Mis acercamientos a la obra de Armando Rojas Guardia

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Por: María Alejandra Colmenares

Empecé a leer a Armando Rojas Guardia en el año 2015. Había comenzado la carrera de Letras en la Universidad Católica Andrés Bello y empezaban mis esfuerzos por formarme en la lectura de poesía y a escribir con mayor disciplina. 

La primera vez que leí a Armando sentí que del libro se levantaba una tormenta y, al cerrarlo, ya nada estaba en su sitio. Esta necesidad por darle palabras al caos que se abría en mí, se convertía en una terquedad, en un agotamiento propio de quien quiere atrapar algo de naturaleza inabarcable.

Recuerdo que las primeras veces que lo vi en persona no hablamos. Frecuentábamos el mismo café en la plaza de Los Palos Grandes. Yo lo miraba a él y él miraba a las personas pasar, siempre con un par de libros o libretas. Me sentía tentada a hablarle, pero también me daba vergüenza y nervios. Para entonces yo estaba más chama, tenía lecturas iniciales, más inquietudes que formulaciones, era más sensitiva que enunciativa. No tenía mucho qué decir y aún hoy en día tampoco. Con el transcurrir de la carrera empecé a conocer a otras personas que se interesaban por la poesía y cada tanto tiempo Armando llegaba a nuestras conversaciones. Mis primeras lecturas compartidas fueron con Miguel, luego con Félix, quien más adelante se inscribió en el taller que realizaba Armando en su casa. Félix me mostraba los poemas que escribía y conversaba conmigo sobre las observaciones que Armando le hacía. 

También por esa época encontré en casa El libro de horas, de Rainer María Rilke, traducido por Yolanda Steffens en una edición bilingüe que sacó Ediciones Dirección de Cultura UCV en el año 1988. Al terminarlo, otra tormenta había descolocado todo nuevamente. Más adelante me inscribí en un seminario del profesor Erardo Hernández Jerez sobre poesía mística, en el cual pude profundizar en este acto de decir lo indecible, de la poesía como un vehículo entre lo humano y lo divino, en la trascendencia como una sublimación. Fue entonces cuando tracé puentes entre la poesía mística de Rojas Guardia y la de Rilke como una orfebrería de la palabra y una exhaustiva revisión del cuerpo funcionando como una habitación que alberga el profundo deseo de vivir el enigma. 

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La voz estruendosa de Armando

Una tarde, Pierre y yo íbamos al mercado que está al lado de su casa y nos encontramos a Armando en una cola paralela. Le dije en voz baja: “Mira, Rojas Guardia está ahí”. Él no sabía quiénes éramos, pero yo le sonreí y él me sonrió. El mercado queda en medio del edificio de Pierre y el de Armando. Con el tiempo empecé a madurar la idea de realizar un recital en el que él fuese el invitado especial. A mediados del año pasado y junto al Centro de Estudiantes de Letras convocamos a la segunda edición del recital Sangre que canta en un auditorio de la universidad. Armando había aceptado con alegría. 

Armando Rojas Guardia, segundo de derecha a izquierda, recitó sus poemas ante los estudiantes en la UCBA | Foto Daniel Chacón

La mañana de ese día Carlos nos pasó buscando a Pierre y a mí a un par de metros del edificio de Armando. A la una en punto nos paramos en su entrada y ahí estaba él sentadito esperándonos. Iba de copiloto. Recuerdo ese trayecto como un On the road de 40 minutos. El viaje por la autopista hablando con él y con las ventanas abajo por el humo de cigarros en medio de la conversa. Yo iba repasando la carpeta con todas las anotaciones. Sonó una canción de The Strokes en la radio y nos sonreímos. Me sudaban las manos porque estaba nerviosa y emocionada. Me había puesto mi vestido favorito. Al llegar a la universidad nos sentamos en el El Turpial a conversar y tomarnos un café. Fuimos ahí porque el día estaba soleado para estar al aire libre. Conversando sobre varios temas, le conté de mi investigación sobre la poeta Esdras Parra y él me contó la historia de cómo se conocieron, de cómo ella llegó a su vida de manera inesperada en un momento muy complicado para él. Parra llegó hasta él, conociendo la circunstancia que él atravesaba, con la expresa intención de ofrecerle su amistad y apoyo. La manera en que Armando lo contó hizo que se me aguaran los ojos. No puedo recordar qué decía yo, solo recuerdo que no sabía qué decir. De todos los amigos de los cuales nos habló dijo palabras de genuino agradecimiento y cariño. Nos fuimos al auditorio. La sala, que es muy amplia, se llenó. Él recitó de último y, cuando lo hizo, pude ver desde mi puesto, a su lado, cómo las expresiones del público cambiaban. La fuerza tan rotunda con la que recitó ese día nos erizó la piel a más de uno. Una cantidad de agujitas me punzaban la piel de la cara y me dieron unas ganas de llorar inmensas. Quería esconder mi cara, no mirar al público, tampoco a mis compañeros poetas. Fue un momento de intimidad sagrada. O como Laura me escribió hoy: “cuando uno estudia Letras, espera ser tocado por las palabras como nos sacudió Armando ese día”. 

Hubo un incendio que no vimos. Recuerdo ese día como uno magnífico. Me gusta pensar que Armando la pasó bien con nosotros tanto como nosotros con él y que, estando con tantos chamos, él era también uno con ese espíritu explorador y sorprendido. 

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Estos dolorosos últimos días

“Dicen que en el centro del huracán hay un eje de incólume calma. Es lo que siento ahora. En medio del malestar físico y el torbellino anímico Dios me ha concedido mantener una serenidad subyacente, un equilibrio psíquico, imbatible, que constituye un tesoro de la gracia. Sé que estoy en las manos del misterio inefable que llamamos Dios y de su tácita y explícita voluntad. Mi relación con ese misterio es una historia de amor, un antiguo romance. Él es para mí lo que ha sido siempre, desde mi remota niñez: el Amado. Estoy seguro que, pase lo que pase conmigo, no me abandonará. Incluso en la hora de mi muerte podré decir, en virtud de ese amor indefectiblemente leal, ‘estoy a salvo’”. El día 27 de junio, Rojas Guardia anuncia su malestar y a través de otra publicación estuvo pidiendo oraciones por su recuperación. Le conté a mis padres y les pedí que oraran por él porque ellos tienen una fe muy genuina que yo no.


empecé a conocer a otras personas que se interesaban por la poesía y cada tanto tiempo Armando llegaba a nuestras conversaciones. Mis primeras lecturas compartidas fueron con Miguel, luego con Félix, quien más adelante se inscribió en el taller que realizaba Armando en su casa

María Alejandra Colmenares

Estuve al tanto de su hospitalización y de todos los detalles a través de Juan Diego, quien había estado hablando por teléfono todos esos días con Armando. A la vez, le informaba a Pierre, a Valerie, Jaime y Félix. Estábamos nerviosos. No solamente la pandemia nos limitaba de poder tomar acciones, también las terribles condiciones en las que desde hace ya bastante está sumido el país. 

Los nervios nos tenían a millón. Juan vio la misa de Notre Dame y me la mandó. Me dijo que lo hizo sentir más tranquilo, pero yo estaba derrotada. No podía siquiera abrazar a Valerie y Jaime. Pierre no pudo venir para llamar a Armando los dos juntos. Juan intentó acercarse a la clínica fallidamente por todas las dificultades que supone esta ciudad arruinada. Sin embargo, logró trasladar, a través de una amiga, un mensaje de voz que le hice. Armando abrió los ojos al oírlo. Lloré con un dolor muy amargo atrapada en casa.

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El libro de horas

El libro de horas, de Rilke, está dividido en tres partes –número importante en la mitología cristiana que señala la particularidad trinitaria de lo divino-. Estas tres partes las llama libros y se titulan De la Vida Monacal, El Libro del Peregrinaje y El Libro de la Pobreza y la Muerte. Esta división capitular parece contener las instrucciones para una praxis mística. La vida monacal implica una disciplina del silencio y de la soledad, la introspección como un hábito de búsqueda, una escucha del pensamiento propio y una valoración comedida de los elementos externos al cuerpo, por ello es el auténtico inicio de la vida religiosa, puesto que existe un régimen de purificación y una conciencia más profunda por purificar todo lo que incide en la mente y en el proceso reflexivo. El silencio cautivo se presta para la contemplación. El peregrinaje implica la preparación del cuerpo para su desplazamiento. El peregrino necesita deslastrarse de objetos innecesarios, entrenar su capacidad de decisión, evaluar sus necesidades para emprender un sendero hacia el recinto sagrado. Por último, la pobreza antecede a la muerte; en ella el cuerpo es despojado de los objetos innecesarios a él, y posteriormente por la vida misma hacia un encuentro con la divinidad. Estos días no dejo de pensar que así debió ser el recorrido poético de Armando ha sido así en busca del Dios de la intemperie. 

“Simone Weil sospechaba mucho del deseo de inmortalidad (y de inmortalizar). Mientras escribo pienso, por alguna razón, en decir ‘odiaba’ o ‘temía’. Creía que nos impedía entender adecuadamente la vida (nuestra y de los demás). Debemos, dice, rechazar su creencia para poder amar al universo como nuestra casa, siempre, incluso en los momentos de profunda angustia. El momento de la muerte, el potencial momento de la muerte, de lo amado debe siempre acompañarnos y hacer más intensa nuestra relación con la realidad. Debe recalcar nuestro regocijo ante la mera existencia de lo amado. Sin exigir nada a un futuro, sin esperar más que el puro presente sin atavíos. Cuando pienso en Simone, pienso en Armando. Pienso en las resonancias que siempre encontré y busqué insistentemente en él”, tuitea Jaime confesando que nunca ha sabido hablar de Armando. 

La poesía para Rojas Guardia era una forma de trascender al cuerpo, una extensión de su finitud, una red arrojada el mar que trae atrapa palabras y las sube al barco. El disfrute de hundir esa red y subirla empapada de mar, cuya infinitud se pierde en el horizonte. La sabiduría del místico está en que deja colar el grueso de mar que no puede subirse a la nave y disfruta las gotas de ella que, en cada pesca, empapan la madera interna.

 Así la labor del poeta místico, así la conciencia del volumen que ocupa en el espacio, la incertidumbre del ser potencia, entonces, la búsqueda de Dios, “El mundo nos descentra salvadoramente porque nos impone los límites. 

Aun si simbólicamente debemos traspasarlos, solo haciendo a fondo una radical experiencia de los límites la conciencia conoce el rigor”, escribe Rojas Guardia en El Dios de la intemperie, libro que vi desde pequeña en la sala de mi casa y por el cual papá lo entrevistó varias décadas atrás.

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Armando querido

Todos los nombres que se cruzan en esta memoria son los de mi novio y mis amigos. Todos somos veinteañeros. El nombre de Armando está en la biblioteca de mi casa antes que yo naciera, pero también en la portada de libros sudados por nuestros nervios en algún recital, en nuestros morrales de la uni, en un intercambio de lecturas, en alguna conversa en La Guacamaya mientras tomamos cerveza. La influencia de Armando fue natural en nosotros. Como maestro, como lectura en el metro, como para sonreírle en el mercado, como para llorar en secreto. Como para abrazarlo en el kiosco de abajo donde Pierre y yo lo veíamos siempre que nos encontrábamos comprando sus cigarros, sentadito viendo a la gente pasar. 

No podía escribir esta memoria solo hablando de mi experiencia. 

Somos muchos los chamos que te agradecemos tantas cosas, Armando. Somos muchos los que te queremos.


MARÍA ALEJANDRA COLMENARES | @colmenasleones

Estudiante de Letras de la UCAB. Recientemente ganadora del premio Physis de poesía y finalista del V Concurso Rafael Cadenas.

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