Caracas.- El calor recibe a los pasajeros del Metro de Caracas que diariamente bajan las escaleras, en ocasiones, mal iluminadas, para tomar los vagones. Las taquillas donde solían reunirse operadores a pasar el tiempo —cuando comenzó a funcionar de manera gratuita en mayo de este año— ahora venden tickets y tarjetas a filas de cientos de personas. Los usuarios esperan horas para pagar su entrada al servicio entre olores fétidos y humedad.
Algunos se quejan: «Hacer esta cola para comprar un solo ticket»; otros cuentan los billetes una y otra vez para matar el tiempo. El 23 de junio, Delcy Rodríguez anunció un aumento de 1.250 % sobre la tarifa del sistema que entraría en vigencia el 1° de septiembre; sin embargo, en el Metro comenzaron a cobrar el pasaje el viernes 14.
Un solo operador atiende una de las estaciones más concurridas de la ciudad que conecta las lineas 1, 2 y 3: Zona Rental; la fila “se mueve rápido”, indica un miliciano que vigila que los pasajeros tengan sus boletos al momento de pasar por el único torniquete que está en funcionamiento. Algunos utilizan tickets viejos amarillos y naranjas; el miliciano los rompe y, en ocasiones, les pide a los usuarios que ingresen por las puertas laterales y entreguen el boleto a su compañero.
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Un apagón de escasos minutos despierta las quejas en las personas de la fila. «Otra vez», exclaman algunos; se oyen los parlantes del Metro: «Les agradecemos a los señores usuarios mantenerse en las áreas más iluminadas de la estación; presentamos una baja en la energía». El operador de la taquilla debe reiniciar el sistema; una hoja impresa a color indica al usuario que puede escoger entre un ticket de un solo viaje, que cuesta 0,50 bolívares soberanos; una tarjeta que alcanza hasta para diez viajes, de 10 bolívares soberanos y una tarjeta de 30 bolívares, recargable hasta 327 bolívares soberanos.
La vista que tiene el operador son máquinas dispensadoras de tickets fuera de servicio; a un lado, un cartel bien cuidado da instrucciones a los ciudadanos de cómo pagar con bolívares fuertes. Cualquier otra información sobre la vieja boletería ha desaparecido.
Los boletos se pagan en efectivo y debido a que los billetes del nuevo cono monetario son insuficientes, el servicio acepta billetes viejos. La mayoría de los usuarios demoran en ajustar sus cuentas entre conos y el emisor solo vende hasta 10 tickets. Algunas personas se asoman desde los torniquetes para evaluar el tamaño de la cola y con malas caras se dan la vuelta y se van.
En las estaciones que no tienen tickets, los torniquetes están libres para que las personas puedan pasar.
Una vez dentro del vagón, el aire acondicionado es escaso y las luces fallan, los asientos están desgastados y las paredes despintadas. Las personas se sientan con apatía esperando llegar a la siguiente estación; las colas para abordar el tren son largas y toma hasta tres intentos subirse a alguno.
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Aunque algunos comentan que la fluidez del servicio ha mejorado desde que empezaron a cobrar el pasaje, los vagones siguen abarrotados y los pasajeros saltan unos sobre otros para entrar.
«Sale caminata, hijo», dice una señora mientras toma las escaleras mecánicas para salir de la estación. Su hijo la sigue vestido con su uniforme y la cabeza baja.
«Lo que a uno le dan en el banco debe gastarlo en los tickets. Deberían automatizar el servicio, poner puntos de venta», dice Leida Castillo al tiempo que el operador anuncia la llegada a la estación Altamira.
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