En el refugio Casa de la Caridad Hogar del Migrante (CCHM) en San Luis Potosí, México, conviven actualmente 300 migrantes, en su mayoría venezolanos. El albergue cuenta con amplios espacios para descansar y recrearse; sin embargo, las personas allí hospedadas deben cumplir ciertas normas

A Carlos José Pérez le costó conciliar el sueño esa noche. Hacía frío y los ronquidos de sus compañeros de cuarto lo mantenían desvelado. Le había tocado dormir en la parte superior de una litera. Tenía miedo, no le gustan las alturas, pero sus preocupaciones superaban ese temor. Ya tenía un mes lejos de sus padres y su destino era incierto. En realidad, aún lo es.

Al amanecer aprovechó un par de horas más para quedarse en la cama. Su primo William Arteaga y Rogelio, un compadre de ambos, se fueron a trabajar a las 7:00 a.m. Carlos José no quiso ir. Estaba inconforme con el pago. “Aquí nos explotan”, aseguró vía telefónica a El Pitazo

Era su noveno día en la Casa de la Caridad Hogar del Migrante (CCHM) en San Luis Potosí, una ciudad ubicada en el centro de México, en el estado homónimo. Se trata de un albergue que recibe alrededor de 10.000 personas cada año mediante un programa Caritas y la Iglesia católica. 

Pérez se instaló en ese lugar después de cruzar durante 12 días la selva del Darién y los 4 países que están en la ruta hasta la nación azteca. Tiene 32 años, es oriundo de Charallave, estado Miranda. En esta ciudad de los Valles del Tuy trabajaba como asistente administrativo, pero la empresa donde laboraba quebró y quedó desempleado. 

Durante tres meses buscó trabajo sin éxito. En ese tiempo gastó casi la totalidad de su liquidación, así que decidió emigrar antes de quedarse sin dinero. Su sueño es llegar a Estados Unidos. Desde San Luis Potosí hay una distancia de al menos 1.984,35 kilómetros.

Recreación y convivencia 

La Casa de la Caridad Hogar del Migrante funciona bajo el modelo de resguardo temporal. Junto a Pérez conviven unas 300 personas, hombres en su mayoría. Para ingresar no le exigieron ningún requisito y tampoco le establecieron un tiempo máximo de estadía. Lo que sí le dejaron claro es que debía apegarse a las normas establecidas en el refugio de San Luis Potosí. 

Quienes no trabajan, no pueden abandonar el lugar de lunes a sábado. Solo está permitido salir los domingos después de misa. La hora de llegada es, máximo, a las 6:00 p.m., al igual que el resto de los días de la semana. Para las personas que trabajan hay cierta flexibilidad con el horario.


El primer domingo que salí aproveché para comprar un jabón de baño, un talco pequeño, una afeitadora y un desodorante. Gasté un total de 290 pesos mexicanos, equivalentes a 16,5 dólares. Otras personas se fueron de paseo. En fin, cada quien puede hacer lo que le agrade sin violar la hora de regreso

Carlos José Pérez

“El primer domingo que salí aproveché para comprar un jabón de baño, un talco pequeño, una afeitadora y un desodorante. Gasté un total de 290 pesos mexicanos, equivalentes a 16,5 dólares. Otras personas se fueron de paseo. En fin, cada quien puede hacer lo que le agrade sin violar la hora de regreso”, contó Pérez.

Dentro del refugio no se puede beber alcohol ni usar el teléfono después de las 6.00 p.m. A esa hora comienza la fila para entregar los celulares que quedan en resguardo de los encargados de la casa. Al día siguiente, quienes participan en el aseo de las áreas comunes son los primeros en recibir sus móviles. Al resto se los entregan a las 11:00 a.m. 

“En el patio trabajan tres barberos. Por cada corte cobran 60 pesos. Además, hay una cantina. Muchos migrantes escuchan música en estos espacios, otros conversan. Está permitido fumar, y a quienes les molesta el humo se van hacia el comedor”, manifestó el migrante.

A las 9:00 p.m. se sube a las habitaciones. Una hora más tarde se apagan las luces por respeto a quienes deben salir a trabajar al día siguiente. “Algunos caen rendidos. A otros, como a mí, nos cuesta conciliar el sueño y se nos pasan las horas pensando cuándo terminará esta pesadilla de andar de un lado a otro en busca de una estabilidad”, refirió. 

Pago insignificante 

Salir a trabajar es una decisión personal. Los hombres van al campo a sembrar papa o zanahoria; otros se inclinan por limpiar. Ganan entre 250 (14,26 dólares) y 300 (17,11 dólares) pesos mexicanos diarios. Algunos laboran descargando sacos de verduras y frutas de los camiones en el mercado de Potrillo. Reciben de pago entre 350 (19,95 dólares) y 500 (28,52 dólares) pesos. Hay quienes prefieren trabajar en construcción y el ingreso varía entre 150 (8,56 dólares) y 400 pesos (22,81 dólares).

“Cuando el migrante llega a México, por lo general se gastó el dinero que traía y se ve obligado a trabajar. Yo lo hice durante una semana, pero el pago es insignificante para todo lo que hice, así que decidí no ir más. Mientras a un nativo le pagan 500 pesos diarios por sembrar, a un extranjero le cancelan 300 pesos (17,11 dólares)”, señaló Pérez. 

Las mujeres que no tienen niños también salen a trabajar en los negocios del mercado de Potrillo. Según Pérez, igualmente reciben un pago insignificante; no obstante, la necesidad no les deja otra alternativa.


Cuando el migrante llega a México, por lo general se gastó el dinero que traía y se ve obligado a trabajar. Yo lo hice durante una semana, pero el pago es insignificante para todo lo que hice, así que decidí no ir más. Mientras a un nativo le pagan 500 pesos diarios por sembrar, a un extranjero le cancelan 300

Carlos José Pérez

¿Cómo es la casa hogar?

La Casa de la Caridad Hogar del Migrante es de dos pisos. La planta baja cuenta con recepción, oficina y consultorio médico (actualmente cerrado), así como áreas de atención psicológica, servicio social y apoyo jurídico. 

En la parte superior hay un total de siete habitaciones: cuatro para hombres y tres para mujeres. Sin embargo, debido a la cantidad de migrantes, se han acondicionado las áreas comunes, como la cancha y el patio, para que duerman algunos hombres en colchones o cartones. 

Estos dos últimos espacios, techados y cerrados, son habilitados en la mañana para el uso de los refugiados, casi todos venezolanos. Allí juegan pelotica de goma, ludo, dominó y barajas, específicamente caída, entre otros. 

El refugio dispone de un baño con 20 duchas e igual cantidad de sanitarios para hombres, y otro similar, pero con solo dos duchas y tres sanitarios, para las mujeres, según lo describió Pérez.

En un amplio comedor se sirven el desayuno (8:00 a.m.), el almuerzo (2:00 p.m.) y la cena (8:00 p.m.). A mitad de la tarde, a los migrantes se les ofrece una merienda (5:00 p.m.). 

La aplicación CBP One

La mayoría de las personas que están en el refugio esperan una cita a través de la aplicación CBP One. Se trata de una herramienta gratuita en línea, disponible para los migrantes en el centro y norte de México, que les permite programar una fecha para presentarse en un Puerto de Ingreso de Estados Unidos.

Carlos José Pérez presentó una solicitud en la CBP One el día 20 de octubre y aún espera respuesta. Dice que está desesperado. Su cabeza da vueltas con el paso de las horas. Sigue en el refugio, pero no descarta irse en autobús hasta la frontera y entregarse o subirse en “la Bestia” (red de trenes de carga de combustible y otros suministros). 

En “la Bestia”, también conocido como “el tren de la muerte”, los migrantes viajan en el techo de los vagones. Desde allí atraviesan puentes, túneles, selvas y zonas controladas por el crimen organizado. A ello se suma que pueden caerse y sufrir mutilaciones. Aguantar calor de día y frío en la noche es otro reto. 

Carlos José está consciente de estos riesgos. Asegura que son las mismas inseguridades que enfrentan los migrantes desde que salen de su país. Pero ya no se permite mirar atrás, tampoco vacilar ni retroceder. Está claro en su meta: llegar a Estados Unidos.

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