El imperio del águila bicéfala pone sus ojos en Miraflores

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La federación de Rusia tiene el típico orgullo de las familias de abolengo venidas a menos. Aquellas glorias zaristas que hicieron del imperio ruso un actor global desde el siglo XVII hasta el siglo XX, llegaron a su cúspide en la expansión territorial de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que absorbió casi toda la periferia del antiguo imperio. Hoy el imperio de Putin trata de vivir con las glorias pasadas sin tener materialmente con qué sustentarlas más allá de una capacidad militar y nuclear que la hace aun hoy la segunda potencia armamentística del mundo.

Rusia intenta influir en la geopolítica del mundo entero mediante tácticas de la guerra fría y amenaza con poner o quitar gobiernos que le hagan frente a su némesis, los Estados Unidos, un enemigo que a tiempos lo ignora y otro tanto le recuerda que sin la alianza chino-rusa, Moscú sería un actor de segundo nivel. Hoy el Kremlin usa su única carta de relevancia: el conflicto en el este de Ucrania, que ha mantenido por más de siete años.

Mientras, se preocupa por las dificultades que le supondría que Georgia, Polonia y la misma Ucrania entraran en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), o lo incómodo de tener como aliado a una Bielorrusia que se rinde rápidamente después de amenazar con una guerra no convencional a Polonia, Lituania y Letonia, o incluso la difícil situación del gobierno kazajo de Kasim Tokáyev, que se asume como dictador, solicita tropas rusas, despide a su gabinete y obliga a retirar a las tropas solicitadas, todo en menos de dos semanas.

Luego de la reunión en Ginebra entre Estados Unidos y Rusia para definir el futuro de Ucrania, Washington dejó claro que Kiev es soberano y que puede decidir a qué alianzas pertenecer, dando por hecho que Ucrania puede pertenecer a la Otan y a la Unión Europea, y que esto solo depende de lo preparada que esté para solicitar su ingreso. A estos planteamientos, Moscú respondió de mala manera, amenazando con reforzar sus posiciones en América, específicamente aumentando sus tropas en Cuba y Venezuela, según información revelada por el senador republicano Marco Rubio. 

Muy a pesar de lo que les gusta creer a muchos venezolanos, esto no pone a nuestro país en el centro de la escena internacional, sino que resalta el papel de Venezuela como periferia de Rusia, una categoría muy común para señalar a quienes eran los peones de los imperios durante la Guerra Fría. El gobierno de Nicolás Maduro no solo no fue consultado en medio de esta amenaza, sino que además es previsible que estaría muy complacido de recibir tropas rusas que refuercen su régimen cada vez más golpeado en la opinión pública venezolana y extranjera. Quizá donde no sentaría muy bien es en la alta oficialidad venezolana, pero esto está aún por verse.

Rusia y Venezuela tienen una fuerte relación desde la llegada de la revolución bolivariana al poder, una alianza que comenzó con la enorme chequera petrolera venezolana que le permitió a Caracas incorporar muchos medios y sistemas de armas rusas a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Con el paso del tiempo esta relación se fue debilitando, dando paso a enormes deudas que comenzaron una segunda fase mucho más penosa para Venezuela: el pago con petróleo y diamantes de la deuda contraída con Moscú. Los componentes más rusófilos han sido el Ejército y la Aviación.

El Ejército adquirió, sobre todo, tanques T-72B1, vehículos blindados BMP-3M, vehículos de ingenieros clase BREM, artillería de misiles BM-30 Smerch y BM-21-1 Grad, artillería autopropulsada 2S19 Msta-S y 2S23 Nona-SVK, aeronaves de ala rotatoria Mil Mi-35M2 CaribeMil Mi-17V-5 Panare y Mil Mi-26T-2 Pemón y sistemas de defensa antiaérea S-300VM Antey 2500Buk M2E y S-125 Pechora-2M, además de algunos morteros, sistemas antiaéreos portátiles y lanzagranadas antitanques. Por su parte, la aviación modernizó su escuadrón de cazas con el Sukhoi Su-30, aeronaves de ala rotatoria Mil Mi-17V5, además de misiles tierra-aire, aire-aire y bombas multipropósito.

Aunque la Armada recibió en varias oportunidades visitas de buques de guerra rusos, este componente, así como la Guardia Nacional, ha preferido para sus proyectos de adquisición material y vehículos de manufactura china. El protagonista de esta relación fue la entrada del fusil AK-103 (que reemplazó por completo al FAL belga), en relación con el cual se proyecta una fábrica. Desde el 2006 se firmó entre Cavim y Rosoboronexport el acuerdo marco para la construcción de esta fábrica.

Venezuela también mostró interés en la alianza para construcción de viviendas, que se demostró en el encuentro entre los ministros de vivienda de ambos países en Ekaterimburgo, Ildemaro Villarroel y Vladimir Vladimirovich Yakuschev, durante la celebración del Día Mundial de las Ciudades en 2019. Sin embargo, el papel de Rusia en este sector ha sido pobre en comparación con la influencia de las industrias chinas de construcción.

Nicolás Maduro ha decidido hipotecar el país a pesar del sempiterno discurso antimperialista, y como evidencia solo basta con observar los miles de millones de dólares que nos han costado las relaciones con Rusia y que ahora se proponen pagar con recursos naturales. Dos ejemplos más que claros: la empresa mixta Petromonagas, conformada por Psvsa y Rosneft, que extrae cerca de 140.000 barriles diarios de petróleo en la faja petrolífera del Orinoco, recibió el beneplácito de Miraflores para recibir entre el 60 y el 70% de las ganancias por la venta de un recurso que constitucionalmente pertenece a Venezuela. Además, se les otorgó una concesión a empresas rusas para la explotación de recursos en el bloque 1 del arco minero, donde existen yacimientos de coltán, bauxita, granito y, se estima, 40 millones de toneladas de depósitos de diamantes.

Por estas razones en las dos últimas décadas la revolución bolivariana solo logró poner a Venezuela en un rol de absoluta dependencia de Rusia, una vulnerabilidad que ahora nos podría involucrar en un conflicto mayor en el que Venezuela no tiene ningún interés. Y aunque repetir lo obvio es la labor más odiosa, sería oportuno que nuestros políticos y militares recuerden que la Constitución venezolana prohíbe expresamente lo que Rusia se propone: «El espacio geográfico venezolano es una zona de paz. No se podrán establecer en él bases militares extranjeras o instalaciones que tengan de alguna manera propósitos militares, por parte de ninguna potencia o coalición de potencias» (art. 13).

Moisés Chocrón Fernández | Twitter: @chocterapia
Internacionalista y oficial retirado de la Armada

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