A través de la palabra

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Por: Karina Monsalve

La palabra, en su definición, es una unidad léxica constituida por un sonido o conjunto de sonidos articulados que tienen un significado fijo y una categoría gramática. Palabra viene de parábola, una voz latina tomada del griego παραβολή, formado de para (al margen de) y bolê, marcando la idea de lanzar: establecer un paralelo, es decir, comparar y que en latín tardío tuvo la acepción de «proverbio».

La palabra es punto de partida de todo lo que es humano; es inherente a la condición humana. Quizás en estos tiempos de guerra y conflicto, es desperdiciada por muchos. Pareciera que la humanidad no la ha aprovechado tanto como quisiéramos y no es utilizada siempre para generar el bienestar del Otro.

La correspondencia entre los hombres y el mundo pasa siempre por la mediación de la palabra. Para bien o para mal, las palabras están sobre la mesa en el conflicto, pero también en la negociación. Ella es la voz que nombra la realidad, es referencia y signo que determina todas las representaciones.

Al ser un recurso exclusivamente humano, la palabra tiene la cualidad de impactar en todo lo que hacemos diariamente, es generadora de cambios. En ella reside un poder oculto que permite decir las cosas presentes en el mundo. Pero también puede silenciar voces, opiniones, y empuñarse como un arma para desencadenar los peores escenarios.

Y es que las palabras son más que meros signos, ellas son portadoras de pensamientos, voliciones, verdades, saber, ciencia, sabiduría, afecto, sentimientos, plegarias, ruegos, peticiones, deseos, anhelos, suspiros, engaños, tretas, difamaciones, calumnias, falacias, astucias, maledicencias, arrepentimientos, remordimientos, angustias, esperanzas. Cuánto puede estar encerrado tras esos signos lingüísticos y qué adecuado o desacertado puede ser su empleo.

Todo acuerdo pasa por utilizar las palabras adecuadas, pero toda diferencia se presenta en un contexto donde el verbo no pareciera estar alineado con el resto de la oración, no hay sincronía, no hay armonía o no hay suficiente términos o vocabulario para darle sentido a lo que queremos decir y que complazca de cierta manera al Otro.

Constantemente, los hombres tratamos de traducir en nuestros propios términos los infinitos lenguajes del universo. Hay una necesidad inherente de entendernos, comprender nuestras acciones y darles una interpretación.

Tal como lo plantea Lázaro, la palabra comprendida habla de un tipo de vida más perfecta, pues quien comprende su decir y es capaz de comunicarlo es un viviente racional. A eso nos referimos cuando abogamos por la razón sobretodo en momentos críticos cuando la emoción puede llegar a superar nuestro pensamiento.

Para muchos de nosotros es inconcebible que pueda existir en estos tiempos un conflicto armado de incalculable escala que se lleve por delante al raciocinio humano. Regresar a la sabiduría del lenguaje sería una forma de regresar a nuestra propia humanidad. Quizá una de las maneras de entender nuestro presente sea familiarizándonos con las implicaciones de las palabras que él pronuncia, palabras relacionadas con cierta convicción de precariedad, de riesgo, de violencia, de poder.

El signo azaroso de nuestro tiempo se distingue en los imaginarios colectivos descritos por palabras que nombran la fragilidad, la desarmonía, el absurdo, la maldad, el abuso, la violencia, el irrespeto por la condición humana; sin embargo, no dejo de ser optimista y abogo por mantener también la esperanza en la resolución del conflicto mediante un discurso donde el poder de la palabra llegue al entendimiento de la solidaridad, la comunicación, el encuentro, la ilusión y a la esencia misma que dignifique lo que nos distingue como seres humanos.


KARINA MONSALVE | TW @karinakarinammq IG @psic.ka.monsalve

Psicóloga clínica del Centro Médico Docente La Trinidad.

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