Venezuela y la lucha de EE. UU. y China por la hegemonía mundial

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Muchos piensan que la lucha por la hegemonía mundial entre las grandes potencias es el resultado de apetencias particulares. De políticas de determinadas personalidades. De cuestiones subjetivas propias de la política o de las ambiciones de figuras históricas que hicieron época. Aún se afirma que la Alemania nazi de Hitler quería hacerse dueña del mundo por la ambición de un demente ambicioso. Mussolini, en Italia, también andaba con esas aspiraciones. Y Japón, por la idea imperial de Hirohito. Napoleón Bonaparte, por su codicia, quiso conquistar buena parte del mundo.

Para quienes se ubican en esa corriente del pensamiento, estos hechos obedecen a apetencias, a locuras y, en general, a cuestiones subjetivas. La historia oficial de Venezuela también está cargada de esta perspectiva. No fueron las condiciones históricas las que derivaron en una ruptura con la Corona española, sino la grandeza de un héroe a caballo. Nada pintan las masas en ese relato.

Pero el asunto no es así. Son determinaciones objetivas, en primer lugar, las que conducen a los procesos políticos en los que siempre tienen participación amplios sectores sociales. En el caso que nos ocupa, el Estado actúa cumpliendo con las tareas del capitalista total ideal. No se trata del Estado y sus líderes actuando motu proprio, sino de procesos cuya explicación, por muy compleja que sea, obedece a cuestiones orgánicas de la producción de riquezas.

Esta cuestión resulta de gran importancia en estos tiempos en que se ha abierto una nueva época regida por una política económica distanciada del neoliberalismo y cuyo hegemón mundial es China. Trasciende el período posterior a la Segunda Gran Guerra, en el cual los estadounidenses exportan masas de capitales a Europa y Japón, principalmente, pero no de forma única. Sus capitales fluyeron por todo el mundo. Capitales mercancías y financieros, los más competitivos del orbe, les permitían penetrar en buena parte de las economías del planeta, incluyendo Rusia, ya iniciada la restauración capitalista en 1954, en medio de la llamada Guerra Fría.

La hegemonía china

No escapan las cuestiones económicas de algo que sucede en el resto de formas de expresión de la materia: el desarrollo desigual. Unos países avanzan más que otros. El crecimiento y desarrollo se centra en determinadas potencias, mientras otras se rezagan. En la avanzada están China, Rusia, India, principalmente, mientras Estados Unidos e Inglaterra van quedando atrás en la marcha. Es que las ventajas que brindó China —a raíz del golpe de Estado de Deng Xiaoping en 1974— eran inigualables a escala planetaria. De allí que este país se convierte en la economía que brindaba mayores perspectivas a las inversiones directas con una cuota de ganancia más elevada en relación con cualquier otra nación.

Esta circunstancia pone en evidencia que el capital no es tan cobarde como lo pintan. Afirmación esta que en realidad es un chantaje del capital, y en el caso que nos ocupa no operó. En nada fue cobarde. Se metió en la boca del imaginario lobo. Invertir en un país supuestamente comunista, enemigo del capitalismo, era un atrevimiento de marca mayor. Pero no: coincidieron las ansias de la oligarquía financiera con las pretensiones que iban labrando los chinos para el interés propio. Además, en medio había elementos muy atractivos: mano de obra barata como la que más y muy disciplinada, materias primas y fuentes de energía abundantes y baratas.

El preámbulo lo comienzan desde Hong Kong, Taiwán y los capitales de chinos migrantes dentro de Estados Unidos, que no eran poca cosa. Luego de esa avanzada, fluyeron los capitales de todos los países imperialistas y desarrollados. Todas las firmas se babeaban frente a esas ventajas que brindaban los chinos bajo el ropaje socialista o comunista, pues a fin de cuentas el Partido “Comunista” de China seguía siendo el mayor decisor.

Pero el asunto es orgánico: obedece a la producción y reproducción del capital. Tiene que ver con sus leyes de funcionamiento, particularmente con la formación de una cuota media de la ganancia, su tendencia decreciente y las contratendencias que buscan frenar la caída. Obedece a cuestiones propias del capital, cuya corroboración matemática permite medir el avance de las tendencias del desarrollo del capitalismo. La competencia fuerza a la elevación de la composición de los capitales, a ir incrementando la relación del capital constante —medios de producción, maquinarias y equipos, insumos, entre otros— con respecto a los obreros o capital variable. Es lo que permite a un determinado capital ser más competitivo en relación con otros. Esta propensión ocurre entre capitalistas de una misma rama, de un sector o de un país en relación con otros países, sectores o ramas.

El problema es que este desarrollo no conduce a la armonía prefigurada por Adam Smith. Por el contrario, el desarrollo de la composición de los capitales conduce a que descienda la cuota de la ganancia. Es una ley del desarrollo capitalista. Su realización conduce a un desarrollo desigual de manera generalizada. Es lo que ha acontecido en todo el mundo capitalista. De allí que la economía estadounidense, al asumir la hegemonía mundial luego de la Segunda Gran Guerra, ve descender su cuota de ganancia pese a haber abarcado todo el orbe con sus capitales financieros y mercancías. Sus obreros comienzan a ser cada vez más caros, lo que motiva en buena medida el descenso de su cuota de ganancia.

Es que la cuota de ganancia también es una relación inversa entre la plusvalía que obtiene el dueño de los medios y el capital total. En la medida en que crece la composición de los capitales, se hace menor el resultado de esta relación. Es una tendencia cuyos vaivenes se encuentran en las contratendencias que se operan también de manera objetiva. El incremento de la explotación, el descenso forzado del salario obrero, el aumento del mercado mundial, la exportación de capitales financieros, principalmente, permiten frenar el descenso.

De esta forma, la afluencia de capitales a China llevó a un desarrollo acelerado de prácticamente todas las ramas de su producción. Las zonas económicas especiales se convierten en un imán para los capitales de las principales economías del planeta. La búsqueda de cuotas de ganancia más elevadas los lleva a considerar las bondades chinas como principal alternativa. Eso redunda en el rapidísimo desarrollo de la economía china. Sus intereses nacionales, que nunca fueron abandonados, la van a convertir en la economía más competitiva del planeta. Su crecimiento interanual va a ir parejo con el desarrollo nacional imperialista. Los chinos van a incrementar de manera acelerada las ramas fundamentales del desarrollo: la industria pesada —principal palanca del desarrollo bajo la primacía del Estado— catapulta las industrias ligera y liviana que reciben grandes masas de inversiones directas.

China alcanza el primer lugar en el producto interno bruto en términos de la paridad del poder adquisitivo (PIB-PPA). Supera en este aspecto con creces a Estados Unidos y la brecha se va haciendo cada vez más grande. Indicativo de que lo producido en China es más competitivo que lo hecho por los estadounidenses. El valor de cambio es menor por contar con una mayor composición de capitales. Tiene una fuerza de trabajo barata con tecnología similar o superior, en varias ramas, a la que se usa en los países más avanzados. Estados Unidos mantiene la primacía en el PIB nominal, pero pierde distancia con respecto a los chinos.

Son varios los sectores en los que los chinos superan a EE. UU., Europa y Japón, más allá de la manufactura en general. En otras comienzan a competir, como en el caso de las industrias aeroespacial y militar. Y en unas terceras la supremacía es clara, como en el uso de la tecnología 5G, los inicios en el uso de las plantas nucleares basadas en torio y la computación cuántica.

Estados Unidos va por la revancha

Esta circunstancia es atendida por EE. UU. en la perspectiva de rescatar lo perdido. En dos cuestiones estrechamente enlazadas se basan los estadounidenses para alcanzar a los chinos. Recordemos que junto con el desarrollo desigual —que llevó a China a gozar de la supremacía mundial— se realiza la tendencia a la nivelación. Igual a lo sucedido con el desarrollo desigual, el asiento de la tendencia a la nivelación lo encontramos en el comportamiento de la cuota media de la ganancia. Busca EE. UU. frenar la caída de la cuota de ganancia en su economía. Más aún, en la búsqueda de frenar su caída dentro de su economía, aumenta la composición de sus capitales. Es un proceso objetivo. Es un asunto propio de la naturaleza del capital. Para ello debe contar con obreros más baratos.

La tendencia a la nivelación conduce a mayores roces que los producidos por el desarrollo desigual. Es que la pugnacidad se hace mayor. Los estadounidenses están forzados a desarrollar una política económica que les permita mayor competitividad. A su vez, protege su mercado interior aplicando frenos a la importación. Esto supone elevar la composición de sus capitales mientras adelanta, a su vez, una política que frene la caída de la cuota de ganancia. De allí la elevación de la explotación obrera, la política de pauperización de amplios sectores, la inmigración engañosa que restringe el ingreso a suelo estadounidense para penalizar al ilegal, forzándolo así a vender su fuerza de trabajo con salarios de hambre.

Está impelido EE. UU. a proveerse de materias primas baratas y abundantes. Además, ubiquemos que sus suelos no cuentan con algunos de los recursos fundamentales de la industria moderna. Sumemos a esto el principio imperialista de no gastar sus propios recursos, mientras agota los de las áreas de influencia. En tierras raras, por ejemplo, son pocas las reservas en suelo yanqui. Igual sucede con el rodio.

Otra tendencia que debe adelantar EE. UU. para mantener su cuota de ganancia, mientras eleva su composición de capitales, es la ampliación de sus mercados exteriores. Arrebatarlos a los chinos luce un gran reto. La exportación de capitales financieros, de igual manera, encuentra limitaciones, como no sea a través del Fondo Monetario Internacional, del cual sigue siendo el principal financista.

La política

Todo este análisis nos lleva a concluir que estos desarrollos se convierten en determinaciones de la política a escala planetaria. Los acontecimientos de Afganistán forman parte de esta circunstancia internacional que refleja dos políticas que son expresión de las circunstancias de cada una de las potencias de la disputa. Estados Unidos, sin el fuelle y la influencia de otros tiempos, apela a su fuerza bélica. Aun así —perdida la incidencia en el Gobierno afgano ante el avance talibán— se ve forzado a negociar y retirarse luego de una intervención de 20 años. Es que los chinos, más competitivos en muchas áreas, logran penetrar la economía de ese país centro-asiático mientras ayudaban a los talibanes.

En relación con Venezuela la realidad no es muy diferente. Por haber sido durante un siglo área de influencia de los estadounidenses, está en medio de esta rivalidad. Sin embargo, la diferencia radica en que los chinos encontraron un régimen que les abrió las puertas dócilmente para sostenerse. Coinciden así dos intereses: el de los chinos y el chavismo. Coinciden en el discurso: el socialismo es de palabra… y solo de palabra.

Cuenta Venezuela con recursos fundamentales para la industria moderna. No se trata ya del petróleo, cuyos estertores comienzan a verse. Siguen siendo importantes las reservas con las que cuenta el país. Pero son otros los recursos de significación estratégica los que están en juego. Tierras raras, rodio, oro, torio, coltán, entre otros, son abundantes en estos predios. Contar con estas materias primas resulta fundamental en la disputa por la hegemonía mundial. Su abundancia y su precio redundan en el comportamiento de la cuota de la ganancia donde se realicen como materias primas. Eso le da significación a Venezuela en la disputa por la hegemonía mundial. Se suma su envidiable ubicación geográfica. Qué más para explicar que en México no solamente estén las delegaciones de la dictadura y la oposición. No es poca cosa lo que se juega.

Carlos Hermoso es economista y doctor en ciencias sociales, profesor asociado de la Universidad Central de Venezuela. Dirigente político. @HermosoCarlosD

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