Aló, presidente Petro

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Por: María Eugenia Fuenmayor

«El verdadero hipócrita es el que cesa de percibir su engaño, el que miente con sinceridad».

André Gide, escritor francés. Nobel de literatura 1947.

Me pregunto si en estos tiempos que vive Latinoamérica hay una suerte de inducción que orienta (o más bien extravía) la voluntad de los electores en favor del que más mienta: prometer rebajar los impuestos en un país en crisis económica, ofrecer el cese de la actividad petrolera y minera en medio de una pospandemia devastadora y en un contexto  de alza global de precios del combustible, no es otra cosa que engañar por todo lo alto.

Esa úlcera insanable que ha persistido en nuestros países por tanto tiempo, ya ha derivado en una herida abierta, profunda y purulenta que intenta extenderse por un continente sufriente y que ha preferido anclarse en el pasado, a sabiendas de que estas promesas son incumplibles. Su pretensión solo genera más falta de oportunidades de prosperidad y nos condena, es verdad, a la igualdad, pero esa en la que todos somos igualmente menesterosos (salvo los líderes que conducen ese proceso). 

Uno puede comprender las motivaciones que tienen todos los olvidados, los menos favorecidos, al votar por los Boric, Petro, Lula, López Obrador y hasta los Fernández. Sabemos que las democracias no han sido lo suficientemente eficientes para procurar mayor acceso al bienestar, pero no deja de sorprender la actitud de una clase media, que, se supone, ha tenido posibilidades de trabajo, que comprende, aunque sea lo elemental, de los principios que rigen a la economía y que sabe mínimamente el significado de las libertades individuales, las económicas, de los derechos y deberes ciudadanos.

A pesar de gozar de tales prerrogativas, esa clase media se identifica más bien con lo «trendy», y, desde lo más banal del ser humano, se transforma en una especie de masa emocionalmente indigente y sin pensamiento crítico ni referencias históricas básicas, y se entrega al verbo falaz y sin fundamento.

Lo que ha pasado en Colombia no es más que la réplica de lo sucedido en casi todo el continente (incluyendo a los EE. UU.). Quiero significar con esto que las clases medias de nuestra región, y en especial de las nuevas generaciones, son la consecuencia de una inconciencia colectiva, producto de la falta de conocimiento de la historia; de la falta de siembra del pensamiento ciudadano y de la profundización del control externo que ejercen multilaterales como Puebla y Sao Paulo para hacer de las masas colectivos incapaces de verse a sí mismos como agentes de cambio por esfuerzo propio: De esta manera crea sociedades dependientes de mesías fabricados para conquistar el poder a punta de discursos  hipnóticos que desactivan la razón, sobre todo, insisto, de la clase media.

Esta es la manera de darle cabida a la pasión popular desenfrenada de la que tanto requieren las izquierdas para encaramarse en la cresta y conquistar, cada vez más,  pueblos y países sobre la base de relatos fantasiosos de igualdad, cambio climático, reforma agraria… ensueños estos de los que los venezolanos estamos ahítos.

Más allá de los antecedentes harto conocidos, Gustavo Petro, efectivamente, tiene talento para conquistar con su hablar meticulosamente estudiado, apoyado en una formación robusta y una habilidad extraordinaria (que solo se podría comparar con la de Hugo Chávez) para desdecirse a sí mismo y quedar, sin embargo, bien parado. Todos sabemos, empezando por él, que Colombia no se puede dar el lujo de dejar de producir petróleo. Él sabe que su advenimiento al poder traerá fuga de capitales en su país, pero, al mismo tiempo, tiene el reto de seguir manteniendo el ritmo de crecimiento económico que las democracias imperfectas que le antecedieron han venido procurando para el país.

Su promesa de gravar con mayores impuestos a más de cuarenta mil empresarios, a sabiendas de que ellos son fuente directa de empleos estables y productivos; su manifiesta intención de «democratizar» (no de expropiar) la tierra para que «sea de muchos» lo pone en perfecta sintonía con lo que el finado autócrata Chávez quiso hacer, e hizo, pero sin las sutilezas con las que Petro edulcora su narrativa.

En definitiva, el populismo está de moda, y si es rojo, es más atrayente. Los populistas son los Bad Bunny de la política: dicen cosas huecas, superficiales, sin sentido práctico, pero que son capaces de magnetizar a las clases medias y a las nuevas generaciones.

Si las corrientes de centro, que aún gobiernan en algunas geografías, entendieran el imperativo de no descuidar el fomento y el ejercicio de la ciudadanía; si se esmeraran más en enfatizar la transparencia de sus gobiernos y promovieran la formación integral de su dirigencia (incluyendo las artes y ciencia de las comunicaciones), tendríamos muchos menos «bad bunnys y don omares» en el poder.

A Petro solo le faltará recrear sus propios Aló, Presidente, para mantener viva la llama de quienes hoy le respaldan, pero quién sabe mañana, pues, no es de extrañar que dentro de no mucho tiempo, la gente ya empiece a confundirlo con Mafe Walker, esta extraña señora que tiene línea directa con los extraterrestres.

MARÍA EUGENIA FUENMAYOR | @mefcal

Experta en mercadeo, comunicaciones y reputación. Directora ejecutiva de Interalianza Consultores.

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