Homo scientificus: adquisición consciente de productos

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Por: Paulino Betancourt

Los patrones de consumo actuales tienen un efecto enorme sobre la cadena de suministro global. Por ello es importante tener conciencia del impacto ambiental de lo que consumimos, como primer paso para reducir el impacto climático generado por la producción de los alimentos y crear cadenas alimentarias más sostenibles. El consumismo “ético” tiene la intención de fomentar la adquisición consciente de productos, apoyando preferiblemente insumos con una explotación mínima para su elaboración, todo basado en la libre elección del consumidor.

En la economía de libre mercado, clásicamente liberal, el concepto de “Homo economicus” es simple: se refiere a una persona perfectamente racional y puramente egoísta que busca maximizar su ganancia (bienestar material). Pero, ¿podría establecerse el concepto de “Homo scientificus”? Una persona cuyas decisiones se basan estrictamente en la optimización científica en términos de eficiencia, accesibilidad y sostenibilidad.

Supongamos que el Homo scientificus va a un supermercado, pasa por el pasillo de los vegetales, toma unos aguacates y los deja inmediatamente. ¿Por qué? En ese instante calculó lo siguiente: la huella de carbono (expresada como dióxido de carbono, CO2) al producir dos aguacates genera 846,36 g de CO2, casi dos veces más que la huella de un kilogramo de plátanos (480 g CO2) y tres veces más que un capuchino grande con leche (235 g de CO2). A esto hay que sumarle que una hectárea sembrada con 156 plantas de aguacate, consume 1,6 veces más agua que un bosque con 677 árboles por hectárea. Cuando los aguacates se riegan, se dificulta que el agua pase al subsuelo debido a que sus raíces son más bien horizontales. En general, la producción intensiva de aguacate ha causado pérdida de biodiversidad, degradación extensiva del suelo y está a punto de generar un desastre ambiental totalmente provocado por el hombre.

En un viaje a Asia, nuestro Homo scientificus visita un mercado húmedo en China, un lugar donde se vende “vida salvaje” al aire libre, desde aves de corral hasta peces y reptiles. Al rechazar este tipo de productos, debido a la cacería ilegal y a la sobreexplotación de las especies, el comerciante solo puede recomendar productos procesados que son importados de lugares lejanos. Lo primero que nota es la ausencia de etiquetas en los alimentos ​​que indiquen algún tipo de certificación, origen o uso de sustancias nocivas (como pesticidas). Allí, el Homo scientificus piensa en los altos niveles de CO2 asociados con el transporte intercontinental. Las emisiones incorporadas durante el transporte marítimo a nivel mundial oscilan entre 4,4 y 6,2 giga-toneladas de CO2.

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Luego en casa, el Homo scientificus se sube a su carro y se dirige al trabajo. Desearía poder usar el transporte público, o al menos conducir una moto eléctrica que en principio debería contaminar menos, pero las estaciones de recarga son escasas y no se dispone de una red en Caracas para satisfacer las necesidades de los clientes y además, la carga de la batería varía entre 2 a 8 horas. El aumento de la demanda de vehículos eléctricos requerirá una mayor extracción de metales (litio para las baterías) y posiblemente mayores consecuencias ambientales. El FMI estima que los gobiernos del mundo gastaron 5,2 millardos de dólares solo en 2017 para subsidiar a la industria de los combustibles fósiles, lo que hace que la gasolina siga siendo atractiva y barata para el consumidor, una fuerza de mercado sutil pero fundamental que desacelera la eliminación gradual de los combustibles fósiles. 

El Homo scientificus se pregunta: ¿por qué es tan difícil comprometerse con la preservación del ambiente? ¿Por qué los bienes y servicios científicamente óptimos son menos viables económicamente y, a menudo, simplemente no son accesibles? ¿Por qué el mercado se inclina hacia opciones menos amigables con el ambiente? El consumismo ético juega un papel importante en la promoción de una verdadera responsabilidad ambiental de las empresas, porque tenemos el derecho a conocer sus prácticas ambientales y a divulgar esta información entre el resto de la población. Por ejemplo, Coca-Cola, Nestlé y Pepsi-Co encabezan la lista de empresas que más contaminan el planeta con sus plásticos. Estas empresas inundan el mercado con sus recipientes, actividad que, unida a la inconsciencia de muchos, se convierte en un arma letal para los ecosistemas terrestres y marinos. El consumidor ético tiene derecho a elegir productos y servicios que respeten el medio ambiente y a rechazar aquellos que no lo hacen; de esta manera, ejercen presión. Aquí es donde el ciudadano informado científicamente interviene y reevalúa sus exigencias, no solo como consumidores finales.

En muchas ocasiones, la investigación científica se ha visto condicionada por las preferencias del consumidor. La ciencia nos brinda el conjunto de herramientas para ir más allá de la simple selección de bienes y servicios menos destructivos y, en cambio, nos permite cuestionar fundamentalmente si ese consumo es necesario. 

Al final, debemos ir hacia un equilibrio donde la industria y el comercio mantengan sus márgenes de ganancias, pero considerando minimizar el impacto ambiental y la sobreexplotación del planeta. Ello va a depender en gran medida, del Homo scientificus.


PAULINO BETANCOURT | @p_betanco

Investigador, profesor de la Universidad Central de Venezuela, miembro de la Academia Nacional de Ingeniería y Hábitat.

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