Cuentos de cuarentena –25–

Podría decir que gran parte de mi infancia la pasé en cuarentena: pocas veces me dejaban jugar en la calle, así que lo del distanciamiento social fue casi que una regla para mí. Ahora entiendo que, como todo aislamiento, era para mantenerme al margen, protegerme de algo, cuidarme; sin embargo, no crean que eso evitó que me acercara a ciertos peligros, que me enfrentara al miedo, que sintiera la cercanía de presencias malignas en mi reducido entorno.

Cada tarde, al alejarme del televisor, iba con cuidado, revisando al extremo cada rincón, oteando el ambiente, poco a poco, atento. Sentía miedo de ser tomado por sorpresa desde la retaguardia por Gomora, flanqueado por Zetton y Keronia, o encontrarme de frente con el mismísimo King Galtan.

Claro que esperaba que pudiera, luego de ciertos gestos, convertirme en un ser del espacio, alcanzar gran tamaño y arremeter con un poder letal contra cualquiera de esos kaijus. Y si no podía, pues que apareciera el propio Ultraman y me salvara.

Hoy día me veo nuevamente encerrado, limitado. La sentencia “¡Quédate en casa!” ha vuelto a ser parte de mi cotidianidad, de mi rutina. Son tantas las advertencias e informaciones que llegan a través de cualquier pantalla que han regresado los temores, el peligro.

Vuelvo a andar con cuidado, y no solo en casa. La extrema precaución la llevo también a la calle. Las pocas veces que salgo recurro a una vestimenta seudo espacial para enfrentar cualquier malignidad: gorra, lentes, máscara, guantes y pistola que arroja líquido anti kaijus.

Sí, esta cuarentena impuesta otra vez para cuidarme, para protegerme de algo, me ha transportado a mi infancia. Acá estoy, resguardándome, porque a la ciudad han llegado la temible Gotícula y la cruel COVID-19, cuyos poderes infernales podrían ocasionar la muerte. Y al parecer todavía no llega un Ultraman para enfrentarlos; quizás aún no sale de Nebula un ser capaz de derrotarlos.

JUAN CARLOS ZAMORA


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