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miércoles, 22 mayo, 2024

TRAS BASTIDORES | Antonio Pasquali

Antonio Pasquali interesa porque la suya fue una vida útil, destacada, generosa, ciudadana

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Quiso el destino que Antonio Pasquali se sintiera mal cuando le faltaban apenas tres días para regresar a su casa, Venezuela. Se encontraba en Cambrils, cerca de Barcelona, España, visitando a sus hijos, cuando le vino el malestar que lo llevó al médico y a un diagnóstico nada alentador. A los 90 años de una vida plena no es probable ganarle al cáncer y a sus complicaciones. Entre el instante de ese malestar inoportuno y su partida, el 5 de octubre de 2019, hay poco más de un mes. Murió rodeado del cariño y los cuidados de sus hijos: Carlota, Paola, Chiara y Marco.

Antonio Pasquali interesa porque la suya fue una vida útil, destacada, generosa, ciudadana.

Llegó a nuestro país, que hizo suyo, en 1948, cuando tenía 18 años. Venía de esa Italia de la postguerra que a tantos de sus hijos expulsó.

Aquí, en Caracas, terminó estudios de bachillerato en un Liceo Andrés Bello que contaba con profesores inspiradores. Cursó Filosofía en la Universidad Central de Venezuela. Luego, con una beca, se fue a París. En La Sorbona se doctoró y regresó a su país, Venezuela, a dar clases en colegios y en la UCV. Investigó, pensó y publicó una obra sólida que aún hoy es de importancia por sus hallazgos. Antonio Pasquali abrió una línea de pensamiento donde antes había conjeturas. Sistematizó y analizó con categorías nuevas el ámbito de las comunicaciones, haciendo profundo lo que hasta ese entonces parecía obvio y carente de contenidos trascendentales. Su obra tiene muchas lecturas posibles y mantiene vigencia porque establece relaciones con muchas disciplinas que exigen al académico una gran rigurosidad y al mismo tiempo una insólita flexibilidad. 

Antonio Pasquali poseía una formación impresionante en muchos campos del conocimiento. Era un erudito para establecer conexiones insospechadas entre la filosofía y la data dura de campos muy disímiles. En 1964 publicó Comunicación y Cultura de Masas, texto clave y rompedor que aún hoy suscita interés. En 2011, La Comunicación Mundo sale de la imprenta; allí repasa sus tesis anteriores y las contextualiza con el universo digital. Entre estos dos títulos hay muchos otros de repercusión. 

Su último libro es desgarrador: La devastación chavista, (abediciones – UCAB / Libros El Nacional, 2017) aquí estamos ante el hombre que denuncia y se pregunta sobre la catástrofe que vivimos por haber asumido la política de manera banal.

Antonio, además, fue funcionario de Naciones Unidas, donde realizó una gestión brillante; años antes fue uno de los creadores del Consejo Nacional de la Cultura. Fue un hombre crítico, decente, correcto, transparente, franco y muy humano. Fue un académico singular y un gestor cultural que nunca dejó de pensar y de actuar para construir un mejor país y, por tanto, debatir sobre los medios de comunicación venezolanos.

Antes de irse de viaje conversamos y me dijo que no se conformaba con la tragedia venezolana. No lograba entender cómo la tierra que lo acogió a él y a tantos otros venidos de la postguerra ahora perseguía y expulsaba a los hijos que había formado y que le daban sentido.

Escribo estas líneas muy estremecido, sobre un hombre al que quise y admiré mucho. Soy amigo de sus hijas, con quienes he compartido momentos clave de nuestras vidas. Esta no es la nota que se hace sobre un intelectual de valía al que uno ve desde la distancia. Tuve el privilegio de conversar con él, sobre todo de oírlo, en la intimidad de su cocina, otro escenario donde él era un maestro. Nunca nos pusimos de acuerdo sobre cuál era la mejor versión de la Segunda de Mahler. Y sí, sí intercambiábamos chocolatines (bombones) hechos por él con cascos de parchitas hechos por mi mamá. Él decía que salía ganando; como es natural, yo nunca me atreví a llevarle la contraria.

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