Una lección de olor para Venezuela, el reino de los perfumados

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Con los años, aquel territorio llamado Venezuela se convirtió en el lugar más perfumado y todos, o casi todos, pudimos oler cada vez mejor. La sofisticación era un valor, y nuestra vanidad se hizo característica nacional. Una clase marcaba la pauta muy arreglada, expirando fragancias, y una sociedad aspiraba al buen vivir, a lo bello, mientras otras cosas comenzaban a apestar: la muerte, la inseguridad, la falta de institucionalidad, la corrupción, el clasismo.

Por: Leonor Carolina Suárez

Sendas ráfagas han disuelto la dulce fragancia de la sofisticación criolla en estos días. Europa, la cuna moderna del perfume, vino a darnos una lección sobre la esencia de las cosas.

Todo empezó en TikTok desde un reino lejano. Allí, a nuestras protagonistas las llaman pijas, pero aquí les decimos sifrinas. Entonces, todo empezó en TikTok con dos adorables sifrinas venezolanas y su listado de “cosas que no nos gustan de vivir en España”.

En el video, dos cabecitas adolescentes cubiertas de una larga y lisa cabellera perfectamente peinada con carrera al centro, dieron rienda suelta a sus ideas: “Primero, la gente huele horrible…, a violín; no saben bailar…, patético; aquí la gente bebe demasiado…, horrible”.

Su aversión al olor corporal me llamó particularmente la atención y me hizo recordar la novela El perfume: retrato de un asesino, de Patrick Süskind: “Fue aquí, en el lugar más maloliente de todo el reino… donde nació Jean Baptiste de Grenouille”, escribió el autor sobre el protagonista de la historia situada en la Francia medieval.

Y pensé: fue aquí, en el país de la riqueza más pobre, donde nació la vanidad criolla. Me refiero a la Venezuela de nuestras dos niñas sifrinas; nuestra Venezuela del siglo XX y XXI. Cuyos trastornos cruzaron las fronteras gracias a la emigración y su hedor se nos devuelve con la fuerza de la viralidad.

La publicación retrató el insoportable y a estas alturas insostenible sifrinismo nacional. Insoportable por agudo y chirriante. Insostenible por su falta de asidero. Boris Izaguirre, el reconocido periodista venezolano radicado en España vino a corregir ―con su característica irreverencia― el disparate de las niñas sifrinas, que llegó como una necesaria disculpa nacional: “Pija y de un país tercermundista como Venezuela. Es una contradicción tan horrible”. Y sí, es una contradicción. Pero si nos revisamos, nuestras niñas sifrinas no están solas. La vanidad se ha respirado en parte de la sociedad venezolana por años y siempre ha sido una contradicción, que vinimos a reconocer al emigrar.

Ya lo sabían algunos, como el escritor venezolano Leonardo Padrón. Él mismo me confesó, en una entrevista sobre su novela Cosita rica, que “no era gratuito” que el negocio alrededor de su exitosa trama fuese una fábrica de perfumes, pues “era también hablar un poco de la vanidad del venezolano”.

Nuestro afán por embellecer se mostraba también en el uso del lenguaje alrededor del olor corporal: al sobaco preferimos llamarlo axila, y a su hedor le damos nombre de instrumento por demás sofisticado: “violín”. Y así, lo bello y oloroso descendió como valor de las élites a la sociedad entera y adquirió filtro de clase. “Huele a pachulí” era la expresión para dejarlo claro. No denotaba mal olor, nadie en Venezuela olía mal. Era el tapón de clase a las aspiraciones nacionales. “Huele a pachulí” era decir “huele barato”. Y nacieron entonces soluciones a este problema. Perfumanía fue la respuesta pirata y la vía popular al olor caro mientras no se mostrara el envase.

Con los años, aquel territorio llamado Venezuela se convirtió en el lugar más perfumado y todos o casi todos pudimos oler cada vez mejor. La sofisticación era un valor y nuestra vanidad se hizo característica nacional. Una clase marcaba la pauta muy arreglada, expirando fragancias, y una sociedad aspiraba al buen vivir, a lo bello, mientras otras cosas comenzaban a apestar: la muerte, la inseguridad, la falta de institucionalidad, la corrupción, el clasismo.

En la novela de Süskind, el protagonista se da cuenta de que a pesar de ser altamente sensible a los aromas, él mismo no posee un olor personal, un hedor, pues. Y decide crearlo con una serie de artificios para ganar acceso a la sociedad francesa.

Los venezolanos hicimos lo mismo. Buscar el acceso a los valores de la élite a través de mecanismos como los concursos de belleza; la imagen sofisticada de cabellos lisos recurriendo a las innumerables peluquerías capitalinas, y la figura esbelta, siguiendo la última tendencia de dieta, ejercicio o quirófano.

El perfume era el toque final que se compraba en un Duty Free o en Perfumanía, dependiendo de la clase social, por supuesto. Esta treta no estaba reservada a las mujeres. Los hombres también competían con Acqua Di Giò o Axe, (nunca olor corporal, ¡por dios!, y menos el desagradable violín).

La imagen y el olor se convirtieron en valores en sí mismos, vacíos. Sin asidero. Los bellos vasallos del reino más perfumado pronto nos mareamos en el estupor de las fragancias mientras los cimientos mutaban lentamente y se quebraban hasta colapsar. Para algunos, la opción fue emigrar.

La gran lección sobre el olor y la esencia de las cosas llegó en estos días también desde España como una ráfaga. La misma semana en que nuestras dos niñas mostraron que, a pesar de haber huido, conservan aún la idea banal de lo bueno y bello aprendida en el reino perfumado, otra venezolana comprendía el valor de lo importante, a pesar del sobaco.

Yorbriele Ninoska Vásquez fue Miss Earth Venezuela en 2017. Esta reina del lugar de los perfumados huyó también tras su descalabro. Por cosas de no ser sifrina, pero sí de aspirar a serlo, confesó que con su belleza compró el sueño del lujo en territorio mexicano. Aprendió a hablar y a comer de la mano de un empresario, según afirmó desde Madrid en una entrevista a Luis Olavarrieta esta semana. Ha dicho que aquel empresario mexicano está detrás de una grave acusación que por poco la lleva a la cárcel, de no ser por… España.

Ese país que dos niñas criticaron por su sobaco es el mismo en el que una venezolana, sin privilegios de cuna, encontró la justicia. En el que nuestras dos niñas sifrinas encontraron un refugio. Justicia y amparo, valores inoloros que en el reino de gente que huele bien, el poder o la negligencia han negado a tantos y, probablemente, les habrían negado a ellas.

En El Perfume, “quien dominaba los olores, dominaba el corazón de los hombres”. En una sociedad de valores, quien domina los olores, domina solo eso. Y allí está la gran lección. Quizás empieza en un territorio tan olvidado como la axila nuestro camino de regreso a la esencia de las cosas.

Aceptar, descifrar y darle nombre al olor real, y al hedor, de nuestros cuerpos, y nuestra sociedad quizás nos muestre nuevos valores, quizás nos permita reconocer la pestilencia de lo terrible y la fragancia natural de lo bello; el valor intrínseco de la justicia, la libertad, la institucionalidad sin olor ni color e, incluso, con olor a hechos, a sudor. El olor a seguridad, a hogar, a sobaco.

LEONOR CAROLINA SUÁREZ / Twiter: @LeonorSuarez / Instagram: leocarosuarez

Abogada. Licenciada Cum Laude en Derecho de la UCAB y máster en Comunicaciones de University of Florida. Cuenta con más de 10 años de experiencia en periodismo digital y producción audiovisual.

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