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jueves, 18 abril, 2024

Oro sin educación: pobreza crónica

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Usted tal vez no ha ido nunca a un pueblo minero, pero ha oído hablar de ellos. Es probable que le suene Las Claritas, o “el km. 88”, como se le dice “en confianza” en el Estado Bolívar a esa población en cuyo subsuelo está el yacimiento de oro más grande del país y uno de los más grandes de América. A esa población fui cada tres meses por espacio de 11 años, cuando era la responsable de Fe y Alegría en la región Guayana. Desde 1991 hay allí un centro de educación del Corazón; tiene tres niños.

Antes del Arco Minero del Orinoco (AMO), la minería en muchas de sus formas era ilegal; ahora tiene un marco legal, pero ilegal o no, el extractivismo es criminal para el ambiente y para sus habitantes. Los cráteres que dejan las excavaciones, la deforestación indiscriminada, el mercurio utilizado contamina el agua y el aire que se respira… Daré algunos ejemplos. Recuerdo cuando hace más de 10 años ví a una niña que había nacido en una mina. Estaba contaminada con mercurio; casi no se movía. “Ella sonríe cuando uno le hace cariño”, me dijo la madre. No me olvido de aquella escena.

Ahora, con toda la movida del AMO, esos pueblos mineros como El Dorado, Tumeremo, Las Claritas, por mencionar algunos, han estado recibiendo miles de nuevos habitantes de todas partes del país: la fiebre del oro, la nueva búsqueda de “El Dorado”. Muchos bares, mucha prostitución; hay de todo en los abastos, a precio de “grama”. Pero también mucha gente tratando de sobrevivir a esta “situación país”. En las minas se puede ir a vender heladitos, panes de cualquier tipo, hallaquitas. Se puede cortar pelo, vender su cuerpo, de manera “organizada” o por su cuenta, en fin, todo un mundo.

Hay gente que emigra con la familia completa. Aquí entra el tema de las escuelas. Aunque no se crea, las familias venezolanas valoran la educación, y si los hijos están pequeños, hacen su mayor esfuerzo.

“En la comunidad donde vivo —Villa Mendoza— el Consejo Comunal al cual pertenezco ha censado 115 niños sin cupo, pero no es solo mi comunidad, son cuatro comunidades, y entre todos hay cerca de 400 niños sin cupo”. Escucho con atención a la señora que una semana antes del inicio oficial de clases se presentó en la escuela Nuevas Claritas de Fe y Alegría. La Directora la atiende amablemente, pero le dice que ella a lo sumo podrá darle unos 15, porque tiene los primeros grados llenos. “Si se va alguien le aviso”.

Y yo me quedo pensando: 400 niños y niñas ¿dónde van a conseguir tanto cupo? Eso ahí, con el subsuelo rico pero su población pobre. Y sin educación no habrá presente ni futuro para esos chicos. La riqueza del pequeño minero se va rápido. Viven de manera precaria, las “gramas” de oro —no sé porque dicen gramas y no gramos— se van con velocidad impresionante.
Los bares suelen ser receptores de esa riqueza minera. No hablo de las grandes empresas; esas tienen otra dinámica. Hablo del independiente; hablo del que vive no de la minería directamente, sino de los servicios colaterales, los legales y los ilegales, los “sanos” y los que atentan contra la dignidad humana.

Es verdad que el Gobierno está “obligando” a las empresas a invertir en responsabilidad social en la zona, y se han rehabilitado escuelas, pero eso no significa necesariamente más capacidad. En Fe y Alegría “Nuevas Claritas”, después de la rehabilitación de este año, y en honor a la verdad, el resultado fue muy bueno, seguimos teniendo los mismos 700 cupos, y entiendo que en la escuela oficial hubo algún aula más, pero atender a 400 supondría otra escuela nueva. ¿Qué les espera a esos chicos? ¿Trabajo en la mina a los 9 años? Los niños tienen derecho a vivir su vida de niños.
En los pueblos mineros, no todo lo que es oro brilla.

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