Ante el creciente desencanto por instituciones que no ofrecen soluciones a la sociedad, aumenta la influencia política de las comunidades evangélicas en América Latina. ¿Puede la fe reemplazar el debate de las ideas y contribuir a la polarización? ¿Qué tanto puede convertirse en una herramienta electoral del caudillismo?

Entrevista: Fabiola Chambi*

En plena campaña electoral de Brasil en 2022, el ahora presidente Luiz Inácio Lula da Silva tuvo que aclarar, ante una avalancha de desinformación, que “no tenía un pacto con el diablo” y que creía en Dios. En el país donde la política depende en gran parte de la religión, como lo probó la llegada al poder de Jair Bolsonaro, no hay cabida para dudas o especulaciones al margen de la fe.

En México, el presidente izquierdista Andrés Manuel López Obrador ganó las elecciones en alianza con el ultraconservador Partido Encuentro Social (PES) y ha manifestado su formación adventista. Además, procura mantenerse cerca de esta tendencia religiosa incluso para blindarse ante la iglesia Católica, que arremetió en su contra por los asesinatos de sacerdotes jesuitas el año pasado. En contraste, líderes evangélicos han defendido fuertemente su tan cuestionada estrategia de “abrazos, no balazos”.

En Guatemala, donde hay un gran porcentaje de población cristiano-evangélica, ésta ha tenido una influencia determinante, validada en 2016 con el triunfo arrasador de Jimmy Morales y también de manera contundente con el actual mandatario, Alejandro Giammattei, quien comulga con las posiciones más conservadoras para gobernar. Prueba de ello es que haya fijado el 9 de marzo como el “Día de la familia y la vida” y que haya celebrado la declaración de ese país como la “capital provida de Iberoamérica”. Por si fuera poco, exoneró de multas a miles de iglesias ante el incumplimiento de normas ambientales.

Al revisar el mapa político del continente aparecen datos contundentes que prueban cómo la religión y específicamente el fenómeno evangélico han permeado la política y no solo como una influencia cercana sino también como parte de la toma de decisiones del poder. En los últimos años es innegable la “agenda moral” en América Latina.

Pero este fenómeno no es reciente, pues desde la década de los 80 y 90 los evangélicos participaban activamente en los procesos electorales. Pero lo hacían sin aún consolidar una fuerza partidaria más allá de las voces de los líderes o pastores durante el tiempo de captación de votos.

El profesor e investigador peruano José Luis Pérez define en el prólogo del libro Pastores y políticos. El protagonismo evangélico en la política latinoamericana, tres características para entender estos cambios: “a) el notorio crecimiento numérico de las iglesias evangélicas a costa del decrecimiento católico; b) la aparición de un grupo de latinoamericanos que ya no guarda alguna afiliación religiosa, como el segundo grupo en crecimiento; y c) el posicionamiento de los evangélicos como actores sociales importantes en la región”. El mismo libro, publicado por la Fundación Konrad Adenauer, afirma que, a diferencia de Europa, América Latina sigue siendo mayoritariamente religiosa, pues “entre un 80 y 90% de latinoamericanos se autodenominan cristianos, católicos o evangélicos, y el ateísmo todavía es un fenómeno minoritario”.


Este fenómeno no es reciente, pues desde la década de los ochenta y noventa los evangélicos participaban activamente en los procesos electorales


Sin embargo, sobre todo en Brasil es necesario distinguir entre las iglesias evangélicas tradicionales y las neopentecostales, las de mayor crecimiento, que “se diferencian de las primeras porque son más conservadoras y mucho más organizadas en la política”, explica Rodrigo Stumpf González, profesor de la Universidad Federal do Río Grande do Sul y doctor en Ciencias Políticas.

El suelo fértil de los evangélicos

Aunque la religión católica tiene una fuerte presencia en la mayoría de los países, los últimos años se ha evidenciado un declive que estaría dando cabida a la pluralidad. Pero, ¿por qué tiene tanta aceptación el evangelismo? Desde Guatemala, Pablo Rangel, profesor de ciencia política en la Universidad de San Carlos, asegura en conversación con CONNECTAS que “hay un discurso empresarial y casi omnipresente” que da fuerza a estos grupos. “El evangelismo está muy bien mercadeado y está llenando los vacíos que la iglesia Católica está dejando. Este avance ha marcado influencia inevitablemente a la política”.

Pero no solo esta tendencia favorece el crecimiento de los evangélicos. También lo hace la cercanía que tienen con los sectores populares, a los cuales los partidos tradicionales no han podido responder satisfactoriamente.

El argentino Emilio Rodríguez, licenciado en Filosofía y estudioso de este tema, considera que “se ha ido produciendo un descrédito del mismo sistema democrático y de las instituciones porque la gente cuando decide votar y elegir a sus representantes lo hace pensando que van a resolver sus problemas, principalmente la pobreza, pero no sucede. Por eso, las iglesias evangélicas se tornan fácilmente permeables en estos sectores sociales porque al final el Estado está ausente”.


El evangelismo está muy bien mercadeado y está llenando los vacíos que la iglesia Católica está dejando

Pablo Rangel, profesor de ciencia política en la Universidad de San Carlos, Guatemala

Sin embargo, Rodríguez reconoce también un acercamiento importante de sectores más acomodados y de clase media, que se adhieren a las iglesias evangélicas para contrarrestar algunos movimientos que ellos rechazan, como las posturas feministas y pro aborto, la agenda LGBTI y el cambio climático, entre otras.

Los evangélicos han logrado arar en tierra fértil al aprovechar el desencanto y responder con atención y ayuda a estos sectores. A cambio, han obtenido una adhesión popular que los ha hecho conscientes de su influencia en la agenda pública. Y los políticos han entendido que ahí hay un poder efervescente de voto.

Religión, poder y polarización

Llegar al poder con el apoyo decisivo de uno o varios sectores compromete comulgar con sus principios. Y en el caso de las iglesias evangélicas, éstas promueven discursos ultraconservadores que dan pie al crecimiento de la polarización, al introducir en la política factores religiosos que favorecen la intolerancia y degradan el debate democrático. En efecto, como reflexiona Rodríguez, “hay una contraposición de un discurso ultraconservador ante uno liberal y democrático. En algún punto, las iglesias no son tan simpatizantes de la democracia y lo que promueven es una agenda claramente antiderechos. Son religiones del status-quo que esperan que nada cambie y eso polariza mucho, sobre todo, con las nuevas generaciones”.

Pero más allá del discurso, los fundamentalistas evangélicos están influyendo en la toma de decisiones en el caso, por ejemplo, de que desde sus mayorías parlamentarias apoyen o aprueben leyes que disminuyan o no reconozcan los derechos de algunos grupos por cuestiones religiosas. “Cuando se involucra la fe con la ley, uno pasa a determinar que las normas públicas tienen que ver con un determinado grupo y, por lo tanto, se saca de la ley a quienes no piensan igual y ese es un peligro para gran parte de las Constituciones latinoamericanas, que consideran que el Estado es laico”, explica el doctor Stumpf. Aunque también aclara: “No creo que es un riesgo inminente, pero sí un riesgo posible”, dijo a CONNECTAS.

Sin embargo, en Guatemala hay varias señales que organizaciones de la sociedad civil y analistas consideran una “estrategia del Estado”. Allí, el gobierno de Giammattei proclama el rechazo a las familias no convencionales, la prohibición al matrimonio homosexual y ha sido indiferente ante una ley que aumenta las penas a las mujeres que abortan.


En algún punto, las iglesias no son tan simpatizantes de la democracia y lo que promueven es una agenda claramente antiderechos

Emilio Rodríguez, licenciado en Filosofía

En ese país, como dice el profesor Rangel, hay grupos establecidos de jóvenes que funcionan bajo la premisa de desarticular cualquier movilización prodiversidad y manejan un discurso ultraconservador. “La cristiandad y la homosexualidad son vistas aquí como algo que no puede unirse (…) Hay una doble moral y un Estado completamente teológico en Guatemala”.

Aunque no consolidaron una propuesta partidaria de mayor impacto o alcance, las iglesias evangélicas han establecido con éxito una “agenda moral” o, por lo menos, el debate alrededor de ella, y tienen más adeptos cada día. Estos grupos ya no son observadores o colaboradores eventuales en la arena política latinoamericana. Son, en muchos casos, determinantes, con los riesgos que implica mezclar la fe religiosa con el debate político y social.

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