Este 14 de marzo se cumplieron 100 años desde que Lucas Fernández Peña colocara la piedra fundacional en lo que es hoy en día la capital del municipio Gran Sabana. Invirtió nueve años en explorar la tierra de los tepuyes, tiempo que le rindió para expulsar a misioneros británicos que pretendían instalar sus banderas, idioma y costumbres en la zona

Lucas Teófilo Fernández Peña fue el primer criollo en ser visto por las tribus originarias de la Gran Sabana, así como él mismo lo escribió en sus memorias en 1914, cuando inició un conjunto de exploraciones al sur del estado Bolívar en las que descubrió que grupos de ciudadanos ingleses pretendían sumar este territorio a la Guayana Esequiba, a quienes expulsó de la zona fronteriza con Brasil.

Las expediciones llegaron a la cúspide en 1923, año en que Fernández colocó la piedra fundacional en un territorio que bautizó con el nombre de Santa Elena de Uairén. Este hecho ocurrió un 14 de marzo. 

Al indagar en el compendio histórico elaborado por la Fundación Lucas Fernández Peña, que resguarda al menos 2.500 páginas de sus vivencias, escritas por el explorador y correspondencia enviada y recibida de autoridades nacionales, incluyendo presidentes, se data el 10 de noviembre de 1914 como el día en que avistó a la Gran Sabana por primera vez.

Escribió en su diario: “A las 3:45 pm llegué a la primera aldea del cacique Aimá y su hermano, el cacique Uaimená de otra aldea cercana, quienes sorprendidos y llenos de alegría nos dan la bienvenida a mi exploración, formada por 21 hombres indígenas, manifestaron ser yo, el primer hombre blanco que llegaba a ese lugar, les dije ser venezolano igual que ellos a lo que repitieron sorano-venezolano, me hablaron de camarata y sus habitantes Camaracotos y su buen cacique Luis Niel”.

Ese primer encuentro fue determinante para lo que venía más adelante, ya que la impresión de encontrarse con pueblos originarios y con la majestuosidad del paisaje milenario, además de la incertidumbre que le causó que indígenas manifestaron que existía un “lado inglés”, refiriéndose a los asentamientos británicos que se les arrimaban cada día más, lo hizo hacerse un juramento.

Registró en su diario que la Gran Sabana, como era llamada primeramente la tierra de los tepuyes, sería de ese día en adelante su “gran tema”, que hablaría de esta zona a su gobierno y se comprometió consigo mismo a que Venezuela no perdería este “rico pedazo –futuro refugio– y cuna de algunos millones de venezolanos”.


A las 3:45 p.m. llegué a la primera aldea del cacique Aimá y su hermano el cacique Uaimená de otra aldea cercana, quienes sorprendidos y llenos de alegría nos dan la bienvenida a mi exploración formada por 21 hombres indígenas manifestaron ser yo, el primer hombre blanco que llegaba a ese lugar

Lucas Teófilo Fernández Peña

¿Qué motivó a Fernández Peña a iniciar su exploración?

En el año 1912, es decir, dos años antes de que pisara suelo sabanero, Lucas Fernández Peña, con 19 años, abandonaba San Fernando de Apure para hacer una travesía a Las Antillas, donde planeaba estudiar medicina.

Al momento de iniciar el viaje comenzó a escribir sus vivencias. Fernández Peña nació el 2 de noviembre de 1893 en El Baúl, estado Cojedes, de padres venezolanos que fallecieron cuando este joven estaba en sus primeros años, por lo que fue tutelado por un tío que era boticario; de allí su interés en volverse médico.

De Apure llegó a Ciudad Bolívar, donde tomó un barco que atravesó el caudaloso Orinoco para llevarlo a San Félix y así continuar a su destino.

Relató en sus memorias que sobre el río pensó en el Libertador Simón Bolívar y en la lucha independentista que encabezó. Hizo también referencia a un libro que leyó llamado “Los anales de Guayana”, escrito por el periodista Bartolomé Talavera Acosta, quien reseña la historia del sur del país desde su conquista.

Cambió de decisión en ese trayecto y destinó su curso hacia un mundo desconocido. El sueño de ser médico quedó guardado.

En los dos años siguientes estuvo entre Upata y Tumeremo, donde tuvo su primer contacto con indígenas, aprendió sobre astronomía y conoció y ejerció el oficio de extracción de balatá, árbol que sirve de materia prima para la producción de látex.

Un viaje sin retorno

A su llegada a la Gran Sabana, junto a su grupo de expedición, recorrió poblaciones autóctonas y vio de cerca la expansión de ingleses por el territorio, quienes a través de monjes adventistas enseñaban inglés y religión a indígenas, mientras enarbolaban sus banderas aprovechando la ausencia de autoridades venezolanas.

Fundó una empresa balatera de donde sacaba recursos para sus exploraciones. También hizo amistad con la cacica Yuana Aimutún y la guerrera Chirimutuaimá, quienes sirvieron de guía y compañía de sus recorridos. Alertó, a través de correspondencia, al gobierno gomecista de las intenciones de la instalación de una colonia británica.

Llamó “Mi viaje sin retorno” a su última expedición, hecha en 1921 hacia el límite de la frontera con Brasil. En 1923 consigue el cerro Acurimá, donde evidenció que pemones taurepán convivían con pueblos brasileños. Escribió que estos extranjeros introducían ganado y se establecían en hatos como forma de apoderarse de manera pacífica de esta zona venezolana.


Los indios naturales de aquí no hablan castellano y los que hablan algo de otro idioma o lengua fuera de la suya, lo hacen en inglés y portugués quienes se muestran descontentos y pocos satisfechos al yo decirles que este territorio es venezolano y que ellos son venezolanos

Lucas Teófilo Fernández Peña

“Los indios naturales de aquí no hablan castellano y los que hablan algo de otro idioma o lengua fuera de la suya lo hacen en inglés y portugués, quienes se muestran descontentos y pocos satisfechos al yo decirles que este territorio es venezolano y que ellos son venezolanos”, escribió en su diario tras el encuentro.

Ya a este nivel de expedición había alertado a autoridades venezolanas, mediante cartas enviadas al dictador Juan Vicente Gómez, de lo que ocurría en esta zona fronteriza, las cuales eran respondidas.

Fronteras recuperadas

El 12 de marzo de 1923, Fernández Peña izó por primera vez el Tricolor Nacional en la cima del Acurimá, casualmente en la fecha en la que se conmemoraba el Día de la Bandera en el país. Ese día recorrió el valle y decidió nombrarlo Santa Elena de Uairén. Elena en honor a su primera hija y Uairén por el río que bordeaba el área.

Dos días después colocó la primera piedra en la colina siguiente a Acurimá, como símbolo de la fundación de Santa Elena de Uairén. En esa misma zona construyó la primera casa.

En los años venideros reforzó las fronteras, esta vez con el título de jefe inmediato al inspector nacional de Fronteras de Venezuela, otorgado por Juan Vicente Gómez.

Con esta investidura se reunió con misioneros ingleses que le manifestaron sus intenciones de establecer varios campamentos en territorio venezolano sin autorización de autoridades. Fernández rechazó la propuesta y comenzó su lucha por recuperar el territorio hasta que logró expulsarlos, al igual que lo realizó con los grupos de brasileños.

Construyó el aeropuerto en la zona, fue ratificado como guardián del área fronteriza por Eleazar López Contreras y de allí en adelante despertó la atención de mandatarios, como Isaías Medina Angarita, Rafael Caldera y demás militares que ocuparon cargos de resguardo a la soberanía nacional, quienes lo visitaron y reconocieron su empeño por no ceder este importante suelo.

El fundador Lucas Fernández Peña tuvo 27 hijos de sus 3 uniones con María Peña, Irma Espinoza y Rosa Iruk, indígenas de las etnias caribe y pemón-taurepán. Las cuatro generaciones provenientes de estas familias se convirtieron en una descendencia numerosa que actualmente conforma la Comunidad Indígena Santa Teresa, representada actualmente por su capitán Julio César Fernández Montes.


¡El pueblo ya tiene un buen principio, sus casitas ya empiezan a brillar a la luz del sol naciente y la esperanza a que llegue a ser una gran ciudad, sus perspectivas son magníficas!

Lucas Teófilo Fernández Peña

100 años después…

Uno de los monumentos naturales de la Gran Sabana podría ser uno de los recordatorios actuales de la hazaña de Lucas Fernández Peña. Se trata de la meseta llamada El Abismo, situada a pocos kilómetros de la población minera Ikabarú.

Excursionistas deben subir una pendiente de dificultad moderada para llegar a la cima, la recompensa se disfruta arriba, pues se trata del “borde de la Gran Sabana” como también le llaman. Uno de los últimos rincones de Venezuela desde donde se aprecia un precipicio y a lo lejos dos montañas, una perteneciente a Brasil y la otra parte del Esequibo.

Mientras que Santa Elena de Uairén es la cara de Venezuela ante extranjeros y nacionales que entran y salen del país por la frontera sur. Durante los últimos años fue terminal de despedidas de millones que se retiraron debido a la crisis nacional. Por allí también regresan quienes al enterarse de una leve mejoría corren a rescatar lo que dejaron atrás.

“El pueblo ya tiene un buen principio, sus casitas ya empiezan a brillar a la luz del sol naciente y la esperanza de que llegue a ser una gran ciudad, sus perspectivas son magníficas!”, escribió su fundador en 1939.

Nota: Glorimar Fernández, la redactora de esta crónica, es bisnieta del fundador de Santa Elena de Uairén.

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