¿Tercera edad o ancianidad?

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Por: Gloria Cuenca

Llegar a viejo no es fácil. Ni por lo que implica de la salud, ni por lo que hay que soportar en el entorno social. Al gran actor Paul Newman cuando le preguntaron, ¿cómo se siente al llegar a viejo? Con cara seria respondió: “Pasó y no me di cuenta, pero definitivamente hay que ser fuerte, en todos los sentidos, para llegar a la vejez y aceptarla”. Una gran repuesta, para tan terrible pregunta.

 En Venezuela, con una crisis económica nunca vista, una se puede dar cuenta del significado de ser anciana. ¡Pobre de aquellos en el país que no tienen quien los ayude y soporte! (hijos, sobrinos y demás familiares)

Tuvimos fama de ser una Nación plena de jóvenes hasta hace poco. Con la diáspora existente, gracias al régimen, adonde quiera que vayas, mercados, cines, iglesias, calles, entre otros espacios, predominan cabezas grises y blancas; hay muchos viejos. No me atrevo a decir que ahora somos un país de ancianos; indudablemente, no tenemos los jóvenes que vivían aquí con numerosas oportunidades.

La cuestión es que como anciana veo dos comportamientos entre los que permanecen aquí: quienes respetan, ayudan y hasta admiran que estemos en esta edad, eufemísticamente llamada tercera edad y que alguien más, generoso todavía, puso de la Juventud Prolongada; y los que no soportan viejos, ni les gusta ayudarlos, ni tener un mínimo de compasión con nosotros.

Este grupo, el que más me interesa y a quien dedico estas palabras. Cuando era joven le tenía pavor a la vejez, que no a los viejos. Mi padre sabio me decía constantemente: “Hay mucho que aprender de las personas mayores”; y agregaba, “hay una sabiduría que viene de la experiencia; no tiene que ver con la cultura y el conocimiento. Sí, además de anciano, es culto, estás frente a un pozo de sabiduría”.

Influyó mucho para que de alguna manera estuviera cercana y agradecida de la gente de la tercera edad que me rodeaba. Tenía miedo a la vejez, sin embargo, aprendí a relacionarme con gente mucho mayor que yo. Con los años me di cuenta no hay tal miedo a la vejez, en realidad, es miedo a la muerte. Si no se llega a viejo, se desaparece. Es mucho peor. En la juventud no se piensa en eso, mientras a mi edad, se trata de una reflexión constante.

La gente mayor que acostumbré a tratar —algunos no los veía cómo viejos, tampoco ancianos— sus enseñanzas, sus lecciones, comentarios fueron y son fundamentales en mi formación, en la estructura de mí personalidad. No tengo como agradecerlo, sino siendo mejor persona y una “mujer de mi tiempo y de mi época”.

Alguno de ellos me enseñó que había que perseverar en lo que se quería. Trabajar con ahínco en lo que se busca, sin desmayar, por difícil que sea o qué parezca el camino que hay que seguir. Eso hice. Logré lo que me proponía, con esfuerzo y dedicación.

Aprendí, también de personas mayores, la trascendencia de ser una mujer honesta. Agregaba siempre: “No basta con ser honesta, hay que aparentarlo también”. Moviéndome en un mundo complejo y difícil, el de mis años juveniles, supe salir airosa gracias a esa sentencia que comprendí, apliqué y me ha acompañado a lo largo de toda la vida.

Con su ejemplo y por supuesto, con palabras, mis padres me enseñaron que todo hay que ganarlo con trabajo, dedicado, honorable, correcto y eficiente, por supuesto, con dignidad.

El mundo actual es de los jóvenes, como siempre. Circulan por Whatsapp una serie de conclusiones sobre la eficacia y la productividad de la gente mayor. Se apoyan en la edad de los grandes políticos, de los Papas, de inventores y ganadores del Premio Nobel, en las múltiples especialidades. Sin duda de los 60  a los 70 años, hay —sí no se está enfermo— muchas cuestiones que se pueden lograr, hay inmensa creatividad y, conjuntamente a la experiencia, se alcanzan muchos objetivos.

Eso funciona al 100% en otros países. No aquí, donde se sufre a diario persecución, hostigamiento, ensañamientos de toda clase. ¿Y, los viejos? Algunos nos ven —competitivamente— como la pérdida de oportunidad que el joven no tiene dentro de este contexto endemoniado. En efecto, se trata de una situación al límite: tanto para los chamos, como para nosotros.

Necesitamos complementarnos y lograr salidas: ellos con su juventud y energía; nosotros con experiencia y alguna sabiduría. Sería lo lógico y, probablemente, encontraríamos la solución al desastre. Unidad y más unidad, eso se requiere siempre. ¡Dios nos ilumine y la virgen nos acompañe y proteja de esa maligna desunión!    

GLORIA CUENCA | @editorialgloria

Escritora, periodista y profesora titular jubilada de la Universidad Central de Venezuela

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