Amabilidad, supervivencia y evolución

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Por: Paulino Betancourt

Nuestras creencias sobre la naturaleza humana dan forma a casi todo lo que hacemos como sociedad. Por ejemplo, el coeficiente intelectual se ha tomado como base para definir si algunas personas nacen más inteligentes que otras y cómo esta inteligencia influiría en la forma en que enseñamos a nuestros hijos. Además, las creencias sociales sobre si algunas personas son innatamente buenas o malas pueden parcializar la opinión sobre a quién se encarcela y durante cuánto tiempo. 

Podría decirse que ningún eslogan de la literatura popular sobre la naturaleza humana ha hecho más daño, o está más manipulado, que la frase “supervivencia del más apto”. La idea de que los fuertes y despiadados sobrevivirán mientras que los débiles perecen, se consolidó en la conciencia colectiva. Esta es una frase del darwinismo social acuñada por Herbert Spencer, refiriéndose a la competencia por la supervivencia o supremacía de una especie o raza sobre otra. En algún momento del camino, “aptitud” se convirtió en sinónimo de aptitud física. Generalmente en la naturaleza cuanto más grande seas y cuanto más dispuesto estés a luchar, menos se meterán los demás contigo y más éxito tendrás. Puedes monopolizar la mejor comida, encontrar las parejas más atractivas y tener la mayor cantidad de bebés.

Durante el último siglo y medio, esta versión errónea de “aptitud” ha sido la base de los movimientos sociales, la reestructuración empresarial y las visiones extremas del libre mercado. Se ha utilizado para juzgar a grupos de personas como inferiores y para justificar la crueldad resultante. Pero las investigaciones muestran que ser el animal más grande, fuerte y mezquino puede prepararte para una vida de estrés. El estrés social agota la reserva de energía del cuerpo, dejando un sistema inmunológico debilitado y menos descendencia. La agresión también es costosa, porque las peleas aumentan la posibilidad de que te lastimen o incluso te maten. Pero la evolución no es una línea ordenada de formas de vida que progresan hacia la “perfección” del Homo sapiens. Muchas especies han tenido más éxito que nosotros. Han vivido millones de años y han dado lugar a docenas de otras especies que aún viven. 

La evolución de nuestro propio linaje, desde que nos separamos del ancestro común con los chimpancés hace unos 6 a 9 millones de años, produjo decenas de especies diferentes dentro de nuestro género Homo. Existe evidencia fósil y de ADN de que durante la mayor parte de los aproximadamente 200.000 a 300.000 años que ha existido el Homo sapiens, compartimos el planeta con al menos otras cuatro especies humanas. Algunos de estos humanos tenían cerebros tanto o más grandes que el nuestro. Si el tamaño del cerebro fuera el principal requisito para el éxito, estos otros humanos deberían haber podido sobrevivir y prosperar como lo hicimos nosotros. En cambio, sus poblaciones eran relativamente escasas, su tecnología siguió siendo limitada y, en algún momento, todos se extinguieron.

Lo que nos permitió prosperar mientras otros humanos se extinguían fue una especie de superpoder cognitivo: un tipo particular de amistad llamado comunicación cooperativa. Somos expertos en trabajar junto con otras personas, incluso extraños. Podemos comunicarnos con alguien que nunca conocimos sobre un objetivo compartido y trabajar juntos para lograrlo. La amabilidad es una estrategia diferente y poderosa. Algo que sucedió una vez, siendo exitosa hace mucho tiempo, y que perduró.


La idea de que los fuertes y despiadados sobrevivirán mientras que los débiles perecen, se consolidó en la conciencia colectiva. Esta es una frase del darwinismo social acuñada por Herbert Spencer, refiriéndose a la competencia por la supervivencia o supremacía de una especie o raza sobre otra. En algún momento del camino, “aptitud” se convirtió en sinónimo de aptitud física

Paulino Betancourt

Desarrollamos todas estas habilidades antes de caminar o hablar, y son la puerta de entrada a un mundo social y cultural sofisticado. Nos permiten conectar nuestros pensamientos con las mentes de los demás y heredar el conocimiento de generaciones. Son la base de todas las formas de cultura y aprendizaje, incluido el lenguaje sofisticado y fueron densos grupos de estos humanos cultos los que inventaron una tecnología superior. 

El Homo sapiens pudo florecer donde otras especies humanas inteligentes no lo hicieron porque sobresalimos en este tipo particular de amistad. Esta amabilidad evolucionó a través de la autodomesticación. Cuando una especie de animal es domesticada sufre muchos cambios que parecen no tener ninguna relación entre sí. Este patrón de cambios, llamado síndrome de domesticación, puede manifestarse en la forma de la cara, el tamaño de los dientes y la pigmentación de diferentes partes del cuerpo o cabello, incluso puede incluir cambios en las hormonas, los ciclos reproductivos y el sistema nervioso. Lo que se ha descubierto es que también podemos aumentar la capacidad de una especie para coordinarse y comunicarse con otras. También es el resultado de la selección natural. En este caso, la presión de la selección estaría en la simpatía, ya sea hacia una especie diferente o hacia la propia. Hasta ahora, lo hemos visto en nosotros mismos, en perros y en nuestros primos más cercanos, los chimpances.

A medida que los humanos se volvieron más amigables, pudimos hacer el cambio de vivir en grupos pequeños de diez a quince individuos a convivir en grupos más grandes de cien o más. Incluso sin cerebros más grandes, nuestros numerosos y mejor coordinados grupos superaron fácilmente a otros humanos. Nuestra sensibilidad hacia los demás nos permitió cooperar y comunicarnos de formas cada vez más complejas, que pusieron nuestras habilidades culturales en una nueva trayectoria. Podíamos crear y compartir esas innovaciones más rápidamente. 

Pero nuestra simpatía tiene un lado oscuro. Cuando sentimos que el grupo que amamos está amenazado por un grupo social diferente, somos capaces de desconectar al grupo amenazador de nuestra red mental, lo que nos permite deshumanizarlo. Donde hubiera estado la empatía y la compasión, no queda nada. Incapaces de sentir conexión por los forasteros amenazantes, no podemos verlos como seres humanos y somos capaces de las peores formas de crueldad. ¡Somos la especie más tolerante, pero también la más despiadada del planeta!

La hipótesis de la autodomesticación no es solo otra propuesta de la evolución social. Es una herramienta poderosa que apunta a soluciones reales que pueden ayudarnos a cortocircuitar nuestra tendencia a deshumanizar a los demás. También es una advertencia y un recordatorio de que para sobrevivir y prosperar, necesitaremos ampliar nuestra definición de humanidad.


PAULINO BETANCOURT | @p_betanco

Investigador, profesor de la Universidad Central de Venezuela, miembro de la Academia Nacional de Ingeniería y Hábitat.

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