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miércoles, 1 mayo, 2024

El mal que nos hicimos

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Nuestras tragedias ahora son tan graves como las de esos países que antes veíamos tan lejanos en dolor y carácter. Dios no los ha salvado a ellos ni nos salvará a nosotros. El mal encontró refugio en nuestras tierras y en nuestra gente y que hemos de sacudir con la fuerza de un exorcismo

Por: Leonor Carolina Suárez

Si el diablo lanzaba sus desechos sobre Venezuela era porque no vivía ahí. El petróleo, una desgracia conocida y millonaria, eran los restos que el mal depositaba en nuestro país mientras establecía residencia en otros lugares.

Se paseaba por Centroamérica, empujaba con su ira ardiente a millones de almas contra un muro al norte, y tenía guarida hacia el sur en la solitaria y salvaje selva del Darién. Venezuela era, tal vez, la cloaca feliz al sur de los dominios de un demonio que desataba fuegos en otros territorios de centro y norteamérica.

Los venezolanos no conocíamos de esos infiernos. Nos conformábamos con gozar de la placentera ignorancia que compraba el excremento del mal. Los venezolanos no conocíamos realmente el infierno. Hasta ahora.

Estas semanas llegan noticias de lugares remotos sobre los bienes que nuestros males permitieron comprar a algunos: 3.000 millones extraviados; un portafolios lleno de lingotes de oro de “la reina de las frutas” venezolana; decenas de funcionarios y ayudantes boyantes comprando los más caros lujos alrededor del mundo… la mierda se transformó en dinero y compró muchas cosas.

Por años, las riquezas de nuestro país petrolero se apilaron tan fácil como la basura, mientras se desataban las mayores tragedias nacionales. Y aún así, los venezolanos convivimos con la desgracia, pero no aceptábamos del todo el mal. A pesar de años de azote continuado, no podríamos decir que el venezolano estaba acostumbrado a la inseguridad, la miseria o el hambre.

Yo conocí la miseria hecha costumbre y la tragedia hecha resignación en la frontera entre México y Estados Unidos. Visité Ciudad Juárez en 2016 como periodista visual para Univision, la cadena hispana en EE. UU. Hacía la cobertura previa a la visita del Papa Francisco a la ciudad fronteriza.

Quizás era la fe la que le permitía a los migrantes sobrellevar tanto maltrato, me dije entonces. Los caminantes centroamericanos y de diferentes partes de México llevan el dolor en el rostro y la paciencia en las venas.

Todo, incluso la muerte, parecía un precio justo para quienes hacían el intento de llegar “al muro”. Todo, los coyotes, los abusos, la tortura, las desapariciones. Todo peligro parecía menor –o quizás igual– a lo que dejaban: narco, muerte, decapitados, desaparecidos, extorsión…. Yo no entendía entonces la decisión o sus riesgos. Creo que los venezolanos como nación, tampoco.  

Ahora lo tenemos más claro. El diablo que iba a cagar a Venezuela vivía a sus anchas por Centroamérica y algunas regiones de México. El diablo en versión coyotes, narcos, autoridades… huir de él no era una decisión tanto como una necesidad. Escapar del mal hecho negligencia como el que hace unos días dejó arder las llamas libremente en un centro migrante de Ciudad Juárez. Una cárcel con 68 inmigrantes, un espacio repleto de vidas con dolor en el rostro y resignación en las venas… Algunas que se hicieron almas entregadas casi como un sacrificio humano al diablo de la indiferencia. 18 guatemaltecos, 6 hondureños, 7 salvadoreños, 7 venezolanos y un colombiano. Centroamericanos y venezolanos unidos en la migración y el infierno.

Nuestras tragedias ahora son tan graves como las de esos países que antes veíamos tan lejanos en dolor y carácter. Dios no los ha salvado a ellos ni nos salvará a nosotros. Se trata de algo más.

Ver la pompa tras el fallecimiento de Tibisay Lucena en Venezuela, pocos días después de la muerte de venezolanos enterrados entre llamas en México, desesperados por buscar una salida a la desgracia para encontrar un laberinto de tragedias, me hizo pensar en lo que nos hemos convertido.

He pensado en cómo dejamos que el mal se instalara y se adueñara de nuestro país. Que hiciera hogar en la conciencia de gobiernos inútiles ante la muerte de sus ciudadanos (migrantes, pero ciudadanos) y destrozados ante el ocaso de sus guardianes (ciudadanos, pero del mal). El mal que encontró refugio en nuestras tierras y en nuestra gente y que hemos de sacudir con la fuerza de un exorcismo. El mal que nos hicimos.

LEONOR CAROLINA SUÁREZ / Twiter: @LeonorSuarez / Instagram: leocarosuarez

Abogada. Licenciada Cum Laude en Derecho de la UCAB y máster en Comunicaciones de University of Florida. Cuenta con más de diez años de experiencia en periodismo digital y producción audiovisual.

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