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miércoles, 26 junio, 2024

Una venezolana abre su propio templo del sushi en Santiago de Chile

Su madre y su abuela le dieron el empuje en su Valencia natal. Hoy, a los 27 años, la venezolana Karla Álvarez está al frente del Templo Sushi, su propio restaurante en la capital de Chile. Después de un aprendizaje lleno de altibajos, la valenciana llama a ser constantes para lograr las metas

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Por Crónicas de Chile

Santiago de Chile. El crecimiento de Karla Álvarez (@chefkarlalvarez) en Santiago de Chile con su restaurante Templo Sushi (@eltemplo.sushi) guarda lecciones de vida impartidas en su infancia, en Valencia, Carabobo, donde nació hace 27 años.

Su progenitora la tuvo con apenas 15 años y fue su abuela quien la formó hasta los 8. “Mi papá fue profesor de mi mamá con 10 años de diferencia. Solo duraron un año juntos. Luego mi mamá sola, trabajó y estudió hasta estar estable para tenerme a mí con ella”, explica.

Karla se acostumbró a que su abuela le hacía todo. “Cuando me voy con mi mamá comencé a adquirir responsabilidades: tenía que lavar mi ropa, planchar mi uniforme, hacer mis tareas, calentarme mi comida”, recuerda. Esa educación la curtió y le afinó el olfato para el comercio. “Mi madre estudió mercadeo, trabajó en varias empresas como vendedora. Yo la acompañaba a la universidad y a sus trabajos, y en todos y cada uno de ellos, me dejó al menos una enseñanza”, sostiene.

A los 12 años ya Karla tenía en la cabeza ser comerciante. Su mamá le compró panes dulces, salados, andinos, de papa… y una mesa. “Me dejó ponerme abajo del distribuidor de Naguanagua con una hermanastra 7 años mayor y un primo. A ellos les daba pena vender y yo quería venderlos todos y que mi mamá viera que lo había hecho bien”.

Esa educación no tenía que ver con falta de recursos. “La diferencia era que yo me lo tenía que ganar y que me doliera cada cosa como si yo lo hubiera comprado”, apunta. Karla recuerda el posterior ingreso de su progenitora en el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), institución donde conoció a su padrastro, una excelente persona que además de amor le dejó muchas enseñanzas, pero que lamentablemente murió durante un procedimiento.

“Así quedamos solos de nuevo, mi mamá, mi hermano y yo». Con 16 años salió del colegio y desde entonces estudió ciencias policiales y derecho, y participó en cursos de defensa personal, escolta V.I.P, tiro defensivo y ofensivo, supervivencia rural, derecho constitucional, derecho penal, lógica jurídica, psicológica básica y criminal.

“Nunca tuve una introducción a la cocina, algún curso. Quizás veía algún programa de televisión donde hacían recetas y quería hacérselas a mi mamá o algo y de esa forma era que cocinaba”, detalla Karla.

Con 22 años decidió emigrar. Lo planeó con su pareja del momento. Vendieron cosas y reunieron dinero. La única persona que lo sabía era una tía. “Colombia tenía la frontera cerrada lo cual me obligó a irme por Brasil, un viaje más largo y cansador. A mi mamá le conté en Brasil que me había ido de la casa. No lo podía creer… hasta que lo aceptó”.

En Santiago la recibió una amiga de la universidad y dos días después salió a buscar empleo en la Vega Central. Sus primeros trabajos fueron como cajera en una carnicería y vendiendo pastelitos. “Luego conseguí de garzona (mesera) en un sushi en Las Condes. Ahí nació mi interés por el sushi. Siempre observaba mucho la forma de enrollar, de cortar, de usar todos los ingredientes. Me fui de ese sushi, porque no pagaban lo correcto”, precisa quien había abierto una cuenta de IG para subir fotos de sus platos.

Karla se comunicó con un amigo que los preparaba bien. “Compramos todo y me enseñó. Ese mismo día postulé y me llamaron de uno en Providencia. Mentí diciendo que tenía un año de experiencia y que las cosas que no sabía hacer era porque en Venezuela no se hacían”, confiesa.

La práctica hace a la maestra

Cada noche Álvarez llegaba a ver videos en IG o YouTube, sobre cómo hacer sushi con forma y al día siguiente siempre que hacía un pedido, practicaba. Así comenzó a sobresalir, pero como no pagaban bien, buscó otro empleo. Su mayor aprendizaje llegó en un reconocido restaurante. Allí cayó en cuenta que no sabía nada aún en cosas como rapidez, trabajar bajo presión, manejo de personal, limpieza profunda y forma de preparaciones. “Yo seguía haciendo platos muy decorados y cuando los encargados se dieron cuenta, me ofrecieron asumir una sucursal nueva en el turno de la noche”, agrega.

Pero en aquellos días atravesaba problemas sentimentales. Estaba sola y dejar la estabilidad laboral para emprender no parecían una opción, hasta que unos conocidos se ofrecieron a invertir y aceptó. Vendió algunas cosas y dejó un empleo en el que le pagaban muy bien. El resultado fue terrible. Por no tener su Registro Único Tributario (RUT) vigente quisieron aprovecharse poniendo todo a nombre de ellos y queriendo robarle la idea.

“No seguí con nada. Les exigí que tenían que devolverme mi nombre y todo lo que invertí. Nunca me lo pagaron y tuve muchas deudas por el hecho de haber dejado mi trabajo”, asegura. Karla se reseteó. Dictó cursos y halló empleo en otro local. “Ahí conocí a mi actual pareja. En ese tiempo me enfermé y tuve que dejar el trabajo por una bronquitis aguda. Ella me apoyó mucho gracias a dios”, explica.

La llegada de la pandemia la encontró desorientada. No sabía qué hacer con sus ahorros y logró mantenerse por un tiempo, pero luego decidió salir a trabajar como delivery hasta que dejó de hacerlo por falta de licencia para conducir. Con el viento en contra, un amigo abrió un restaurant y le pidió que trabajara con él, pero por un problema inesperado, decidió cerrar. “Yo igual le ofrecí que podíamos trabajar en mi departamento, pero me dijo que no, que si quería siguiera yo y me regaló toda la mercadería que había comprado”, revela.

“Ahí comenzó todo esto del Templo. Enseñé a mi pareja a hacer sushi. Hoy sabe tanto o más que yo de esto. Pasamos por infinidades de cosas juntas, manteniendo de pie nuestro templo”, detalla Álvarez, quien explica que consiguió una cocina en un acuerdo no muy beneficioso en lo económico, pero que les permitió mostrar su producto.

Hoy siguen con un local en el Patio Bellavista y otro de delivery en casa. Su mensaje a los emprendedores venezolanos en Chile es el siguiente: “No decaigan, sean constantes. Hay días malos, muy malos, pero esos días que sientan que ya no pueden más, vean sus fotos de cuando comenzaron y vean todo lo que han pasado, lo que han logrado y eso les dará fuerza para seguir. Hagan todo con mucho amor, sin egoísmos ni pensar en competencia con nadie, la única competencia es nuestro yo del pasado. Solo eso”.

Por @CronicasDeChile 

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