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martes, 14 mayo, 2024

Politeia | Ecuador, crónica de una migrante en medio de la pandemia

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Por Nehomaris Sucre

Hoy Quito amaneció nublado, como si todo el gris del mundo se concentrara en una sola ciudad.

Llevamos más de un mes de cuarentena, pero contar los días es algo que ya pasó a un segundo plano. Por los momentos solo mantengo el cálculo de la cantidad de comida que me queda para subsistir.

En los barrios del sur han aparecido vendedores que arrastran sus coloridas carruchas, copadas de cebollas, tomates, plátanos y otros productos del campo, los cuales podía comprar sin problemas hace tan solo un par de semanas, pero que hoy se tornan inasequibles porque ya no me quedan ahorros y no puedo trabajar con la misma constancia con la que lo venía haciendo desde que llegué a este país.

A la hora del almuerzo las medidas de los alimentos en mi plato son cada vez más precisas. De seguir racionando con rigor, las provisiones me deben alcanzar para una semana más. 

Las cifras de contagiados, el número de fallecidos y las historias sobre si en tal casa o en la otra se llevaron a un paciente con COVID-19 son el tema de conversación entre mis vecinos, quienes intercambian las palabras de un balcón a otro.

Entre venezolanos hablamos sobre las dudosas propuestas de quienes se ofrecen a llevarnos hasta la frontera por unos cuantos dólares y los planes de algunos paisanos de irse caminando. 

Hay tan poca luz en el cielo quiteño que no pareciera que son las dos de la tarde. Se escuchan las sirenas que anuncian el toque de queda y cada quien se resguarda tanto como puede dentro de sus hogares, so pena de tener que pagar una multa de cien dólares.

De Guayaquil llegan noticias de amigos, uno era profesor en Venezuela con estudios de postgrado y por fin había conseguido trabajo para dar clases en un colegio de la costa ecuatoriana, pero la pandemia se atravesó y ahora para sobrevivir se rebusca trabajando con cualquier cosa en la calle, a pesar de que la situación allá está más ruda y los riesgos de contagio son mayores a los que podemos enfrentar quienes nos hallamos en la sierra.

En la provincia de Guayas falleció un amigo de mi hermano. El muchacho era oriundo de Caracas y la última vez que se tuvo contacto telefónico con él tosía entre una frase y otra, además la voz se le escuchaba entrecortada como si le costase trabajo respirar. Al día siguiente no atendió las llamadas, en lo sucesivo caía la contestadora y ahora ya sabemos que murió porque su novia logró avisar.

La muerte nos ronda, pero quienes vivimos del día a día solo tenemos una opción para poder subsistir: salir a la calle a trabajar

El registro civil ha enviado mensajes de texto informando que a los fines de tramitar actas de defunción no es necesario acudir a sus oficinas ya que puede hacerse en línea, asumo que para evitar la aglomeración de personas en estos establecimientos.

La noche va cayendo y hace el frío de montaña característico de esta zona. En el silencio triste irrumpe el camión del aseo urbano con una cumbia que se escucha en todo el barrio. Los trabajadores hacen coreografía al tiempo que recogen la basura y algunas personas se asoman a la ventana y les aplauden. Ellos se llevan los desechos de estos tiempos de confinamiento y nos dejan el noble gesto de recordarnos que la alegría existe.

Mañana amanecerá de nuevo y tendré algo de mercancía para salir a vender. Me arrodillo antes de dormir y ruego a Dios que me cuide de la peste porque del hambre, hasta donde pueda, me cuido yo. 

Nehomaris Sucre es politológa egresada de la UCV y militar retirada. @NehoSucre

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