¡Gracias, maestros!

474

“Yo tengo la vocación docente en mi ADN. Por eso, a pesar de los bajos salarios, me mantengo!», me comentó Edward, licenciado en Educación, mención Lengua, con posgrado y subdirector de un colegio de Fe y Alegría en el oeste de Barquisimeto desde hace dos años. En realidad, él subsidia para poder seguir trabajando en educación. En la mañana va al colegio, y además de su labor como directivo, atiende alumnos de bachillerato porque ha habido renuncias en su área y los chicos no se pueden quedar sin atención, según él.

Por las tardes, Edward va a una pizzería. Comenzó como ayudante de cocina y ahora es subgerente. Con ese “complemento” ha podido seguir en las aulas: subsidiando al Ministerio, pues. ¿No es como para darle un premio? ¡Gracias, Edward!

Y como él hay muchos, no solo en Fe y Alegría. Y yo comparto esas historias de mi familia grande porque son las que más conozco. En el Día del Educador lo mínimo que podemos hacer es reconocer ese trabajo y dar las gracias públicamente.

Valga la oportunidad para recordar que el Día del Educador, que se celebra hoy, 15 de enero, tuvo su origen en 1932, cuando se fundó en Caracas la Sociedad de Maestros de Instrucción Primaria con la finalidad de luchar por la dignificación y derechos de los educadores. Y en 1945 el presidente Medina Angarita decretó que ese día se celebraría el Día del Maestro como un homenaje permanente a los educadores venezolanos.

Hoy seguimos afrontando la Emergencia Humanitaria Compleja que vive el país desde hace varios años; sin embargo, los salarios de los docentes están muy lejos de garantizar el artículo 91 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, según el cual “todo trabajador o trabajadora deberá ganar un salario suficiente que le permita vivir con dignidad y cubrir para sí y su familia las necesidades básicas materiales, sociales e intelectuales…”.

Lo dice la Constitución, pero deben saber ustedes que los docentes venezolanos ganan los salarios más bajos de toda América Latina, por debajo de lo que ganan en Haití y Cuba. Un par de datos: un docente I, de esos que tienen entre 1 y 5 años de servicio, gana, como todos los bonos y primas, unos 10 dólares mensuales; un docente V, el más alto del escalafón, con todos los bonos y primas, gana unos 22 dólares mensuales; un directivo, docente V, puede llegar a 26 o 27 dólares, con toda la responsabilidad que tiene. Hay que recordarlo porque, precisamente por eso, uno admira y reconoce más a los que perseveran, a los que subsidian su vocación, y eso lo hacen por los estudiantes.

Esos son algunos de los casos que voy a compartir. Uno es el profesor Robinson —del colegio San José Obrero, de Fe y Alegría, en Antímano. El profesor es del área de máquinas y herramientas. Tiene cuatro años en el plantel. Ha estado muy enfermo y muy afectado por la ida de uno de sus hijos y de sus hermanos. Económicamente tiene una situación difícil; sin embargo, sigue en el colegio. Es muy cercano a los estudiantes. Lo aprecian mucho. ¡Gracias, Robinson!

Vamos ahora a los Andes. Maribel es orientadora de la escuela técnica José Vidal Chacón, de San Joaquín de Navay. Comenta que nunca se imaginó que su trabajo en la escuela le daría tantas satisfacciones y le iba a plantear tantos retos profesionales y personales. Maribel cuenta que uno de esos retos ha sido acompañar a una alumna, adolescente, a la que le diagnosticaron una enfermedad crónica que le cambió la vida. ¡De eso también se preocupan nuestros educadores! Retos y más retos, y de paso agradecen la oportunidad de hacer el bien. Y ya se sabe que el salario no compensa la dedicación. ¡Gracias, Maribel!

Ahora les comparto un par de historias de la escuela María Luisa Tubores, de Fe y Alegría, en Nueva Esparta, ubicada en una comunidad muy pobre, pero con unos maestros extraordinarios. Luzmary es la maestra de segundo grado. “No sé de dónde saca tiempo para cumplir con todo —refiere Belkis, la directora—. Y lo más importante es que todo lo que hace siempre lo acompaña con alegría. Jamás tiene mala cara. Cumple con todas sus obligaciones en la escuela, siempre a tiempo, y cuando llega a su casa ayuda a otros niños con sus tareas. Los fines de semana vende dulces margariteños con su esposo. Va por las calles vendiendo conservas, majarete… Siempre busca cómo ayudar a otros. En diciembre nos ayudó con las hallacas… ¡Es increíble!”.

Y sigue Belkis: “Está también Eira, la maestra de sexto grado. No vive en Juangriego, donde está la escuela. Vive en Porlamar, muy lejos del colegio. Todos los días sale de su casa a las 4.30 am y debe tomar dos buses. Antes de llegar al trabajo debe dejar a sus hijos en casa de su mamá para que esta los lleve a su centro de estudios. Al más pequeño, bebé todavía, lo deja en casa de su suegra. ¡Jamás llega tarde a la escuela y siempre está sonriendo!” ¡Gracias, Luzmary! ¡Gracias, Eira!

No quiero terminar estas líneas sin recordar a esas “maestras emergentes”, mujeres que, ante las renuncias de otros docentes, han aceptado el reto de asumir un aula. Tal es el caso de María Gabriela. Hace seis años la invitaron a hacer el curso de Madre Promotora de Paz y quedó enganchada con la escuela, cooperando con las maestras, “ahijando” niños, compañeros de sus hijos en ese colegio de Casalta 2, Pro Patria.

A María Gabriela la invitaron hace tres años a hacerse cargo de un aula. Ella daba clases dirigidas en su casa, y con la formación de Madre Promotora de Paz tenía adecuado manejo de grupo. Entonces decidió, al año siguiente, estudiar educación y se inscribió en el instituto universitario Jesús Obrero, de Fe y Alegría, en Catia, y ya va por el tercer semestre. ¡Está feliz de educar! El año pasado le dieron sexto grado y ahora está en los “espacios amigables”, que es una especie de área complementaria para alumnos de diversos grados. “Hemos trabajo el tema de la violencia de género, habilidades para la vida y administración de las emociones”, dice María Gabriela. Es decir, promoviendo la convivencia pacífica en la escuela y en la comunidad. ¡Tendrían que escuchar el entusiasmo con el que habla de su tarea! ¡Muchas gracias, María Gabriela!

Y así podríamos seguir: está María Auxiliadora, por ejemplo, con más de 20 años de servicio en el colegio San Ignacio, de Fe y Alegría, en Maracaibo. Su hija, abogada y con buen trabajo, le ha dicho que deje la escuela, donde gana tan poco, que con su sueldo la puede mantener. Pero María Auxiliadora dice que los niños la necesitan. Y Matías, ingeniero agrónomo, que dejó un trabajo en el área de producción para ser instructor de campo en la escuela agropecuaria de El Nula, en la frontera, desde 1966, y ahí sigue. ¡Gracias, María Auxiliadora! ¡Gracias, Matías!

¿No creen ustedes que hay que decir Gracias con mayúscula? ¿No creen que es una obligación de la sociedad exigirle al Gobierno salarios decentes para los educadores? Mientras tanto, agradezca usted a los educadores que tengan algo que ver con sus hijos o nietos.

LUISA PERNALETE | @luisaconpaz

Educadora en zonas populares por más de 40 años. Utiliza el sentido del humor como herramienta pedagógica.

El Pitazo no se hace responsable por este artículo ni suscribe necesariamente las opiniones expresadas en él.


Miles de venezolanos en las zonas más desconectadas del país visitan El Pitazo para conseguir información indispensable en su día a día. Para ellos somos la única fuente de noticias verificadas y sin parcialidades políticas.

Sostener la operación de este medio de comunicación independiente es cada vez más caro y difícil. Por eso te pedimos que nos envíes un aporte para financiar nuestra labor: no cobramos por informar, pero apostamos porque los lectores vean el valor de nuestro trabajo y hagan una contribución económica que es cada vez más necesaria.

HAZ TU APORTE

Es completamente seguro y solo toma 1 minuto.