Enzo Franchini cuenta desde el exilio cómo salió de Venezuela después de ser acusado por la muerte de Orlando Figuera, quien fue quemado el 20 de mayo de 2017 en la plaza Altamira durante las protestas contra el gobierno de Maduro. El ingeniero, que formó parte del grupo de motorizados que prestaba apoyo a los manifestantes, explica la persecución que sufrieron él y su familia por el Sebin, además del proceso que vivió en España –tras ser detenido por una alerta de Interpol– para demostrar que era un perseguido político. Pensó en suicidarse si lo extraditaban 

Por: Carleth Morales Senges

“Grité ¡Por favor, no lo maten!”, dice que lo hizo mientras miraba a los ojos de Orlando Figuera. Aunque trató de levantarlo del asfalto resbaladizo porque estaba lleno de gasolina, Enzo Franchini afirma que no pudo evitarlo. Alguien prendió una llama que acabó con una vida y transformó otra para siempre.

Orlando Figuera, de 21 años, murió con quemaduras en 54 % de su cuerpo el 4 de junio de 2017, tras ser víctima de un linchamiento 15 días antes en la plaza Altamira de Caracas, durante las protestas contra el gobierno de Maduro 

Enzo, ingeniero civil de profesión y camionero por necesidad, de 32 años de edad para el momento del suceso, ahora vive exiliado en España. Pero en 2019 pasó por la cárcel y tribunales, con el suspenso de que sería extraditado a Venezuela.

Tuvo que demostrar que era acusado sin pruebas y perseguido por el sistema de justicia de un país señalado de no respetar el debido proceso y violar los DD. HH., para evitar la extradición. 

Seis años después, conducir su moto a 120 kilómetros por hora en una autopista de España, le da vida. “Ahora sí sé lo que es la libertad”, dijo al llegar al lugar de la entrevista. 

Ese día que el Sebin tocó la puerta de su casa con la intención de capturarlo y presentarlo como el responsable de una muerte, logró preservarse libre, pero comenzó la travesía del exiliado. Pasó de ser el ingeniero fanático de las motos en las calles de Caracas, al perseguido por la fiscalía de Tarek William Saab, quien pensó en soluciones extremas. La muerte antes de ser extraditado. “Si me van a quitar la vida, me la quito yo”.

El linchamiento 

Entre marzo y julio de 2017, a Enzo se le arrugaba el corazón cuando encendía la televisión y veía cómo asesinaban a jóvenes estudiantes por protestar contra el régimen de Maduro. Un día no aguantó más. “¿Por qué estamos dejando pelear a unos niños contra un régimen asesino?”, se preguntó. Y la respuesta fue: “Debo ayudar”.

Al igual que sus colegas moteros, se subió a su Suzuki amarilla con su casco blanco de calaveras negras. Su aporte sería llevar agua y arepas a los manifestantes, así como trasladar a los heridos a los hospitales. Para hacer esto último, se necesitaba una buena moto, condición física, nervios de acero y pericia. Cargar con un peso muerto y un copiloto por las cuestas de Altamira esquivando balas y bombas, le era tan arriesgado como necesario para defender la democracia y salvar vidas. 

–¿Por qué lo hiciste?

–Sentí que tenía que hacer algo por mi país. Creí que lo iba a liberar. Ves que cae un joven y dices: este chamo murió con un fin. No puede haber otro muerto más, que vaya a pasar como en 2014. Entonces decides hacer algo. En 2017 pensabas que con tu presencia y tu presión, el régimen iba a caer. 

–¿Qué pasó aquel 20 de mayo?

–Esa tarde, yo estaba al lado de la Embajada de Canadá y a Orlando lo empiezan a linchar más arriba, en la Avenida Francisco de Miranda, por la parada del Metrobus. Escucho gritos y veo a un chico corriendo entre la multitud, le van pegando y acusando de ladrón. Él viene corriendo y cae muy cerca de mí, como a 20 metros. Yo creo que a ese chamo le pegaron como doscientas personas.


Cuando veo que cae y todo el mundo lo golpea, me meto en esa multitud y empiezo a pedir que lo dejen de golpear. Mis palabras exactas fueron: «¡Marico, por favor, no lo maten! «

Enzo Franchini

–¿Llegaste a cruzar mirada con él?

–Sí. Cuando venía corriendo lo vi fijamente a los ojos y en mi mente me pregunté: ¿qué está sucediendo? Yo decía: si robó no hay que matarlo, hay que entregarlo a las autoridades. Debí haberme quedado viendo, pero mi conciencia no me hubiese dejado tranquilo. Presenciar un linchamiento te marca de por vida.

–¿Recuerdas lo que pasó?

–Lo recuerdo clarito. Tenía unos chores, una camisa de color oscuro y un morralito. Yo pensaba que era un chamo de la resistencia. Cuando lo veo que cae y todo el mundo lo golpea, me meto en esa multitud y empiezo a pedir que lo dejen de golpear. Mis palabras exactas fueron: “¡Marico, por favor, no lo maten!”. Ese video está en Google sin sonido, de alguien que graba desde adentro. Traté de separarle a la gente, pero era imposible. Fueron como diez segundos que me parecieron una eternidad. 

–¿Cuándo te diste cuenta de que estaba bañado en gasolina?

–Cuando estoy cerca de él me empiezo a resbalar. Entonces me doy cuenta de que el piso está lleno de gasolina. En Venezuela, si echas gasolina en el asfalto se vuelve un jabón. Todo el mundo pedía que lo quemaran. Traté de apartarle a la gente. Él agarró un respiro, trató de levantarse pero se resbaló, y la gente lo siguió golpeando. Se volvió a caer y cuando trató de levantarse le prendieron fuego. A ese chamo le echaron tanta gasolina que sentí que la candela se me había metido dentro del casco, por eso le perdí el rastro, pensé que yo me había quemado también. Una chica que estaba cerca de mí le dice a uno de mis amigos que me están linchando, pero no. Cuando volví en mí, cogí mi moto y me fui. 

–¿Quién mató a Orlando Figuera?

–La resistencia no lo mató. Lo mató un grupo de locos que se quedaba rezagado después de las manifestaciones. 

–Tras esa experiencia, ¿volviste a las manifestaciones?

–Volví de otra manera. No podía quedarme en mi casa viendo cómo disparaban bombas lacrimógenas a los jóvenes. Entonces llevé a periodistas para que pudieran narrar la realidad de lo que estábamos viviendo y a Cascos Verdes de la UCV para que pudieran auxiliar a los heridos. Me dije: ahora este es mi camino. 

–¿Le salvaste la vida a alguien?

–Ayudé a muchas personas en peligro. Llevé heridos a la clínica El Ávila, chicos impactados por bombas lacrimógenas, con la cabeza rota. Cuando la Guardia Nacional empezaba a reprimir, yo llevaba a un Cruz Verde de copiloto para recoger a los heridos. 

La persecución

Las manifestaciones bajaron de intensidad el 30 de julio con la elección a la Constituyente, pero continuaron las persecuciones producto de la “operación tun tun” anunciada por Diosdado Cabello, entonces diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. 

El 17 de agosto, el Sebin le tocó la puerta a Enzo. La noche antes, en una alcabala, un Policía Nacional le había preguntado si estaba involucrado en las manifestaciones. Le pidió su teléfono, pero él se resistió, por lo que el funcionario se lo estrelló contra el suelo. “Ahora llévatelo”, le dijo. Él quiere seguir pensando que fue casualidad.

Al día siguiente, intentando recuperar los datos del teléfono, comenzó a recibir llamadas de forma ininterrumpida. Su cara, su nombre y un cartel aparecían en la televisión estatal VTV: “Se busca”. 

Un amigo le dijo: “¡Sales en un video!”, y ese video era el de una multitud, donde lo único identificable era su casco. Esto y un argumento montado fueron las “pruebas” que usó el Gobierno para incriminarlo. Enzo creyó que su amigo estaba paranoico, pero al cabo de unos minutos escuchó el timbre y a un familiar: “Enzo, es el Sebin, ¡te están buscando!”.


Me tenía que ir del país, pero el aeropuerto no era una opción, ni Colombia. Dije: voy a irme por donde sé irme, por Brasil. De lo único que me arrepiento es de no haber llamado a mi novia para despedirme de ella

Enzo Franchini

–¿Qué hiciste?

–No agarré el teléfono ni nada. Con lo que tenía puesto y un perolito al que le había metido el chip salí del cuarto y me subí al techo. Fui de techo en techo, me metí en una quebrada y me lastimé un brazo, pero me decía: ‘No pares’. Sentía que me perseguían. El ducto se hacía cada vez más pequeño y llegué a la oscuridad total, solo pensaba en continuar. Hasta perdí un zapato, entonces me quité el otro. Estaba mojado, pero así me fui al trabajo de un amigo y le conté lo que estaba pasando. Mis amigos se reunieron y trazaron un plan. Nada bueno me esperaba.

–¿Qué pasó con tu familia?

–A mi hermana se la llevaron para el Sebin. Todo el mundo estaba con paranoia. Mi papá desapareció. Nunca pude hablar con mi mamá, le habían hecho un secuestro telefónico. Se llevaron la moto amarilla.

–¿Cuál fue el plan?

–Me tenía que ir del país, pero el aeropuerto no era una opción, ni Colombia. Dije: ‘voy a irme por donde sé irme, por Brasil’. De lo único que me arrepiento es de no haber llamado a mi novia para despedirme de ella. El hermetismo tenía que ser muy fuerte. Cuando volvió a salir mi foto en VTV, la decisión fue inmediata. Gracias a Dios en Venezuela todavía había gasolina.

–¿Cómo saliste de Venezuela? 

–Salí por los caminos verdes. Gran parte de mi bachillerato la pasé viajando a Santa Elena de Uairén y me la conozco al pelo, sabía por dónde tenía que caminar. Crucé, pero en Brasil me dijeron que necesitaba el sello de Venezuela, entonces les dije que era un perseguido político. Me preguntaron: ‘¿Quieres pedir asilo en Brasil?’. Respondí que no. Me sellaron el pasaporte de entrada y me quedé unos días en Boa Vista, mientras compraba el billete de avión. La ruta era Estados Unidos–España. 

El exilio

Enzo quería emigrar, su nacionalidad italiana le hacía pensar en Europa como destino. Pero no le dio tiempo de hacerlo bien. A diferencia de la migración, el exilio te impide volver. Y eso fue lo que le tocó. 

A España llegó en septiembre de 2017, específicamente a Valencia, pero no consiguió trabajo. Entonces se fue a Holanda y allí estuvo seis meses. Con el dinero que reunió trabajando en una procesadora de carne, regresó a España, homologó su carnet de conducir y comenzó a trabajar como conductor en Cabify. Su meta era ejercer como ingeniero civil, pero mientras tanto, decidió sacarse la licencia de camión.

–¿Cómo se te ocurre sacarte una licencia de camión siendo ingeniero?

–Por los sueldos. Cuando llegas, empiezas a trabajar de dependiente, pero ves que para ese puesto aplican tres mil personas. Entonces ves los salarios y las personas que aplican para el puesto de camionero, y son cien. Me di cuenta de que faltaban camioneros y que los sueldos eran buenos. Me especialicé y aprendí el oficio. Tengo una profesión que es ingeniero civil y un oficio que es camionero. 

–¿Cómo fue tu primer trabajo como camionero?

–Estuve tres meses en una empresa y luego conseguí trabajo con una grúa en asistencia en carretera.

–¿Mejoró tu situación?

–Sí, pero un día todo cambió. 

–¿Qué pasó?

–Perdí mi billetera, algo muy raro porque nunca me había pasado. Creo que se me cayó al suelo y más nunca la vi. O no sé. Al día siguiente, cuando iba a iniciar mi jornada de trabajo a las dos de la tarde, me abordó la policía. Me habían estudiado. Cuando me detuvieron, ya sabían cuál era mi carro, mi rutina y mi horario. 


Llegué a pensar en suicidarme. Tenía claro que no iba a volver a Venezuela para que me torturaran los del Sebin. Yo para mártir no tengo madera. Me dije: ‘Si me van a quitar la vida, me la quito yo‘

Enzo Franchini

–¿Cómo fue la detención?

–Abrí y cerré la puerta de mi carro, pero del lado del copiloto me la abrieron. Era un agente de la policía secreta apuntándome con el arma. Estaba a cara descubierta, iba de paisano. Llegué a ver a otros cuatro a cara cubierta. Fue todo demasiado rápido. Nunca coloqué la llave en el encendido. Me dijo: ‘quédate tranquilo, aquí no está pasando nada’, y en ese momento me agarró, me apuntó y me bajó del carro. No me resistí, ni grité. Me coloqué boca abajo, con las manos detrás de la espalda y me esposaron. Me levantaron y me dijeron: ‘Estás arrestado por la muerte de Orlando Figuera’. 

–¿Te dio tiempo a decir algo?

–Siempre me declaré un perseguido político. Explicar algo de esa magnitud era muy difícil. Así que les dije: persecución política internacional, me están tratando de inculpar por un delito que no cometí, el objetivo del Gobierno de Venezuela es perseguirme políticamente. Soy resistencia. 

–¿Y qué te respondieron?

–Se dieron cuenta de que no era un asesino despiadado que comete delitos de odio, pero me dijeron: ‘Mira, nosotros no hemos visto a nadie en las extradiciones que no lo hayan extraditado, así que tú para Venezuela, vas’.

La cárcel

En junio de 2019, Tarek William Saab lanzó una orden de Interpol. A los 30 días, Enzo estaba preso en España. Había escuchado de una orden de captura internacional emitida por el Ministerio Público venezolano, pero creyó que, como otras, esta también sería falsa. De todas maneras, metió su nombre en la web de Interpol y, como no apareció nada, se quedó tranquilo. Pero el 11 de julio, cuando lo detuvieron, se dio cuenta de que era verdad.

Esposado, fue conducido a la comisaría, donde le hicieron quitar los cordones de los zapatos y la correa antes de hablar con un abogado de oficio que le advirtió: “Vas a una vista donde te preguntarán si quieres ser extraditado, dirás que no; te preguntarán si quieres apegarte a un tratado internacional, a lo que dirás que sí e irías preso”.

El abogado trataría de pedir su libertad porque tenía trabajo, piso alquilado y una vida en España, pero lo más probable era que fuese preso y, finalmente, extraditado a Venezuela. Aunque la historia, fue otra. 

–¿Qué pasó exactamente?

–A punto de entrar a la audiencia llegó Ismael Oliver y me dijo: me envió tu familia, no te preocupes, aquí estamos. A partir de ese momento, él fue mi abogado. Entré a la audiencia, respondí y esperé la sentencia: prisión preventiva, centro de reclusión, Soto del Real. ‘Me quedé preso’, dije. 

–¿Cómo fue entrar en Soto del Real?

–Cuando llegas te dan una cédula de la cárcel y un número de preso. El mío terminaba en 187. Te lo tienes que saber para todo lo que te preguntan. Me entrevistaron el trabajador social y la psicóloga. Me preguntaron si había estado preso y por qué lo estaba ahora. Les dije: ‘Soy un preso político’. Y me respondieron: ‘No, tú estás por quemar gente’. Les respondí: ‘En mi país esto es una persecución política’. Me mandaron al módulo ocho, que es tranquilo, con la gente que está por primera vez. Entré con cien euros que me salvaron la vida, porque a la cárcel solo te pueden llevar cosas tus familiares, y yo en Madrid, en ese momento, no tenía a nadie. A ese dinero le llaman peculio. Y donde compras se llama economato. 

–¿Qué hay en el economato y qué compraste tú?

–Es una bodeguita muy sencilla. Venden una marca de afeitadora, de desodorante, de pasta de dientes. Tienes artículos de higiene y comida. Patatas, jamón y queso, enlatados. También puedes comprar un televisor, juegos de mesa y esas cosas. Yo compré una caja de cigarros y tarjetas para llamar, que las usas en un teléfono público. En el teléfono haces la cola, ingresas tu número de preso y solo tienes cuatro minutos para llamar. Luego compré un reloj. Allí solo puedes usar un tipo de reloj: un Casio digital chiquitico que cuesta siete euros. 

–¿Cómo era tu celda?

–Cuando llegué me tocó solo. Era un cuarto pequeño, a mano derecha estaban la ducha, la poceta, un lavamanos, un espejo de metal pulido y una pared. A mano izquierda, un closet de concreto con repisas, una litera, un escritorio de cemento y una ventana. En algún momento me tocó compartir, pero yo escogí a las personas.

–¿Qué comías?

–Lo mismo, de lunes a domingo, como en las películas, cuando ves que la gente pregunta: ¿qué día es hoy? Y dicen: ‘Es lunes, hoy toca pollo con patatas’, pues igualito. Y tu fruta. Todos los días me dieron peras y manzanas, ahora les tengo fobia y arrechera. Me las comía tranquilito, eso sí. 

–¿Llegaste a hacer amigos?

–El día que entré al módulo ocho me dijeron: ‘Un venezolano, qué casualidad, aquí hay unos venezolanos, te los voy a presentar’. Eran dos trans acusados de trata de personas, pero eran tremendos panas. Cuando entré, tendrían ocho meses y cuando salí, seguían allí. 

–¿Cómo fueron los momentos en los que pensaste que te iban a extraditar?

–Las palabras de los policías que me detuvieron retumbaron en mi cabeza los primeros días. Pero poco a poco fueron pasando cosas en dirección contraria. El día que publicaron en el periódico mi caso, dije: ‘No voy extraditado. Y si voy, pelearé hasta el último día’. 

–¿Cuál era para ti “el último día”?  

–Estar encerrado es arrecho, saber que no puedes salir por la puerta es un choque psicológico. Llegué a pensar en suicidarme. Tenía claro que no iba a volver a Venezuela para que me torturaran los del Sebin. Yo para mártir no tengo madera. Me dije: ‘Si me van a quitar la vida, me la quito yo’. Pensaba hacerlo el día anterior a que me dijeran: ‘Mañana te vas’. Pero ese día no llegó, aunque allí estuve cuatro meses que fueron una eternidad.

La libertad

El 21 de octubre de 2019, cuando Esther Sanz Sieteiglesias publicó en La Razón, el artículo titulado: “Si extraditan a mi hijo a Caracas lo matarán”, algo cambió. La periodista española había entrevistado a la madre de Enzo y, desde entonces, la opinión pública estaría pendiente del caso a través de sus reseñas.

Se hizo eco de cada detalle del proceso: cuando la Audiencia Nacional acordó su libertad condicional; sus primeras 24 horas fuera de la cárcel; cuando la Fiscalía rechazó extraditarlo; cuando la Audiencia Nacional accedió a su extradición; cuando la volvió a rechazar… 

Pero a Tarek William Saab no le gustó este seguimiento periodístico, al punto de señalar en su cuenta de Twitter al periódico español de “encubridor” por informar sobre Franchini. Con lo que no contaba el fiscal era con que Sanz Sieteiglesias también lo desenmascararía públicamente al recordarle que en España, además de los jueces, la prensa es libre.

“… Las cifras de intimidación, agresiones, amenazas, ataques y muertes en el ejercicio de la labor informativa han tenido altibajos desde 2002, con un pico que destaca en 2017, en un año de particular actividad de protestas contra el Gobierno”, reseñó tras confrontar los datos con la ONG Espacio Público.

Finalmente, España consideró que “existen fundamentos suficientemente sólidos como para indicar que el régimen existente en el país requirente, que es el que formula la reclamación, no respeta los derechos humanos de quienes discrepen de él, como es el caso del reclamado, razón por la que no procede acceder a la extradición que nos solicita”. La justicia llega, es cuestión de tiempo, incluso visto desde el Casio que guarda Enzo para no olvidar esta pesadilla.  

–¿Cómo te enteraste de que ibas a salir de la cárcel?

–Oliver llegó y me dijo: ‘Acabo de hablar con el juez y con el fiscal para pedir tu libertad y accedieron a dártela’. Sentí que ya estaba soplando aire a mi favor. En ese momento ya no me sentí extraditado. Pero me liberaron quince días después, que fueron los más largos y de mayor ansiedad, porque todos los días me levantaba y decía: ‘hoy es el día’, y así uno y otro. Cuando salí, estaban mi abogado y mi mamá. 

–Cuando te llega la sentencia de que hay posibilidades de extradición. ¿Qué pensaste?

–Yo esa sentencia la viví fuera de la cárcel. Al principio estaba seguro de que me iban a extraditar, por eso no me cayó de sorpresa. Llegué a pensar que tendría que pelear en Estrasburgo y dije: ‘Si tengo que llegar hasta allí, voy a llegar’. 

–¿Cómo te sentiste durante ese proceso en el que, estando en libertad, realmente no eras libre?

–Llegué a un punto de resignación. Algunas personas me preguntaron si huiría, y yo les respondí: ‘Es todo o nada, es libertad plena o la muerte’. Estaba seguro de que si el proceso me llevaba a la muerte, sería la muerte. Yo sabía que no llegaría vivo a Venezuela. En algún momento me les iba a suicidar. Por eso dije que iba a morir matando. Yo ya estaba muerto en vida. 

–¿Llegaste a trabajar durante ese tiempo? 

–Cuando salí conseguí trabajo en el aeropuerto como chofer de camión. Un día llegué y me dijeron: ‘Te vas, tienes que salir ya de las instalaciones del aeropuerto porque eres un terrorista’. 

–¿Cómo viviste tu sentencia absolutoria? 

–Ese día era jaque mate. Yo estaba asustado, porque salió la sentencia, pero no me dieron mi pasaporte. Supongo que la Audiencia Nacional estaba esperando a que se venciera el tiempo de que Venezuela pudiera recurrir. A los cinco días me llamaron para darme el pasaporte. En ese momento, volví a nacer. 

–¿Algo que agradecerle a España?

–Todo. Yo se lo tengo que agradecer todo a España. Es un gran país. Me siento español, madrileño, del sur. 

–¿Volverías a Venezuela?

–Sí, claro. Siempre. Yo sueño con volver a mi país, a una Venezuela libre, democrática, donde haya justicia. Sí. Hay gente que va a tener que darme la cara ante la justicia. Estos tipos me arrebataron los mejores años de mi vida. Pero sí, esté donde esté, yo siempre seré resistencia. 

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