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miércoles, 15 mayo, 2024

Familia regresa de Colombia y Chile empujada por rumores de cambio en Venezuela

Aracelis Blanco y Emily Montana son madre e hija. Ambas salieron de Venezuela en circunstancias distintas, pero con el mismo propósito: encontrar una vida digna que no tenían en su país. Pero regresaron tras lo que consideran un intento frustrado de escapar de esta realidad en Chile y Colombia. Ahora tienen la esperanza de vivir un cambio

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Por Daniela Chacón (*)

Capacho.- Una familia de siete integrantes, oriundos de Maracay, estado Aragua, se fue de Venezuela en fechas distintas y por rutas diferentes con el propósito de alcanzar mejores condiciones de vida. Contaron a El Pitazo que no vieron resultados, por lo que decidieron regresar al país, sin dinero y caminando.

Aracelis Blanco es madre de cuatro hijas, pero sólo emigró con una de ellas, la menor, de 13 años de edad. Otra de sus hijas es Emily Montana, quien ya tiene esposo y tres hijos. Todos vivían en la misma casa en Maracay, pero afirmaron que la precaria situación económica los obligó a marcharse.

Montana emigró a Chile con su esposo e hijos en noviembre de 2021, mientras que Blanco se fue con su hija menor a Cúcuta, Colombia, en 2022. A pesar de estar lejos, siempre se comunicaban. Ambas sabían que no la estaban pasando bien, por eso decidieron regresar.

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Planificaron encontrarse en Cúcuta para retornar juntos. Emily y su familia hicieron casi todo el trayecto desde Chile a pie. Algunas personas los ayudaron con dinero para pagar un medio de transporte, otros los llevaban sin precio alguno y cuando no sucedía ninguna de las dos cosas, simplemente caminaban.

En Cúcuta, su mamá y su hermana los estaban esperando. De allí salieron rumbo a Venezuela, cansados, pero con una esperanza, pues escuchaban decir que su país estaba cambiando. Conocidos y allegados les dijeron que hay más oportunidades en Venezuela. Quieren confirmarlo. Y, de ser ciertos esos rumores de cambio, aspiran a vivirlos en su país.

“El sueño colombiano y chileno se vino con nosotros. Venezuela es nuestro orgullo. Hay muchos que dicen que aquí todavía se puede vivir y para estar guerreando y luchando en otros países, uno lo hace en su propio país”, coincidieron en señalar las dos mujeres a El Pitazo.

Desde San Antonio del Táchira hasta Capacho les dieron la cola. Llegada la noche durmieron en unos quioscos cerca de esta localidad tachirense y en la mañana del 24 de abril se trasladaron hasta la Iglesia San Emigdio de Libertad. Allí descansaron y, gracias a la ayuda de la Diócesis de San Cristóbal y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), pudieron comer e hidratarse.

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Antes de emigrar a Chile, Emily Montana trabajaba en Maracay como conserje en un edificio. El dinero que ganaba no era suficiente para ayudar con los gastos del hogar. Su pareja no tenía nada estable, trabajaba solo por días.

Al ver que su situación no mejoraba, la pareja tomó la decisión de irse en diciembre de 2021. Pero no tenían dinero para costear los pasajes, así que debieron hacer buena parte de la ruta a pie.

Llegar a Chile les llevó aproximadamente un mes. Las dificultades crecieron a medida que se acercaban al país austral, pues notaron que las condiciones climáticas no eran iguales a las de Venezuela. “Había mucho sol, en algunos lugares no había agua para tomar, ni árboles donde reposar, era como un desierto”, expresó Montana.

Sin un lugar donde quedarse, pues nadie los esperaba en Chile, Montana y su familia consiguieron, sin embargo, la ayuda de un chileno que les dio abrigo de forma temporal, un gesto que todavía agradecen.

No obstante, al comenzar las protestas antiinmigración en Chile en enero de 2022, la ayuda terminó. “Empezaron las protestas y tenernos ahí, en su casa, fue un problema para él”, dijo Montana.

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Encontrar un lugar para vivir fue difícil. Ella no trabajaba; sólo cuidaba a sus tres hijos, mientras que él trabajaba por días. Algunas veces como chofer o albañil, pero no tenía un trabajo estable.

Con dificultades para regularizar su situación migratoria en Chile, Montana señaló que fue imposible inscribir a su hija mayor en el preescolar. Aseguró que el país austral ofrece mayores oportunidades que Venezuela, pero estar sin papeles les dificulta aprovecharlas.

Sin muchas oportunidades en Cúcuta

Blanco, en cambio, llegó a Cúcuta con su hija menor de 13 años en un autobús. Afirmó que mientras vivió en Maracay no tuvo oportunidades de empleo, por lo que decidió irse de Venezuela con la esperanza de asegurar un futuro para su pequeña.

En esa ciudad de Colombia permaneció ocho meses. Dijo que no conocía a nadie y le costó mucho conseguir empleo, pues no tenía los documentos necesarios que le permitieran acceder a un trabajo formal.

Además, indicó que se consiguió con una gran cantidad de venezolanos en esa zona. “Nos tildaban de mala conducta, ladrones, mujeres prostitutas… Es bastante triste, porque hablan mal de la gente y de nuestro país”, comentó.

Trabajó como comerciante informal. Vendía tostones, chicharrones, empanadas, pasteles, jugos, café, pero eso no era suficiente para sostenerse, pues el precio de los servicios y el arriendo eran costosos. “Uno trabajaba para el arriendo y la comida”, dijo Blanco.

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Al igual que Montana, Blanco no pudo inscribir a su hija en un colegio. Aseguró que la razón fue no contar con el Permiso Especial de Permanencia; tampoco con el pasaporte. Las dos mujeres esperan que al llegar a Maracay las cosas cambien y los niños puedan estudiar, pues les preocupa el tiempo que han perdido.

Señalan que estar en su país es sinónimo de tranquilidad, pero indicaron que aún les queda un largo camino por recorrer para llegar a su hogar en Aragua. No saben cuántos días les tomará llegar a Maracay; dijeron que todo dependerá de la disposición que tengan los menores para caminar y algún aventón en carro que les den en el camino. “Algún día llegaremos”, comentaron el 24 de abril.

(*) Programa de Formación de Nuevos Periodistas

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