influencia sobre los gobiernos de todo el mundo.

Sin llegar a acusarlos de instigar las guerras, resulta indiscutible que se benefician de ellas. Cuentan con un gran aparato de previsión política y bélica. Es capaz de satisfacer las demandas de armamento que pudieran presentarse en el corto y mediano plazo.

A estos “mercaderes de la muerte” se anexan otros sectores económicos complementarios, como lo son los de suministros logísticos indispensables (combustibles, alimentos, uniformes, medicinas, etc.). Se le suman además las empresas privadas de inteligencia y personal mercenario de combate.  

La relativa paz mundial, y especialmente europea, que se vivió de fines de la Guerra Fría hasta comienzos del siglo XXI, distrajo a los gobiernos y poblaciones del mundo desarrollado hacia el disfrute del bienestar y hacia un reflujo en la atención de los problemas latentes de potencial alta conflictividad. Muchas de las acciones militares se restringieron hacia una guerra antiterrorista mundial y a cumplir misiones de paz en zonas inestables.

Debido a ese estado de bienestar, los estados europeos contemporáneos vaciaron sus fuerzas armadas reduciéndolas a lo que se llama “Ejércitos bonsái” (Thiago Ferrer Morini). Son ejércitos que parecen de verdad pero que se han reducido a dimensiones ineficaces para atender los retos que se avizoraban. Solo los EE. UU. sostuvo un ritmo significativo de actualización, producción y operaciones (Medio Oriente) capaz de mantener sus fuerza e industria militar al día.

Los avances militares de la Federación Rusa sobre Siria y luego Crimea en 2014, no fueron suficiente advertencia para que los componentes de la Unión Europea se movilizaran hacia un apresto político-militar acorde con esa gran amenaza creciente.

Las grandes inversiones

Aunque los países europeos adscritos a la OTAN elevaron sus presupuestos militares en 14.000 millones de dólares, entre 2014 y 2019, esta cifra en realidad es mucho menor si se le compara con el presupuesto total de la OTAN. Este, desde 2019, no ha bajado del billón de dólares americanos, manteniéndose aun la constante del mayor peso del gasto militar sobre los EE. UU., como ha sido desde 1945 en adelante.

Hoy, luego de la invasión rusa a Ucrania, del 24 de febrero de 2022, los gobiernos europeos parecen despertar hacia buscar una menor dependencia de seguridad con el poder global de los EE. UU. Buscan una estrategia de “defensa territorial” acordada en la última Conferencia de la OTAN celebrada recientemente en Madrid. Ello podrá contemplar una fuerza de respuesta rápida compuesta de 300.000 hombres.

Sin embargo, se está hablando de un futuro mediato pues hasta agosto se calcula que la Unión Europea ha aportado apenas unos 7.500 millones de euros en armas a la ya dicha nación invadida. Mientras los norteamericanos, para esa misma fecha, ya habían entregado a Ucrania más de 21.000 millones de euros en material militar.

Para ser más tajantes, el Senado de los EE. UU. acaba de aprobar, el 29 de septiembre de este año, una ayuda adicional de 12.000 millones de dólares para el funcionamiento civil y militar de Ucrania.

También ha surgido un nuevo interés por reactivar la fabricación propia de armamento europeo, a lo que Josep Borrel ha recomendado se haga de manera coordinada y en el marco de la OTAN, para no incurrir en repeticiones ni en competencias comerciales perjudiciales entre las fábricas europeas de armas.

Pero parece estar lejos aún el logro de una cooperación solidaria entre los miembros de la UE para alcanzar metas de autosuficiencia militar, como lo demuestra el posible estancamiento de la renovación de la aviación militar europea con el Eurofighter, mientras que parece favorecerse la compra del cazabombardero norteamericano de última generación F35, producido por la gigantesca Lockheed.

La fragmentación de los intereses internos europeos, su descuidada dependencia energética de Rusia, su debilidad para salir del amparo militar de los EE. UU. y otros elementos no menores, son los factores estratégicos evaluados por la Federación Rusa para materializar su proyecto expansivo hacia el occidente.

Esta estrategia ya muestra su consolidación en Crimea; en vías de consolidación sobre Ucrania y Siria (si los dejan), y con la vista puesta sobre el Norte de África y algún territorio separatista en el Mediterráneo que le permita bases militares estratégicamente cercanas al estrecho de Gibraltar. Mientras tanto, la China avanza también, pero de manera más silenciosa y sospechosa.

ALBERTO NAVAS BLANCO |

Licenciado en historia de la Universidad Central de Venezuela, doctor en ciencias políticas y profesor titular de la UCV.

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