Tucupita.- “Le daba fiebre todos los días con fuertes dolores de cabeza; muchas veces vomitaba y tenía diarrea y tembladeras por el frío que sentía”. Este es el testimonio de Pedro Morales, un indígena warao que relató el 6 de junio, los síntomas de la malaria que sufrió su esposa y que padecen sus vecinos en las comunidades nativas.
“No tuve dinero para pagar los exámenes que los médicos pidieron a mi mujer y murió en un chinchorro producto de la fiebre, tembladeras y dolores en todo el cuerpo”, sostuvo Morales, quien es el cacique de la comunidad de Guapoa y Boca de Lata, dos aldeas con una población de 80 familias waraos.
En su descripción, Morales aseguró que viajó durante tres días con la madre de sus hijos para llegar hasta Tucupita en busca de ayuda médica. Sin embargo, dijo que recibió poca atención en el hospital Razetti de Tucupita.
Destacó que los niños y adultos son víctimas de las enfermedades endémicas que azotan los asentamientos étnicos. “Los niños se enferman y mueren, no hay remedios, no hay dispensario, no tenemos escuela y no contamos con transporte para trasladar a los enfermos porque no hay gasolina”, señaló el representante warao.
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Sobre la situación, la presidenta de la fundación Centro Comunitario Pedernales, Luzmary Cedeño, reportó que hay un brote de paludismo en el municipio Pedernales y solicitó el apoyo de las autoridades sanitarias en las comunidades indígenas que estarían padeciendo los síntomas de la malaria. Especificó que han confirmado 40 casos positivos en Capure y Pedernales, las poblaciones más importantes del municipio.
Según Cedeño, los líderes indígenas están pidiendo a gritos el apoyo de las autoridades sanitarias, toda vez que los nativos han presentado cuadros de fiebre muy alta y escalofríos acompañados con dolores muy fuertes de articulaciones en todo el cuerpo.
De acuerdo con fuentes institucionales, en el municipio Pedernales se encuentran asentadas 37 comunidades indígenas con una población estimada de 7.000 waraos, de la cual el 95% sufre de desnutrición ante las precarias condiciones de vida por la ausencia de agua potable, la falta de redes de cloacas y la falta absoluta de las fumigaciones desde hace varios años, lo que convierten los caños del Orinoco en un caldo de cultivo para la propagación del paludismo.
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