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martes, 23 abril, 2024

La escuela: un refugio para aprender y comer

El deterioro de las escuelas en el Zulia ha alcanzado niveles que mantienen en riesgo constante a las generaciones futuras. La deserción escolar, aunada a la falta de maestros y las necesidades individuales de los grupos familiares, causados por la migración, la pandemia y la emergencia humanitaria compleja, han traído como consecuencia la violación sistemática del derecho a la educación en la región zuliana

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El pasado jueves 20 de enero de 2022 la escuela llegó al mercado Las Pulgas en Maracaibo, la capital de Zulia. Dos mujeres cargadas con 17 cuadernos, lápices y borradores tuvieron como propósito alfabetizar a unos 350 niños que viven en medio de ventas de vegetales, frutas, ropa, carne cruda, pobreza y hambre.

Una de estas dos mujeres es Nesnay, quien ahora tiene 40 años y es comerciante de ese mismo mercado en el que trabajó su madre y al que la llevó cuando tenía 6 años, porque no tenía con quién dejarla en casa. Dice que de ella aprendió no solo a trabajar duro en la vida, sino a ayudar desinteresadamente a quien lo necesitara.

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Por eso, Nesnay no dudó en aceptar la invitación de su compañera Nieve: “Necesito que me ayudéis, vamos a darle clase a los niños de aquí”.

Recostada en la pared de uno de los oscuros pasillos del mercado que la vio crecer, contó que, desde que tiene memoria, su madre rescataba niños, les brindaba cobijo, comida y además, los inscribía en la escuela. Dice que durante su niñez nunca estuvo sola porque la vida le regaló muchos hermanos.

Un logro

Ahora es parte de la directiva de la Asociación de Comerciantes del Mercado Las Pulgas de Maracaibo y logró reunir en el espacio de la cancha Divino Niño que está al fondo del mercado a niños y jóvenes que pasan el día caminando hasta 10 horas para vender bolsas, ajos o caramelos. Bastaron los útiles que les donaron y dos mesas con sus taburetes. Ese día de enero a las 2:00 pm arrancó “la escuelita”.

Decenas de niños, niñas y adolescentes venden vegetales, frutas, ropa y carne cruda en el mercado Las Pulgas de Maracaibo, en lugar de ocupar salones de clase. l Foto: Betzabeth Bracho

“No fue fácil. Al principio los niños no querían ir porque tenían que trabajar, pero pensamos que por el estómago los podíamos captar y en la próxima clase les hicimos una sopa. Eso se llenó. En una semana teníamos 30 niños y yo sentí mucha alegría, satisfacción de seguir el ejemplo de mi madre. Ser partícipe de su crecimiento, verlos aprender con tantas ganas, me llenó el corazón”, contó.

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Cada día que pasaba la demanda era mayor y con ella creció la ilusión de Nesnay. “La mayoría no sabía leer, escribir, ni contar. Los robaban cuando estaban trabajando, así que poco a poco fueron aprendiendo cuáles eran los billetes y qué decía el papel moneda”.

Los niños, niñas y adolescentes que se integraron al espacio educativo distribuían su tiempo entre el trabajo y la escuelita. Otros se sumaron buscando ayuda para cumplir con las actividades que les asignaban en sus escuelas, pero de esos eran pocos.

Entre juegos, sopas y mucho amor, las comerciantes lograron sacar a más de 70 menores de edad de la delincuencia, la ociosidad y el desconocimiento. Alfabetizaron a 40 niños y niñas y ayudaron a avanzar en la escuela a 30 adolescentes más.

Llevar esperanza

Entre abrazos, risas y un montón de botellas plásticas, repletas de material de desecho y perfectamente apiladas a un costado de los salones a medio terminar, maestras, obreros y miembros de la Fundación La Papelera Tiene Hambre se reencontraron en la escuela Plan Emergente Bolivariano Luz del Saber, después de las vacaciones escolares.

Los niños de la escuela Luz del Saber en Maracaibo. Sus maestras y los representantes de la Organización La Papelera Tiene Hambre rescatan sus espacios para los niños. l Foto: Betzabeth Bracho

Como si se tratara de una fiesta, desde muy temprano la comunidad se activó. Armaron el fogón y encima montaron una olla para hacer arroz con leche. El primer compartir del año, que cada semana llevan los miembros de la fundación a más de 300 estudiantes.

A lo lejos, un grupo de niños vestidos con camisas blancas y una sonrisa que delataba la alegría de volver a su lugar feliz, iluminaban la trilla de arena que conduce al colegio. Su historia se remonta al año 2005 cuando Arelys, Yajaira, Sihlis y Trina, maestras habitantes de la comunidad, preocupadas por la falta de educación en la zona, hicieron un censo que luego llevaron a la Zona Educativa del estado Zulia y así consiguieron fundar la escuela. Comenzaron en el patio de una iglesia evangélica del barrio. Ahí estuvieron un año.

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Sentada en un pupitre oxidado en el salón donde hoy imparte el tercer grado de primaria, Yajaira Pineda, de 54 años, maestra fundadora, explicó que el deseo de tener algo propio las llevó a hacer bingos y rifas. Luego, gracias a que comenzaron a recibir sus sueldos por parte del Ministerio de Educación, sacaron de sus bolsillos para reunir dinero suficiente, salieron del patio de la iglesia, compraron otro terreno y levantaron las paredes. Para 2006 la escuela estaba lista.

Para leer este trabajo completo pueden ingresar a la página de Codhez.

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