Voz Veis, solo por esta vez

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«La música hace más feliz a la gente sin dañarla. La
mayoría de las cosas que te hacen sentir mejor son
dañinas. La música es una droga que no te mata»

Fran Lebowitz


Por: Javier Melero

Con frecuencia, al leer algunos poetas, se tiene la sensación de que perciben la juventud como una suerte de paraíso perdido; más que un tiempo o una edad, la juventud pareciera ser un país del que algunas personas quedan permanentemente exiladas.

No quiero desestimar los efectos que el paso del tiempo causa en nosotros, pero me rebelo un poco contra la amargura de los campos arrasados. Ya los venezolanos —tanto los de dentro como los de fuera— tenemos demasiado exilio como para sumarnos otro. Por eso me parece tan atinada la observación que Fran Lebowitz hace en esa curiosa serie documental que Scorsese dirigió para Netflix: la música que escuchaste en tu juventud, no importa si es o no la mejor música de todos los tiempos, te hace instantáneamente feliz.

Sean Los Beatles o La Billo’s; Metallica o Guaco; Mozart o las Spice Girls, una canción que hayamos querido mucho nos remueve la memoria y el pecho. Por eso pienso que la música es una forma de vencer el exilio que el tiempo le impone a nuestra juventud.

Por esta última razón me pareció importante escribir sobre este concierto de Voz Veis. Es verdad que no ha pasado tantísimo tiempo desde que se separaron. “Son solo 10 años”, pensará alguno. Y sí, es cierto, no ha habido oportunidad para que la nostalgia nos cuele un gran zarpazo. El asunto es que, para los venezolanos, 10 años es mucho más que una década. Nosotros vivimos años perrunos. Como escribió Ortega y Gasset, la historia se nos ha acelerado, no tanto por los avances científicos, sino a punta de sobresaltos.

Así que lo diré de entrada: esto no es una reseña al uso, ni mucho menos una crítica, es más una carta abierta de agradecimiento a los panas de Voz Veis. Nace de la absoluta simpatía por lo que hicieron. Siento que nos recuerda a todos algo importante. ¿Qué es ese algo? Lo diré en un momento. Antes quisiera repasar un poco “la fechoría”, ponderar el tamaño de la proeza.

Tal vez no sobra decir que la producción se sintió impecable. Sin conocer los detalles de lo que vivieron en la trastienda, estoy seguro de que gestionar un concierto de esas dimensiones en la era COVID es complicado y lo sortearon como los grandes; además, hacer un show sin público es difícil para cualquier artista porque la respuesta inmediata de la gente es lo que los retroalimenta; a pesar de eso, siento que la energía estuvo ahí, que le metieron el corazón al performance y lograron transmitir lo que un cantante debe transmitir.

Además, desde el punto de vista técnico, la transmisión no presentó ninguna falla aparente (cosa que puede pasarle al más pintao, como le ocurrió hace poco a Marc Anthony). La ejecución musical y el sonido fueron tan exactos que costaba creer que fuese en vivo, a veces en desmedro de la emoción. El aspecto coliseico del Ziff Ballet Opera House y su juego de luces en los palcos estuvieron al punto. Ellos bailaron (mal) como siempre y se rieron de sí mismos.


Es verdad que no ha pasado tantísimo tiempo desde que se separaron. “Son solo 10 años”, pensará alguno. Y sí, es cierto, no ha habido oportunidad para que la nostalgia nos cuele un gran zarpazo. El asunto es que, para los venezolanos, 10 años es mucho más que una década. Nosotros vivimos años perrunos

Javier Melero

Aunque en general sea un detalle menor, agradecí la cámara permanente en el baterista, Humbertico Molero (tal vez por haber tocado ese instrumento unos cuantos años). Por otro lado, al escuchar de golpe un trecho importante de su discografía, se agradece el viaje de ritmos y géneros que hace su música: del blues al tamunangue, del joropo al rock & roll, del merengue al vaudeville.

Más allá de los asuntos logísticos y de producción, la razón principal por la que celebro este concierto es que nos mostró de nuevo al país posible. En muchos sentidos, Voz Veis es una forma de ser venezolanos. Sí, hay nostalgia, pero trascienden la nostalgia. Lo más importante es que Venezuela puede ser polifonía, gente distinta que aprende a armonizarse para crear belleza. La metáfora del auditorio vacío tenía cara: las caras de la diáspora, pero también las de los que mueren naufragados en Güiria, o en las decenas de hospitales venezolanos. En una época de distancia y polarizaciones, de bandos y estandartes crispados, la unidad que respeta la pluralidad y trasciende las diferencias produce una sensación de menta y agua fresca.

Es verdad que no todas las canciones envejecieron igual de bien. Ya en estos pocos años su fórmula de balada pop puede llegar a sentirse repetitiva o empalagosa en ciertos temas, pero en sus mejores momentos —que son muchos— me atrevo a decir que logran la hondura malograda de Chavela, el duende melancólico de Manzanero, o el demonio genial de Sabina. Son universales porque triunfan sobre la mecánica del corazón y lo ponen a hacer lo que mejor sabe: querer y emocionarse.

En su Pavana del trastiempo, el poeta Eugenio Montejo escribe: «Quizá viví en un año pocos meses / y en cada uno de mis meses pocos días, / se me hizo tarde por siempre y para todo». Es decir, no todo el tiempo sabemos vivir con intensidad el ahora, no estamos presentes en todos los momentos importantes de nuestra propia vida (cada segundo importa). Ahí es cuando la música puede ayudarnos a retomar el paso, a resetear los afectos y volver a ser contemporáneos de nosotros mismos, en su sentido más hondo.

Por todo lo anterior creo que este concierto —y toda buena música— es una cura contra el exilio del tiempo. Viendo el show, me alegra comprobar que los de Voz Veis tienen bien aprendida esta otra lección de Montejo: «Si de verdad fuimos jóvenes alguna vez, lúcida y desprendidamente jóvenes, habremos aprendido a serlo siempre hasta el fin de los días».

Un abrazo a todos, muchachos.


JAVIER MELERO | TW IG @melerovsky

Cineasta. Emprendedor de quijotadas y gamer vergonzante. Empepado por la naturaleza. Adicto a las galletas María.

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