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viernes, 10 mayo, 2024

El cáncer lo llevó a cruzar la frontera y regresó a Venezuela en un ataúd

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Cúcuta.- En medio de la solicitud del paso hacia Venezuela de la ayuda humanitaria —que llegó al Puente  Internacional Las Tienditas—, falleció en el Hospital Erasmo Meoz de la ciudad de Cúcuta, Departamento Norte de Santander, Colombia, Antonio Peña Santos, un hombre de 50 años de edad, procedente de Rubio, municipio Junín de la frontera tachirense.

En noviembre de 2018 sintió un dolor en el brazo izquierdo. Lo desestimó, pensó que era por exceso de trabajo; días después le apareció una “pelota” en el lugar. Al toser le salió sangre y empezó a perder peso rápidamente. Rebajó 30 kilos. Su esposa, Senaida, angustiada lo llevó al Hospital Padre Justo en Rubio, donde estuvo recluido durante 15 días. Le hicieron una tomografía y los médicos le dijeron que tenía neumonía. 

Antonio era cabeza de familia; con Senaida —dos años menor que él— tiene un hijo de tres años. Se hizo responsable de tres nietos de su esposa, quienes quedaron huérfanos después de que la madre, de 19 años de edad, falleciera con leucemia.

Tras el diagnóstico de neumonía, consultaron a un médico especialista, quien les recomendó llevarlo a otra institución de salud en la que se le garantizara el tratamiento adecuado y los remitió con un oncólogo en San Cristóbal.

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La familia de Antonio no pudo contactar al oncólogo. Era diciembre y el médico estaba de vacaciones. Se regresaron a su casa y apelaron a remedios naturales. No entendían la gravedad de la situación.

Son una familia de bajos recursos, de una zona rural del estado Táchira, con poca formación escolar. No relacionaron la palabra oncólogo con cáncer. Para ellos, Antonio solo tenía neumonía.

Mientras esperaban que el oncólogo regresara de vacaciones, atendían a Antonio con hierbas y remedios caseros. El hombre siguió perdiendo peso. Su estado era de desnutrición.

Ya no podía levantarse, comer ni moverse por sí mismo. La debilidad se apoderó de su cuerpo y los dolores en la espalda lo afectaban. “Con sus ojos nos pedía ayuda; era desesperante verlo. Un hombre trabajador, fuerte, joven, ahora postrado en una cama dependiendo de lo que pudiéramos hacer por él, pero en Venezuela es un imposible”, relató Marlon Carrillo, hijastro de Antonio.

Marlon trabaja en Cúcuta vendiendo frutas. Todos los días a las cuatro de la mañana va al mercado. Compra algunas frutas y se va a San Antonio del Táchira. Por la avenida Venezuela, por el Puente Internacional Simón Bolívar y por las calles de Villa del Rosario va ofreciendo su mercancía.

Marlon abraza a su mamá mientras esperan el traslado del cuerpo de su padrastro a Venezuela. | Foto: Rayner Peña

Con lo que gana, compra alimentos y regresa a su hogar. El dinero le alcanza para ayudar con la comida de sus tres sobrinos huérfanos y de su hermanito de tres años.

Preocupado por la salud de su padrastro, empezó a preguntar cómo podía acceder a atención médica por la vía de la ayuda humanitaria. Las respuestas fueron escasas y poco alentadoras.  El 29 de enero tomó la decisión de cruzar la frontera con él, contactó una ambulancia del Cuerpo de Bomberos de Rubio y se lo llevó, acompañado de Senaida.

Llegaron al Puente Internacional Francisco de Paula Santander, que comunica a Ureña (Táchira) con El Escobal (Colombia), preguntando cómo lograr una atención gratuita. La respuesta de las autoridades colombianas era: “No hay forma”.

Ataúd de Antonio junto a las pertenencias de su esposa. | Foto: Rayner Peña

Un desconocido que escuchaba la súplica los orientó y los mandó para la oficina de una organización de derechos humanos que quedaba a pocos metros. Ahí no pudieron ayudarlo directamente, pero lograron establecer contacto con el hospital Meoz y allá lo recibieron.

Marlon tenía miedo, pues le habían dicho que el jefe de la emergencia era un hombre que no quería a los venezolanos; sin embargo, cuando el médico vio el estado en que se encontraba Antonio, de inmediato le colocó un brazalete que significaba su hospitalización. “Eso nos devolvió el alma al cuerpo, ya no se nos moriría en la casa, o de regreso a Rubio”, agregó.

En el hospital le sacaron agua de los pulmones y a los ocho días fue sometido a una intervención quirúrgica, bajo la advertencia de que podía fallecer en la operación si recibía anestesia completa, pues su cuerpo ya no resistía. No le pidieron ningún tipo de medicamentos, ni insumos, solo un acompañante. Ahí estuvo Senaida, con esperanza y llena de agradecimiento por la atención que recibía.

 “El diagnóstico era cáncer de pulmón con metástasis en el hígado, no una neumonía. Cuando llegué  a Cúcuta, los médicos me dijeron que estaba muy mal y que Dios era el único que podía devolverle la salud; sin embargo, la esperanza nunca muere, a pesar de que cada día desmejoraba… Ya no se le escuchaba la voz, tenía que pegarle mi oído a su boca para medio entenderle”, relató Senaida, mientras esperaba el carro fúnebre que lo llevaría a la mitad del Puente Internacional Simón Bolívar, que comunica a San Antonio del Táchira con Villa del Rosario en Cúcuta.

La muerte…

A las cuatro de la mañana del jueves 14 de febrero, Antonio dejó de respirar. Su cuerpo no aguantó más. A partir de allí empezó una nueva dificultad para su familia: cómo trasladarlo a Venezuela, los costos, el papeleo y cualquier otra diligencia que tuvieran que hacer.

La carroza fúnebre con el cuerpo de Antonio cruzó hasta la mitad del Puente Internacional Simón Bolívar. | Foto: Rayner Peña

Senaida no podía sola con el dolor y los trámites. Marlon y Jackeline –sus hijos– llegaron a Cúcuta para encargarse de las gestiones legales y el regreso del cuerpo de Antonio a San Cristóbal. En la funeraria les ofrecieron dos opciones: arreglar el cuerpo, adquirir el ataúd en Colombia y hacer el traspaso en la mitad del puente por 900.000 pesos, o sacar el cuerpo sin ataúd, envuelto en sábanas hasta que lo buscara una funeraria venezolana en la mitad del puente. Ese traslado desde el hospital hasta el puente tenía un costo de 120.000  pesos; después se enfrentarían a los gastos funerarios en Venezuela.

El jueves a la 1:10 pm llegó el carro fúnebre a buscar el cuerpo de Antonio a la morgue del Hospital Meoz. Lo trasladó al Puente Internacional Simón Bolívar, donde lo debía esperar la carroza fúnebre de Venezuela.

Tuvo que esperar más de una hora, bajo un sol de 40 grados centígrados, por el carro de la funeraria venezolana. Estaba decaída, mal alimentada y agotada por tantos días de espera, de cuidados y angustia. Se abrazó a sus hijos buscando consuelo ante su dolor.

El traspaso de un carro fúnebre a otro se hizo en medio de los venezolanos que iban y venían en búsqueda de alimentos. Al pasar, se hacían la señal de la cruz, preguntaban quién era y lamentaban la muerte de otro venezolano en Colombia, que no encontró en su país los medicamentos o la asistencia médica especializada que necesitaba.

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