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sábado, 18 mayo, 2024

TRAS BASTIDORES | “Aquí todo es raro”

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La vera almodovariana, en su máxima expresión, se encuentra en esta amorosa y cuidada cinta, Dolor y gloria, donde la belleza y la búsqueda de la serenidad está presente en casi todas las tomas.

Tenía tiempo que no salía tan complacido y contento del cine. He visto recientemente películas muy buenas, pero no me habían alegrado como esta última entrega del gran Pedro Almodóvar, en la cual el protagonista (el mismo Almodóvar, actuado de manera muy conmovedora por Antonio Banderas) se reconcilia con lo importante de la vida y deja de lado lo banal, lo que sobra, lo que daña.

La escena de las lavanderas en el río, donde vemos a una Penélope Cruz fantástica, no es solo bella, graciosa, sino que tiene el refinamiento propio de autores tan fundamentales como Proust, a la hora de plantear nuestra educación sentimental. Aquí está presente esa memoria de la infancia, con sus luces y sus sombras, en unos términos formales que recuerdan las pastorales, esos cuadros musicales, bucólicos, fundamentalmente armónicos. El canto de “A tu vera”, por las mujeres que se animan en medio de la faena, da cuenta también de ese mundo femenino, de esa mirada de ellas, que tanto ha incluido Almodóvar en su obra.

En las lavanderas, como en muchos otros encuadres, hay un homenaje precioso a la rica y vital tradición pictórica española. El contraste de colores, las esmeradas composiciones, el ritmo de la cámara al aproximarse y alejarse, muestran respeto y orgullo por una cultura que tendemos, de manera muy equivocada, a subordinar, a menospreciar. En el mundo de Almodóvar se hace evidente el salto cualitativo que dio España luego de la muerte de Franco, uno de esos milagros que no abundan en nuestro mundo contemporáneo, en el cual, tristemente, prevalecen los autoritarismos sobre las democracias. No hemos sido en absoluto conscientes de que la mayor cantidad de los habitantes de la Tierra nunca han vivido la experiencia democrática que Occidente logró para la humanidad.

En Dolor y gloria está presente de manera muy decantada el lenguaje y el humor de este prolífico cineasta, narrador magistral, para que visitemos su vida y la de sus personajes de siempre sin carga melancólica, sin tono de despedida (que lo hay), sin melodrama (que también está). Almodóvar recuerda su infancia, nos mete en los diálogos con su madre, nos habla de sus amores, de sus amigos, de sus conflictos, de sus adicciones, de sus pesares… pero nos dice, sobre todo, que su vida ha habitado la casa de quien lucha por hallar la libertad, el hábitat que él ha construido para poder contar, una y otra vez, su mundo raro -que ya no lo es tanto- gracias a su perseverancia en la búsqueda de su verdad.

La cueva transformada en hogar, la llegada del deseo, el niño solista del coro que se niega a ser cura, son historias que van de la mano de una madre que está muy presente y cuya partida es, quizás, el disparador para dejar atrás lo que pesa y no ayuda. A partir de allí, de la despedida, llega la necesidad de la reconciliación, del perdón, del pasar la página, de la recuperación de la amistad, de la generosidad, del beso de un amante que dejó de serlo hace ya demasiado, de la necesidad de escribir y contar lo que se ha vivido, lo que se ha amado.

El sello de Almodóvar se siente a lo largo de toda la peli; hay una cuidada dirección de arte, una precisa y brillante actuación (especialmente Banderas, Cruz y Etxeandia) y uno tiene la sensación de que se ha metido en el lienzo de un grande, de alguien que sabe el valor de la pintura.
Con Dolor y gloria tengo la impresión de haber asistido a “la verità” de un autor fundamental de la creación española, una que me es afín porque me siento, en gran medida, hijo de esa cultura, que digan lo que digan los tontos de siempre, nos dio su lengua y sus formas.

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