La nutricionista Susana Raffalli, especialista en seguridad alimentaria y asistencia humanitaria, estima que entre cinco y seis millones de personas están en inseguridad alimentaria, y que la situación se deterioró en el último año. Alertó, en entrevista con El Pitazo, que las familias comen la comida dañada del CLAP para poder paliar el hambre

Por: César Batiz Redacción: Nataly Angulo

La nutricionista Susana Raffalli, especialista en seguridad alimentaria y asistencia humanitaria, ve a diario los rostros del hambre. Estima que en Venezuela hay entre 5 y 6 millones de personas en inseguridad alimentaria, que no comen bien, que no comen lo que quieren o que incluso llegan a la mendicidad para poder alimentarse al menos una vez al día.

“El porcentaje de familias que han recurrido a la mendicidad y pedir en las calles, incluyendo ir a los basureros de restaurantes o a los mercados, lo tenemos en marzo (de 2024) en 67 %”, aseguró Raffalli en entrevista con el director de El Pitazo, César Batiz.

Aunque la cifra está lejos del 83 % que se registró en 2017, cuando en Venezuela se agudizó la crisis humanitaria debido, entre otras razones, a la escasez de alimentos y la pérdida del poder adquisitivo, es 11 % mayor que la registrada en abril de 2023, lo que revela un deterioro en la capacidad de las familias para alimentarse, indicó la asesora de nutrición de la organización Cáritas Venezuela.


Hay familias que dicen cernir la harina que llega del Clap, apartar los gorgojos y los gusanos, y hacer las arepas con el resto

Susana Raffalli, especialista en seguridad alimentaria y asistencia humanitaria

La estadística es el resultado de 6.214 entrevistas que hicieron organizaciones humanitarias que trabajan para paliar el hambre en Venezuela, como Cáritas, en 9 ciudades de 9 estados del país. “Son las entrevistas a familiares que llegan a nuestras organizaciones a recibir ayuda. Es representativo de la gente que está peor”, explicó Rafalli.

La mendicidad no es la única estrategia que aplican las familias más pobres para poder saciar el hambre, esa sensación física que puede llegar a ser dolorosa cuando no se consumen suficiente alimentos.

Raffalli destacó que también hay quienes acuden a los comedores sociales o ingieren lo que nunca hubiesen querido comer, como alimentos dañados. Esos indicadores aumentaron entre 11 % y 12 % en el último año. Hasta marzo de este 2024, 38 % de los entrevistados por las organizaciones indicaron que asisten a programas de donación de comida y 46 % revelaron que consumen alimentos que preferirían no haber comido jamás.

“Son estrategias muy dolorosas. Me parece devastador el nivel al que pueden llegar como familia para decir no me gusta esto, pero lo tengo que hacer. Cuando le preguntas a qué te refieres: a cernir la harina que llega del Clap, apartar los gorgojos y los gusanos, y hacer las arepas con el resto, o no tener para comprar aceite y sacarle el aceite a unos pellejos de pollo”.

Que esto esté por encima del 40 o 60 % de los hogares es devastador, sostiene. “Revela que hay una tendencia al deterioro con respecto al año pasado”, alertó la defensora de derechos humanos.


Comerse la mortadela enlatada que viene en los Clap es un hecho que a la mayoría de la gente le repugna. Pero si además la abren y está verde, y la familia te dice: le quito la parte verde y me la como… Se trata de algo sobre lo que tú dices: hasta dónde podemos llegar

Susana Raffalli, especialista en seguridad alimentaria y asistencia humanitaria

Raffalli comentó que incluso algunas personas aseguraron que comen, aun cuando pueda estar dañada, la mortadela enlatada que subsidia el gobierno de Nicolás Maduro. “Comerse la mortadela enlatada que viene en los Clap es un hecho que a la mayoría de la gente le repugna. Pero si además la abren y está verde, la familia te dice: le quito la parte verde y me la como… Se trata de algo sobre lo que tú dices: hasta dónde podemos llegar”, comentó con indignación.

Los sacrificios pueden llegar a ser mayores y alcanzar estrategias inseguras, como el contrabando, el trabajo infantil y la prostitución, advirtió la especialista. “El 85 % de las familias dicen: gastamos los ahorros para poder comer. Después de eso, pasas a comer lo que no te gusta (44 %), luego vendes los enseres (22 %) y te autoliquidas. Y finalmente, cuando ya eso no es suficiente, te vendes tú, vendes a la hija, sales a hacer cualquier actividad insegura. Esto define lo que es la inseguridad alimentaria”.

La activista de derechos humanos explicó que en las instituciones internacionales hay un indicador que establece que cuando las familias gastan más del 80 % de sus ingresos en alimentos están en una situación de inseguridad alimentaria. “En Venezuela ni siquiera tenemos cómo medir eso porque no existe unidad monetaria. El salario mínimo no alcanza para comprar ni el 1,6 % de la canasta alimentaria, que ronda los 400 y 500 dólares”.

No hay comida para tanta gente

Un país que esté en plena seguridad alimentaria debe tener una oferta de alimentos de entre 120 y 130 % de sus necesidades. En el caso venezolano, la despensa no alcanza para, al menos, un tercio de la población, indicó la especialista en nutrición pública, quien citó las estadísticas de la Agencia de Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO).

—¿Cómo está el caso venezolano?

—Está en este momento en 89 %, es decir, si se reparte la comida que hay en partes iguales, se queda sin comer el 18 % de la población, que son 5,2 millones de personas. Pero la situación es peor si consideras que esa oferta alimentaria no es accesible a todo el mundo porque el valor del trabajo y de la moneda es muy bajo y hay gente que no puede comprar eso.

—¿Cuántas personas están en inseguridad alimentaria en Venezuela?

—Tenemos la cifra de Naciones Unidas que está desplegada en el país como una respuesta humanitaria ante la situación, y se estima que en inseguridad alimentaria hay unos 4,4 millones de personas, considerando solo 10 estados del país, que son los más priorizados. Si consideramos los 24 estados del país, pudiéramos decir que están en inseguridad alimentaria, según las estimaciones, entre 5 y 6 millones de personas.

—Es una cifra imprecisa, un millón.

—Es imprecisa porque para que sea precisa se tendría que hacer una encuesta nacional con una muestra aleatoria y que todos tengan oportunidad de responder. El último esfuerzo lo hizo el Programa Mundial de Alimentos en 2019, y la cifra en ese momento era de 9 millones de personas en inseguridad alimentaria. Eso nos valió para ser incluidos como una de las 10 peores crisis alimentarias del planeta en 2020. Yo no creo que se haya disminuido en 5 millones; yo creo que eso está entre cinco y seis millones. Nos tenemos que guiar por esos números grandes porque no hay cifras en el país.


El salario mínimo no alcanza para comprar ni el 1,6 % de la canasta alimentaria, que ronda los 400 y 500 dólares

Susana Raffalli, especialista en seguridad alimentaria y asistencia humanitaria

—De 2017 a 2021 hubo un pico de subalimentados en el país de 6,8 millones, ¿por qué ahora bajó? ¿Mejoró la situación?

—El pico que tuvimos en 2017 y 2019 no fue porque el alimento estaba caro, fue porque se contrajo la producción, hubo una caída del Producto Interno Bruto de 70 %, un desabastecimiento terrible y la integración del mercado alimentario estaba desarticulada. Luego, se desregularizan un poco las medidas que asfixiaron a los productores de alimentos y se permitió la importación de insumos agrícolas. La dolarización de facto permitió que se manejara una estructura de costos racionales para los productores. Se superó el desabastecimiento y eso refleja la mejoría. La dolarización permitió aumentar un poquito el poder adquisitivo de las personas. Lo que estamos observando a partir de mediados de 2023 es que eso comenzó a deteriorarse nuevamente.

—¿Cómo han afectado las sanciones internacionales la indisponibilidad de alimentos y la situación de hambre?

—Yo creo que desde el punto de vista alimentario y del funcionamiento del país, las sanciones han sido supernocivas. Las sanciones al país han hecho mucho daño, no han tenido el efecto para el cual fueron dictadas.

El Clap no calma el hambre

La cajas Clap que otorga el gobierno de Nicolás Maduro no son un subsidio efectivo para paliar el hambre en Venezuela, aseguró Raffalli. Argumentó que la mayor indicación de que no es un programa con objetivos alimentarios es que no siempre tiene los mismos productos y que estos no cuentan con ningún tipo de valor nutricional.

“Las consecuencias del Clap ya las estamos viendo. Más del 30 % de los niños que vienen a Cáritas, incluso sin delgadez, sin haber pasado hambre, vienen con retraso de crecimiento porque han venido consumiendo azúcares, harinas, productos de esas cajas que no tienen ningún valor nutricional. Son productos con perjuicio nutricional”, denunció.

Raffalli precisó que el contenido de la caja alcanza para 7 días y que hay familias que pasan 3, 6 y 9 meses sin recibirla. “Los productos salen más o menos en 20 o 25 dólares. Es una ayuda porque descarga el presupuesto alimentario, pero descargar 23 dólares de una canasta alimentaria que está sobre los 400 dólares es irrisorio”, resaltó.


Pudiéramos decir que están en inseguridad alimentaria, según las estimaciones, entre 5 y 6 millones de personas

Susana Raffalli, especialista en seguridad alimentaria y asistencia humanitaria

Las remesas no son salvavidas

Raffalli explicó que unas de las razones del empeoramiento que se percibe desde mediados de 2023 se debe a que la inflación no baja, se mantiene la pérdida del poder adquisitivo de las personas y, además, las remesas han mermado en monto y cantidad.

“Estamos registrando dos hechos en las entrevistas familiares: que disminuyó el porcentaje de familias que dicen recibir remesas. De 65 %, hace un año, a 51 % actualmente; y que el envío, que era de 60 %, como promedio, disminuyó entre 20 y 30 dólares”, precisó.

Resaltó que aunque el gobierno de Maduro sostiene que lograron estabilizar la inflación, el indicador sigue alto. Según el Observatorio Venezolano de Finanzas, hasta abril de 2024 el porcentaje se ubica en 29 % la mensual y 10,9 la inflación acumulada. “Estabilizarlo no es suficiente. Somos el país con la mayor inflación alimentaria del mundo”, dijo.

—¿Cuáles son las soluciones para enfrentar la inseguridad alimentaria?

—Si se quiere dar un cambio hay que terminar de desregularizar todo el sistema de producción de alimentos, facilitar aranceles y la importación de insumos agrícolas para producir la cantidad de alimentos que se necesita. Hay que formalizar y organizar los subsidios alimentarios bajo un formato que no sea el Clap, sino fortalecer el sistema de protección social a través de asignaciones para que la gente pueda ir a comprar los alimentos que necesita. Y la tercera es activar lo que se llama, en la Red Sanitaria Nacional, el Control de Niño Sano, que permite monitorear a los infantes y ayudarlos con productos nutricionales. Además de esto, es urgente sincerar el valor de la moneda y que el valor del trabajo sea recuperado nuevamente.

Con todo este escenario y la estimación de que la situación de inseguridad alimentaria en Venezuela se deterioró en el último año, son múltiples los casos y las situaciones que le toca ver y atender a esta experta, especialista en asistencia humanitaria. Le cuesta precisar qué le impresiona más de lo que le toca ver en su trabajo de campo.

Hace un repaso de memoria como si no pudiera pensar solo en uno y lamenta: “Ha sido una cantidad de cosas tan dolorosas que a mí me ha tocado ver”. Con mucha desolación afirma: “Me impresiona ver hasta qué punto puede llegar una persona a autoliquidarse para poder comer”.


Las consecuencias del Clap ya las estamos viendo. Más del 30 % de los niños que vienen a Cáritas, incluso sin delgadez, sin haber pasado hambre, vienen con retraso de crecimiento

Susana Raffalli, especialista en seguridad alimentaria y asistencia humanitaria

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