El 12 de octubre de este año, un grupo de venezolanos iba a iniciar la ruta marítima desde la isla de San Andrés, en Colombia, hasta Nicaragua. Su destino final era Estados Unidos. Tras un escueto mensaje por WhatsApp, varios de ellos se despidieron de sus familiares y, desde entonces, no se ha sabido más de ellos. Sus allegados no desisten en la búsqueda, la esperanza los mantiene en pie. Lo que más lamentan es la falta de respuesta de las autoridades venezolanas para garantizar la búsqueda de estos connacionales

Era poco más de las 2:00 am del 12 de octubre de 2022, cuando William Mayora leyó el mensaje que vía WhatsApp le enviaba su hijo William Alberto. Iba camino, junto a su novia y su cuñada, además de otros 10 venezolanos, a tomar una embarcación en una de las marinas de la isla de San Andrés en Colombia, desde donde partirían hacia Nicaragua, teniendo como destino final los Estados Unidos

Un mensaje parecido fue leído por Solange Cedeño, madre de Jairangel y Melody Rosario Cedeño, quien encomendó a sus hijas a todos los santos para que concluyeran la travesía con bien. Jairangel también escribió a su hermano, a quien le aseguró que partirían a las 3:00 am. 

Palabras más o palabras menos, el mismo mensaje fue escrito a Rubén Quintero por su hijo, quien lleva su mismo nombre y cuenta con 37 años de edad. 

Los familiares de Noris López, de su hija María Zamora y su yerno Carlos Arrieta, oriundos del estado Zulia, así como de los hermanos Jancerlin, Jaerlin y Joencer Martínez y del matrimonio compuesto por Wílmer Segovia y Marisela Ruiz, junto a su hijo Samuel Segovia, recibieron un mensaje de texto que advertía su salida. 

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La promesa de los 13 venezolanos también era coincidente. Dar fe de vida cuando llegaran a Nicaragua. Pero el mensaje que los familiares esperaban no llegó en el tiempo estipulado. De hecho, aún no llega.

Pasados dos meses, la esperanza mantiene en pie a los familiares de los 13 venezolanos desaparecidos en San Andrés y cuyo caso ha sido replicado en redes sociales y medios de comunicación de 4 países, además de Venezuela. 

La esperanza mayor es encontrarlos con vida o, por lo menos, tener una respuesta que disipe todas sus dudas, pues en este caso, la incertidumbre parece ser la única certeza. 

La vida se nos detuvo. Se detuvo cuando dejé de saber de mis hijas. Cuando conocí a los familiares de los otros desaparecidos. Se detuvo cuando siento que no hay interés de las autoridades para buscarlos. Yo sé que ellos se iban ilegalmente, pero no tenían otra manera de hacerlo. Su único delito fue pensar que si hacían esto, si llegaban a Estados Unidos, iban a tener una mejor calidad de vida”, dice entre lágrimas la docente Solange Cedeño, una mujer muy querida en el estado Vargas, donde ha sido maestra en colegios públicos y privados.  

La maestra Solange reza a diario. También conversa con los otros familiares que están en Charallave y Ocumare del Tuy (Miranda), Maracaibo (Zulia) y Caracas. “Seguimos activos, llevando nuestro caso y buscando asesoría. Visitando a la Fiscalía y a la Oficina de Derechos Humanos de la Universidad Católica Andrés Bello. Hemos hecho caminatas y vigilias. Sé que es difícil, pero que mis hijas y el resto de los desaparecidos aparezcan es lo que me tiene en pie”. 

De San Andrés a Nicaragua

Los datos aportados por los familiares son similares: los 13 venezolanos zarparían en la embarcación de nombre Reyshell 1674, que tenía como capitán al colombiano Cristian Olivo y al también colombiano Wayner Justo, el ayudante.

Todos acordaron el viaje con un lanchero local identificado como Clins Henry Livingston, quien ofrecía un viaje a un precio intermedio a los que se prometen en este mercado y había servido a conocidos que ya habían hecho uso de sus servicios. 

“Durante los primeros días, la persona con la que se hizo el negocio del traslado, el coyote, nos aseguraba que estaban protegidos en una isla para evitar ser atacados por piratas o por la Guardia Costera. Nos decía que estaban bien. El 18 de octubre, seis días después, Clins seguía afirmando que iría a buscarlos, pero ya no le creímos más”, explica William Mayora, padre de uno de los desaparecidos. 


La vida se nos detuvo. Se detuvo cuando dejé de saber de mis hijas. Cuando conocí a los familiares de los otros desaparecidos. Se detuvo cuando siento que no hay interés de las autoridades para buscarlos

Solange Cedeño, madre de Jairangel y Melody Rosario Cedeño, desaparecidas el 12 de octubre en la isla de San Andrés

La bitácora inicial era clara: partirían de San Andrés hasta Corn Island, un islote en territorio marítimo nicaragüense, y de allí a Bluefields, ya en territorio de Nicaragua.

Tras la desesperación y la negativa de respuesta de Clins Henry Livingston, los familiares iniciaron su investigación por redes sociales y encontraron en diferentes perfiles la foto que identificaba al lanchero.

Ante la falta de información, los familiares de estos venezolanos hicieron enlaces con autoridades marítimas de Costa Rica, Colombia, Guatemala y Honduras por sus propios medios. Además, conformaron una comisión para ir a la propia isla de San Andrés, donde interpusieron la denuncia como personas desaparecidas. 

“Nos hemos convertido en activistas para que otras familias no pasen por esto, pero también buscando apoyo en las instancias nacionales que, lamentablemente, no han sido tan solícitos. Nosotros queremos saber si fueron secuestrados, si llegaron a zarpar, si la lancha zozobró, si estuvieron a la deriva. Hasta los momentos, los guardacostas de Colombia no nos tienen novedades”, agrega Mayora. 

Luz afuera, oscuridad dentro

La única pista que se tiene sobre la desaparición de estos venezolanos fue encontrada por unos pescadores costarricenses del sector Barra del Colorado.

Ellos dicen que encontraron unos salvavidas y un teléfono celular en el mar. De la memoria de ese celular obtuvieron un video donde aparece Samuel Segovia. Desde ese momento, el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) de Costa Rica, en el sector El Limón, abrió una investigación y compartió las fotos de nuestros seres queridos. Ese apoyo no lo hemos encontrado aquí”, expone Mayora.

Lo dicho por el jubilado tiene asidero en las respuestas obtenidas. Durante el mes de octubre fueron al Ministerio de Relaciones Exteriores y no les recibieron la carta, alegando que las relaciones entre Colombia y Venezuela estaban suspendidas. Posteriormente, tras el encuentro de Maduro y Petro en Caracas volvieron a ir a la Cancillería de Venezuela en Caracas. En ese momento tampoco les recibieron la solicitud de apoyo, porque según los funcionarios que les atendieron, no tienen competencia en este tipo de casos. 


Nos hemos convertido en activistas para que otras familias no pasen por esto. Nosotros queremos saber si fueron secuestrados, si llegaron a zarpar, si la lancha zozobró, si estuvieron a la deriva. Hasta los momentos, los guardacostas de Colombia no nos tienen novedades

William Mayora, padre de William Alberto Mayora, desaparecido el 12 de octubre en la isla San Andrés

De acuerdo con la Convención de Ginebra y publicaciones de la Cruz Roja Internacional y Acnur es obligación de los Estados “atender las necesidades de los familiares de migrantes desaparecidos, dando garantía para que puedan ejercer sus derechos y acceder a los servicios existentes o cualquier otra ayuda que pueda dárseles”.

Nada de ello ha ocurrido en este caso. Acudimos también al Instituto Nacional de Espacios Acuáticos, pero simplemente dijeron que no les compete porque no salieron de Venezuela. También a la Fiscalía General a pedir apoyo al fiscal general Tarek William Saab. Allí entregamos un documento para exigir que, por vías diplomáticas, se establezca un contacto oficial con las embajadas de Colombia y Nicaragua para coordinar las labores de búsqueda”, explica Rubén Quintero, padre de uno de los desaparecidos que acudió al despacho del fiscal.  

“Lo que pedimos es que nos ayuden a buscarlos. Tengo más de dos meses sin saber nada de mi hijo y no tenemos información de ninguno de los gobiernos involucrados. Simplemente nos han dicho que tenemos que tener paciencia”, señaló Quintero.

Los familiares de los 13 desaparecidos de San Andrés esperan recibir una llamada de buena nueva. Saben que el tiempo les juega en contra, pero aseguran que no se van a detener. 

“Yo no he atravesado el Darién, pero vivir con la incertidumbre de qué le pasó a mi hijo y a su pareja también es un infierno”, asegura Quintero, mientras postea en sus redes sociales, como ha hecho los últimos dos meses, una oración para que su hijo aparezca. 

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