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viernes, 28 junio, 2024

Venezolanos cruzan chatarra por las trochas para «sobrevivir»

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Cúcuta.- Detrás de las sedes de Migración Colombia y de la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales -Dian- en la localidad de Villa del Rosario, Departamento Norte de Santander, hay una realidad de la que muchos hablan, pero pocos conocen: las trochas. Cientos de venezolanos cruzan diariamente por ambos lados del Puente Internacional Simón Bolívar, pero a través del río Táchira.

Según fuentes militares colombianas, en la zona fronteriza hay más de 800 trochas, y aunque el Ejército las destruye, por otro lado, los grupos irregulares o al margen de la ley se abren camino entre el monte y el agua del río para pasar lo que requieren.

Entre los matorrales y por un camino de piedra los venezolanos transportan la chatarra. Foto: Rayner Peña

Quien cruza el Puente Internacional Simón Bolívar con su Tarjeta de Movilidad Fronteriza -TMF- o pasaporte en mano, se da cuenta de la otra realidad. Hombres y mujeres pasando entre piedras y agua, cargando cauchos, chatarra y bolsos, ante la vista inerte de las autoridades de ambas naciones. La Guardia Nacional -GN- de Venezuela los ve, pero es como si no pasara nada.

Las preguntas al verlos pasar siempre son las mismas, ¿cómo pasan?, ¿por qué no los detienen?, ¿qué hay detrás de todo eso? El Pitazo logró entrar este lunes, con colaboración de funcionarios del Grupo de Operaciones Especiales -Goes- de la Policía Nacional colombiana, a la trocha «Los Mangos», ubicada en Villa del Rosario, justo detrás de las sedes de Migración y Dian. En medio de un camino de tierra, cabras y monte, se ve la realidad del venezolano que usa el contrabando como su único método de subsistencia.

A 200 metros

Costales con plástico también se ven pasar por la trocha «Los Mangos». Foto: Rayner Peña

En la parte trasera de ambos organismos de control migratorio hay una calle donde se observa comercio informal. Carretilleros van y vienen, pero también hombres cargados con cauchos pasan corriendo de un lado a otro, se meten por callejones angostos en dirección al río, dando una pequeña muestra de lo que ocurre a unos 200 metros.

Al entrar a una calle grande, de arena, ubicada entre galpones recolectores de chatarra, se llega a una zona rural con una planicie de monte y árboles. De lado izquierdo, se puede ver el descargue de arena de camiones 350, que ocurre a unos 100 metros; del lado derecho sigue un camino de tierra por donde se ven regresar personas con carretillas, quienes al percatarse de la presencia policial dan media vuelta.

Un camino improvisado en una pequeña montaña permite llegar al sector de donde todo sale. Lo primero que recibe al grupo reporteril son unas cabras que se crían en la zona, mientras una mujer está sentada debajo de un árbol vendiendo café, galletas y chucherías, muestra de que por el lugar hay movilidad frecuente de personas, más no de vehículos.

Al tener visibilidad total del camino que conduce a las orillas del río Táchira se observan a unas 20 personas caminando con cargamento de chatarra en hombros o en carretillas. A algunos el funcionario les dice: «regresen, no pueden pasar por aquí», otros pasan de largo agachando la cabeza frente al grupo de hombres armados que apoya el trabajo periodístico.

Unos 10 metros más allá está el margen que separa a esa pequeña montaña del río Táchira, es un abismo, con un pequeño camino que conduce hacia el monte y les permite bajar.

En unos 40 minutos de observación y entrevistas, al menos 70 personas iban y venían con cargamento en el hombro. Unos se veían cuando cruzaban el río, otros aparecían de la nada entre la zona boscosa, como hormigas. Tan sólo la respiración agitada, el golpe del metal contra el suelo y una que otra frase como «uff», «qué duro», se escuchaban, mientras regresaban de manera inmediata en búsqueda de más.

Para «sobrevivir»

En costales transportan algunos la chatarra que consiguen del lado venezolano hasta la trocha Los Mangos. Foto: Rayner Peña

María es de Capacho, municipio fronterizo del estado Táchira. Cruzó el río junto a su esposo y su hija de apenas cuatro meses de edad. Tiene otro niño de dos años, a quien deja bajo el cuidado de la abuela, pero no puede hacer lo mismo con la niña porque sólo se alimenta con leche materna, así que la expone al sol, altas temperaturas y al riesgo que implica cruzar por el río Táchira.

«La niña toma pura teta y no me quiere tomar tetero, por eso la paso conmigo, así me de miedo. Ya estoy cansada, yo quiero que este país cambie, quiero un país bien, uno conseguía la comida, conseguía todo, era un país bien. Con mi hijo conseguí pañales, conseguí de todo, ahorita con ella nada, me toca traer la chatarra a ver si se compra un paquete de pañales, la comida y eso», expresó.

Cruza dos o tres veces por semana si consigue chatarra, pero los 25.000 o 30.000 pesos que gana también son insuficientes para el mantenimiento de la familia. Con todo y eso, es más dinero que lo que representa un sueldo de un mes en Venezuela, que son 18.000 bolívares soberanos.

Niños venezolanos trabajan cargando material o cuidando la chatarras de sus padres . Foto: Rayner Peña

Indicó que para pasar la chatarra, funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas -Cicpc- y de la Guardia Nacional le cobran 5.000 pesos por costal. «Hoy pasamos cinco costales y así le cobran a los demás, somos miles los que vendemos chatarra, imagínese cuánto les queda».

José Peñaloza también estaba con su hijo de cinco años de edad. Es de Valencia, pero se trasladó a la frontera desde hace tres años, porque, aunque tenía trabajo como albañil construyendo casas de la Misión Vivienda, lo que ganaba no era suficiente y tuvo un accidente en un brazo que le impidió seguir laborando en esa área.

«Me partí el brazo y hasta el sol de hoy no me lo he podido operar, porque en Venezuela hay que tener dólares para poder operarse ahorita, los bolívares no valen», dijo. Agregó que aunque trabajaba con el gobierno no consiguió que lo ayudaran para hacerse la operación.

Tres hombres cruzan cauchos y una bolsa con material desconocido por el río Táchira. Foto: Rayner Peña

Empezó vendiendo agua, refrescos o cualquier otro producto comestible en La Parada. Un año después entró al negocio de la chatarra recogiendo inicialmente entre los basureros, ahora busca de casa en casa o en cualquier negocio que tenga metal sin necesitarlo.

«No es que se vive bien, porque pago 20.000 pesos diarios en alquiler de una habitación en San Antonio, pero da para medio comer. Vivo con mi esposa y mis tres hijos de 6, 5 años y una de 7 meses. A mi hijo siempre lo traigo para que me cuide aquí mientras estoy pasando la mercancía; en ese ir y venir tardo 30 minutos«.

Reconoce que es un riesgo dejarlo en el sector, porque se puede presentar «alguna balacera» de parte de grupos que no identificó, pero no tiene con quien más resguardar lo que logra cruzar por el río.

«Mi profesión no da»

Mujeres y hombres van y vienen por la trocha Los Mangos cargados de material de contrabando. Foto: Rayner Peña

Yorman Sepúlveda es de Capacho, estado Táchira, tiene 29 años de edad. Aunque es publicista de profesión, el trabajo ya no le da para alimentarse y mantener a su mamá, esposa e hijo, por lo que desde hace cuatro años se dedicó al negocio de la chatarra, que le permite ganar más de un sueldo mínimo.

«Nos toca hacer esto para rebuscar la plata para la comida, para mi hijo de seis años. Nunca he sacado la cuenta de cuánto gano, porque compramos la comidita, lo necesario. La chatarra ya se está poniendo escasa, porque es muchísima la gente la que está pasando eso, entonces buscan en todos lados, es difícil».

Cerca de él, sentados sobre una carretilla descansando del ir y venir, estaban Yetsaly y Julio, una pareja de esposos provenientes de la ciudad de Caracas. Viven en San Antonio desde hace nueve meses. Comenzaron vendiendo arepas, con lo cual ganaban 25.000 pesos, ahora pueden obtener 40.000 pesos diarios, dependiendo del peso que logren pasar.

Un hombre de avanzada edad cruza por la trocha Los Mangos con chatarra en sus hombros. Foto: Rayner Peña

Julio Álvarez, de 28 años de edad, muestra sus manos. Están totalmente negras de recolectar chatarra desde las 9:00 de la mañana y son las 4:00 de la tarde. «Vamos de casa en casa, se las compramos, y si las conseguimos por ahí botadas mejor. Nos vinimos por la situación económica, aquí se consigue comida, allá la vida es muy dura. Yo trabajaba en una construcción y nos decidimos venir a acá con nuestros niños de 8, 6 y 5 años».

Viven en un hotel en San Antonio, pagando 3.000 pesos diarios por persona. Duermen sobre colchonetas, pero prefiere eso que pasar hambre como ocurría en Venezuela. Los menores no están estudiando, sólo van a tareas dirigidas, mientras logran conseguirles un cupo.

«Fuimos en diciembre a Caracas y fueron unas navidades terribles, porque lo poquito que llevamos de aquí no alcanzó para nada», relató Yetsaly.

Quienes fueron entrevistados manifestaron su esperanza de que ingrese ayuda humanitaria a Venezuela para calmar el hambre y la necesidad de medicinas. Coinciden en que el país requiere un cambio de rumbo, de gobernantes, para volver a sus trabajos normales y no tener que estar corriendo peligro en una trocha.


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